«Verano de una familia de Tokio», sonrisas niponas, lágrimas de todos

miguel anxo fernández

CULTURA

Sin renunciar a las risas de las entregas anteriores, deriva hacia uno de los problemas más comunes en la gente mayor: la soledad y sus lágrimas

09 abr 2018 . Actualizado a las 08:11 h.

Cuando el muy veterano Yôji Yamada versionó con Una familia de Tokio (2013) al admirado Yasujiro Ozu y su magistral Cuentos de Tokio (1953), parecía que reprodujera la luz y la poesía del maestro más de medio siglo después. Ya en el 2016 la prolongó con Maravillosa familia de Tokio, y su intención viraba hacia la comedia costumbrista, como más ligera aunque apelando a la mesura. Para los occidentales era también una simpática radiografía de la clase media nipona, aunque asumiendo una estructura más de género y buscando la sonrisa del espectador. Temas como el machismo, las relaciones con los suegros, los hijos y sus parejas, en fin, que se disfrutaba sin mayores pretensiones y todavía a lo lejos tenía un cierto aroma ozuano... Un año después, espoleado por la acogida popular en su país, la complicidad del reparto y aprovechando la veteranía de Yamada, que rueda rápido -casi noventa filmes y un centenar muy largo de guiones desde 1960-, llega Verano de una familia en Tokio, cuyo guion gira en torno al patriarca.

Sin renunciar a las risas de las entregas anteriores, deriva hacia uno de los problemas más comunes en la gente mayor: la soledad y sus lágrimas. Si la trama parte de algo también habitual, como algunos problemas conyugales y una pequeña conspiración para evitar que conduzca, el asunto se complica cuando un viejo amigo reaparece en su vida. Puede que el veterano actor Isao Hashizume vaya cargado en su registro de abuelo, y puede que el guion haya simplificado algunas situaciones al límite de la caricatura, pero tampoco la película se planteaba otro objetivo que mantenerse abrigada a la comedia ligera, a modo de crónica que tendrá su continuación en pocas semanas, con el estreno de la nueva entrega en Japón. Más allá de que las situaciones puedan saber a vistas y reflejen cómo la sociedad nipona actual es muy permeable a los modos occidentales, lo cierto es que en lo formal Yamada dirige con una abrumadora sencillez, cualidad reservada a los grandes. Mientras, en el fondo, es lo que dice el título: el verano de una familia en Tokio.