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«El bosque infinito»

H. J. P. REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

La escritora estadounidense Annie Proulx es una de las grandes figuras de la literatura del último cuarto del siglo XX y comienzos del XXI

03 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

A Annie Proulx (Norwich, Connecticut, 1935) se la conoce por la afortunada adaptación al cine de sus relatos Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005) y Atando cabos (Lasse Hallström, 2001), pero debería conocérsela (y amársela) por su obra, por su narrativa. Es más, Atando cabos (1993) le granjeó el premio Pulitzer y el National Book Award. Y es que -escritora tardía, comenzó a publicar frisando la cincuentena- es una de las grandes figuras de la literatura del último cuarto del siglo XX y comienzos del XXI. Parecía ya un nombre amortizado y hete aquí que, después de quince años de silencio, llegó a las librerías en el 2016 El bosque infinito (traducido enseguida por Carlos Milla Soler para Tusquets). Gran maestra del cuento -no en vano ganó en dos ocasiones del premio O. Henry, una de ellas en 1998 precisamente por Brokeback Mountain, tras aparecer en The New Yorker-, ya octogenaria, pero con la mente lúcida, se embarcó en una asombrosa epopeya, una obra monumental de más de ochocientas páginas en la que recorre tres siglos (desde finales del XVII) alrededor de dos familias. Venganzas, trabajos, desvelos, miserias, infamias, empresas, matrimonios, sueños, renuncias y aventuras con el negocio de la madera en los grandes bosques de Canadá como fuerza motriz e hilo conductor. Los dos clanes (los Duquet y los Sel) representan la vieja y fiera lucha entre la ambición económica depredadora del hombre blanco y la necesidad del nativo de vivir pegado a la tierra. Es la historia del saqueo de la naturaleza, el expolio de los recursos, los abusos cometidos en el [voraz] nombre de la civilización y el progreso, un novelón que transpira amor por la ecología y que deja un mensaje (casi una angustiosa llamada) sobre los riesgos de la destrucción de los bosques. Un libro a la antigua, reconoce Proulx, que se sitúa muy lejos de esa moda ombliguista que hurga en «la familia disfuncional, tan cara a la mayoría de los escritores norteamericanos».