
Yuyama hace una película en la que se gasta un tercio de lo que pagó Universal por «Mascotas», pero que es tres veces menos creativo o hermoso
06 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.Ya que los vídeos de gatitos reinan sin oposición en el proceloso mundo de los teléfonos móviles, parecía inevitable la llegada de un filme como el que nos ocupa. «Nunca trabajes con niños, perros o Charles Laughton» decía el poco empático Hitchcock. Y, una vez sufrida Gatos, por mucho que nos gusten los felinos caseros, pensamos que quizá Sir Alfred debería haber añadido los mininos a su lista negra.
Bueno, está bien, ya basta de ser tan negativo, la película hasta puede ser un alivio para los papás de criaturas preschool que no tienen a dónde ir con sus retoños. Y también es muy cierto que no todo va a ser Miyazaki, Oshii, Hosoda y otras exquisiteces del cine de animación japonés. Frente a los estudios Ghibli, los Bandai hacen películas más adocenadas, para el consumo rápido. Por eso Yuyama, curtido en el departamento de arte emborronando los célebres Akira, Dragon Ball, Pokémon y Pikachu, se ha apuntado al asunto del bichito tipo peluche con miraditas tiernas y suspiritos que rompen corazoncitos ingenuos.
Menos mal que hay algo de Garfield, Don Gato y hasta de Takeshi Kitano en el lustroso, atigrado y callejero felino «gatulón» que le dicta una útil educación sentimental al minino negro protagonista de la cinta. «Los gatos callejeros no viven si no se mueven», le dice a la relamida mascota que se perdió en la jungla de Tokio, o en el bosque quizá, siguiendo a su caprichosa amita, que, ¡atención!, le llevaba unas frambuesas a su abuelita. ¡Vaya!
Pero, en realidad, el artesano Yuyama intentó fusilar el Mascotas de Illumination, o quizá Los Aristogatos o incluso La dama y el vagabundo, incluyendo escena de los bichos sin hogar engatusando a las cocineras de un restaurante. Eso sí, lo ha hecho gastándose un tercio de lo que pagó Universal por Mascotas, pero también produciendo algo tres veces menos creativo o hermoso. Las texturas de los «peluches» están bien pero los movimientos flojean, y en el guion, el ternurismo le gana la batalla al muy friki mundo del humor bruto japonés. Ah, «¡y no confíes en los humanos!»... curioso mensaje para una película infantil.
«Rudolf, the black cat / Rudorufu to Ippai-Attena»
Japón, 2016.
Directores: Kunihiko Yuyama y Motonori Sakakibara.
Animación.
88 minutos.