Robert Redford y Jane Fonda, vestigios de algo que se llamó Hollywood

José Luis Losa VENECIA / E. LA VOZ

CULTURA

ALESSANDRO BIANCHI | Reuters

El artista chino Ai Weiwei presenta «Human Flow», su documental sobre la crisis mundial de los refugiados

02 sep 2017 . Actualizado a las 09:21 h.

Esta Mostra convirtió este viernes el rendido tributo a Robert Redford y Jane Fonda en una preclara metáfora sobre el canto del cisne de aquello que conocimos como Hollywood. Los dos más totémicos exponentes de lo que fue el sostenimiento del star-system hace ahora medio siglo, cuando coincidieron en pantalla en La jauría humana, llegan al Lido con Nosotros en la noche, una peliculita meliflua donde encarnan a dos almas invernales y trémulas. Peliculita que, atención, nunca llegará a verse en un cine, salvo este pase elegíaco en la Mostra: porque es una producción de Netflix.

La alegoría de estos diría que patéticos restos del naufragio en el cual ya no existe el concepto de estrella -porque prácticamente no hay nombres que mantengan aquello del tirón de taquilla- se hace sangrante en la momificación de estos dos mitos a la que asistimos en este filme. Encarnan a dos vecinos solitarios y que suman 160 años repartidos al 50 %. Apenas se conocen pero Fonda llama a la puerta y le propone al tipo -que cabalgó a lomos de seísmos épicos de la historia del cine como Dos hombres y un destino o Los tres días del cóndor- que compartan de vez en cuando la cama, que duerman juntos -sin sexo por medio «porque hay que sobrevivir a la noche»-. Es impensable una definición más cruda de la situación de estos dos colosos de un Hollywood que no existe más.

Redford ha pasado de ser el mesías del cine indie, el creador de Sundance, a producir e interpretar, con gesto cariacontecido, para Netflix. Y Jane Fonda, de quemar banderas de barras y estrellas cuando las algaradas contra la intervención en Vietnam a ser la abuela de la casa de la pradera. No dejo de preguntarme sobre la necesidad que uno y otro tendrían de pasar este mal trago llamado Nosotros en la noche, cinta dirigida por Ritesh Batra. No sé si para despejar la incógnita habrá que pensar en la pasta que Netflix puede haber puesto para la operación publicitaria en el Lido. 

«Lean on Pete»

Andrew Haigh es el realizador británico que triunfó hace un par de años con otro largometraje de amores otoñales llamado 45 años, que tuvo el mérito de reflotar la carrera de la fascinante Charlotte Rampling. Haigh da el salto a Norteamérica y el viaje se le atraganta en la muy torpe Lean on Pete. Nos cuenta el via crucis de un adolescente huérfano hipnotizado por la belleza de un caballo de carreras hípicas de mala muerte.

El filme es una sucesión de desdichas catastróficas e inopinadas, un pésimo encadenado de fatalidades que lleva al protagonista a sufrir muertes de seres queridos -incluido el corcel con el que atraviesa el Medio Oeste-, a meterse en broncas con seres patibularios, a terminar lumpen, fané y descangallado. Está tan mal escrito y desarrollado el guion que hasta su punto de redención, aun después de ver al actor Charlie Plummer tan apaleado, te resulta indiferente. Aunque luego igual le cae un premio de sufridor en el palmarés. Por su vida cruzan algunas viejas glorias del cine indie -sí, el que apadrinaba Redford antes de momificarse- como Steve Buscemi, Chloe Sevigny o Steve Zahn y pasan al tun tun, como toda la cabalgada sin tino que es Lean on Pete.

Vanidoso y ubicuo

Ai Weiwei es ese polifacético artista chino cuyas performances le convirtieron en disidente oficial frente al régimen de Pekín. Y el papel ya le ha ido bien. Desde hace un tiempo también dirige cine y la Mostra presenta a concurso Human Flow. Es un documental que quiere ser denuncia urbi et orbi de la crisis humanitaria de los refugiados y la migración ilegal. Sería imposible que este travelling de dos horas y media por dantescos escenarios de Gaza, Irak, Kenia, Bangladesh, la isla de Lesbos o el paso de Calais no te generase muy mal cuerpo. Pero a cuento de qué ese exhibicionismo personal del vanidoso y ubicuo Ai Weiwei, chupando plano a medio camino entre Narciso y el Pato Donald en medio de tanta y tan jodida mortandad.