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Una vida a la luz del faro de Sálvora

Montse García Iglesias
Montse garcía SANTIAGO / LA VOZ

CULTURA

xoan a. soler

Julio Vilches resume veinte de sus 37 años en la isla en un libro basado en los cuadernos de bitácora

29 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Sálvora fue su primer destino como farero tras las prácticas y el único. El valenciano Julio Vilches, técnico mecánico en señales marítimas, llegó a esta isla de la ría de Arousa en 1980 y este agosto realizó su último servicio. Ahora, las primeras dos décadas de esas vivencias acaban de ver la luz en Sálvora, diario de un farero (Hoja de Lata), un libro inicialmente pensado para sus hijas y hermanos. 

La publicación se basa en el cuaderno de bitácora que fue escribiendo el farero junto a otros dos compañeros. Diecisiete libros, que se han repartido entre los tres, en 37 años. A lo que en principio eran únicamente anotaciones técnicas, les fueron añadiendo cuestiones más personales para convertirlos en un vehículo de comunicación más amplio. El volumen, que se presentó ayer en la librería Numax de Santiago, es un reflejo «del variado panorama de todas las cosas que pueden ocurrir en una isla deshabitada». La mayoría relacionadas con pescadores, mariscadores, la gente en veleros, pero también con contrabandistas: «La soledad queda un poco relegada. Se habla muy poco de ella, aunque ocupaba más del 50 %». ¿Destierra la idea de que la vida de farero es solitaria y de que en la isla no pasaba nada? «Pasan muchas cosas, pero el lector también puede intuir que hay mucha soledad», responde.

Vilches tuvo la oportunidad de buscar otro destino, pero prefirió quedarse. «Sálvora es un escenario mágico a nivel estético, pero lo más importante son las condiciones de vida, con un escenario natural a tu alrededor, sin horarios más allá de la llegada de la noche y del día, sin llaves, sin documentación... se crea una relación especial», afirma.

No todo fueron rosas en esos 37 años con el cometido de que el servicio del faro no se interrumpiese por la noche y, si esto sucedía, que fuese el menor tiempo posible. Hubo contratiempos. Para él, los momentos más duros están relacionados con la muerte de algunas personas. Eso sí, precisa que nunca pasó miedo: «La puerta principal del faro estuvo abierta día y noche siempre». Los mejores recuerdos son sus hijas pequeñas en Sálvora.

El faro ya está automatizado. ¿Está condenada a desaparecer su profesión? «En otros países hay, como en Portugal. No me parece bien que desaparezcan, en faros remotos y en lugares estratégicos deberían tener personal permanentemente», defiende.