Sorrentino propone a Jude Law como papa joven que emula a «House of Cards»

José Luis Losa VENECIA

CULTURA

Sorrentino y Law, en la alfombra roja de Venecia
Sorrentino y Law, en la alfombra roja de Venecia ALESSANDRO BIANCHI | Reuters

François Ozon readapta a Lubitsch en la notable «Frantz»

04 sep 2016 . Actualizado a las 09:08 h.

Sorrentino se asienta en un Vaticano donde acaba de imponerse nuevo pontífice y norteamericano, un Jude Law al que las primeras secuencias muestran desnudo bajo la ducha, en aviso de iconoclastia. El rey está desnudo. Tratándose del cineasta de la pompa y el barroquismo vacío pero epatante, me temía los peores excesos con este The Young Pope.

Pero se ve que trabajar para HBO mete en cintura incluso a un auteur desaforado como el ganador del Oscar por La Grande Bellezza. Hay mesura y autocontrol en este retrato de un Papa cáustico, caligulesco, decidido a cortar, a golpe de zarpazo, todos los tentáculos de la curia vaticana antes de que éstos lo neutralicen sin darle opción. Este papa es la contraparte de aquel Michel Piccoli en estado de pánico ante la púrpura en el Habemus Papam de Moretti. Como sucedía en el mejor Sorrentino, el de Il Divo, el efecto del vitriolo reside aquí en el guión, en los movimientos de ferocidad política de Jude Law, que parece César de los tiempos de Claudio.

Lo que prefiguran los dos capítulos de la serie es un personaje que podría ser equivalente vaticano del Kevin Spacey de House of Cards. Su ideología es el poder. No duden, por lo visto aquí, de lo lejos que pueda llegar el papa sorrentiniano para hacerse el amo del bunga-bunga de San Pedro.

Ozon, con los protagonistas de «Frantz»
Ozon, con los protagonistas de «Frantz» FILIPPO MONTEFORTE | Afp

François Ozon es tan prolífico como poseedor de un virtuosismo siempre alquímico para las tramas sinuosas, donde su habilidad para inquietar o proponer sombras de dudas o falsas apariencias va siempre un paso por delante del espectador. Sucede en Frantz, remake de la olvidada Remordimiento, de Lubitsch, en la cual las sospechas sobre una identidad brumosa, la de un soldado francés que viaja a Alemania tras la I Guerra Mundial para conocer a la viuda de su amigo muerto en batalla, van espesándose hasta tomar trazas hitchcockianas.

En Frantz, Ozon opta por el blanco y negro para conducir a su protagonista femenina -notable Paula Beer- por ese vértigo que le llega de entre los muertos y las trincheras. Y es un precioso ejercicio de estilo la forma en que es capaz de manipular -en el buen sentido- certezas y de ir haciendo prestidigitación argumental, sin necesidad esta vez de cargar las tintas del morbo como en su cine suele suceder.

El austriaco Ulrich Seidl no pierde ocasión de indagar en los sótanos del alma humana. En Safari propone una expedición a la sordidez seca que preside los rituales esos ciudadanos occidentales que viajan a África y pagan a tanto el antílope o el cuello retorcido de jirafa. Su cámara de entomólogo de la crueldad no pierde ocasión de mostrarnos la frialdad de las maniobras con la mira telescópica y el colonialismo viejo de sus opiniones sobre ese continente donde bajan a por sus piezas.

También el trabajo sucio de esos nativos que desarman una cebra hasta hacer de su piel ensangrentada un perfecto disfraz de carnaval. Y que roen los huesos de los animales que sus clientes -naturalmente, Seidl, implacable, solo ha podido filmar a la working class de los cazadores, no a los que pagan por leones o elefantes- celebran con camaradería obscena.