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«I, Tonya», reverso proletario del caso O. J. Simpson

José Luis Losa RÓTERDAM / E. LA VOZ

CULTURA

Margot Robbie encarna a la patinadora Tonya Harding
Margot Robbie encarna a la patinadora Tonya Harding

El filme, basado en el escándalo de la patinadora Tonya Harding, tiene a sus dos actrices nominadas al Óscar

28 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El pasado año, el juicio más célebre de la historia de los Estados Unidos, el de O. J. Simpson, fue carne dramática por partida doble: en una serie prescindible y en un documental mastodóntico, majestuosa reconstrucción del ascenso y caída de un ídolo y de las fracturas profundas de la Norteamérica de finales del milenio: la racial y la de clases. I, Tonya, que tuvo ayer su première en Róterdam, viene a ser el preclaro reverso en clave proletaria de la deriva de O. J. Simpson, desde la cima de los patricios en su mansión californiana de Brentwood.

Tonya Harding protagonizó en 1994 un escándalo que deslizó el patinaje artístico y sus loops dobles arcangélicos hacia el lodazal, cuando se vio implicada en un ataque para lesionar a su rival para los Juegos Olímpicos Nancy Kerrigan. Craig Gillespie acierta al acercarse a este caso desde la óptica de quien sabe que va a descender del hielo a los infiernos, de la armonía del salto triple al castañazo de una Norteamérica profunda que vive de la confrontación y el odio. Porque, aunque el origen de estos hechos se inscribiesen en la era Reagan, I, Tonya está recorrida en su sordidez por un espíritu que remite inequívocamente a la obscenidad del reinado de Trump. Este contraste de la apaleada working class a la que Tonya Harding pertenecía, y su aspiración a lo sublime danzando en la pista de patinaje, cobran aun más vida gracias a la composición que Margot Robbie (nominada al Óscar, al igual que lo está Allison Janney por encarnar a su madre chacal) realiza de esta desclasada princesa del barrizal. En torno a ella gira un carrusel de seres que, aunque pasados por el tamiz del humor, muy bien tendrían espacio en los tumefactos universos, entre delictivos y psicopáticos, de Jim Thompson. Y el filme, más que notable, va creciendo al ritmo en el cual su virtuoso montaje encadena las coreografías celestes de Tonya Harding sobre el escenario helado con las patibularias aspas que movían fuera de ella su vida, la de un trágico ejemplar de la llamada basura blanca, la Norteamérica descarrilada de cualquier futuro de la que se alimenta sin ambages Donald Trump.