
En el Lido confluyó el viernes una riada de cine cimentado sobre demoledoras explosiones de violencia de diversa naturaleza, con la cinta del diseñador devenido cineasta y con la opera prima de Raúl Arévalo, «Tarde para la ira»
03 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.En el Lido pareció confluir el viernes una riada de cine cimentado sobre demoledoras explosiones de violencia de bien diversa naturaleza, de la que te estalla en la retina y deja la reverberación en pulso creciente. Sucede con una de las más esperadas películas de esta 73ª Mostra, Nocturnal Animals, adaptación por el diseñador devenido cineasta poderoso Tom Ford, de una estremecedora novela del norteamericano Austin Wright, Tony y Susan, en España editada como Tres noches. Se asienta sobre la narración de una salvaje encrucijada en la oscuridad más temida de la América Profunda, la de Jake Gyllenhaal, su mujer y su hija con una banda de depredadores que los aboca al horror en su estado más puro. Es tal la capacidad de devastación de este encuentro en la noche, tan cruel su plasmación más allá de cualquier idea de pánico, que el hecho de que sea una ficción dentro de la propia película -se trata de un libro que su ex marido dedica a la protagonista Amy Adams- no lacera un ápice las dimensiones de cine del espanto que Tom Ford plasma con fidelidad a la célebre novela de Wright. Aún más, la superposición de las dos ficciones, la de esa orgía de brutalidad y la de la historia de amor desnucada por el tiempo se retroalimentan de manera cuasi fantasmal. Y aunque no terminan de ensamblarse con la perfección que lo hacían en el texto original, de su superposición queda Nocturnal Animals como pesadillesco cine de aullido sordo.
El díptico de la jornada violenta lo cumplimenta con brío la única película española en Venecia. Tarde para la ira, indagación desacomplejada del actor Raúl Arévalo, en su opera prima, en el subgénero del cine de vengadores, con Antonio de la Torre desatando un turbión de rencor bien macerado en un feroz travelling por la España negra: un gimnasio propio de la saga Torrente, una porqueriza, bares de carajillo y órdago a la chica son el marco para esta ceremonia de la satisfacción del dolor y la muerte a través de la sangre sabia que brota a borbotones de esta película cuya fuerza innata oculta lagunas de guión a la sombra del toro de Osborne sin afeitado.