
Una exposición del Museo del Prado muestra el proceso creativo del artista flamenco
28 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.A diferencia de la mayoría de exposiciones en la que se suele ver el cuadro acabado, la muestra de Rubens en el Museo del Prado permite contemplar los dibujos del pintor de bocetos más importante del arte europeo. De los cerca de 500 bocetos que pintó Rubens, en esta exposición -abierta hasta el 5 de agosto- se pueden disfrutar 73, procedentes de instituciones de todo el mundo. También incluye dibujos, estampas y pinturas, hasta llegar a 93 obras, que dan contexto a los bocetos. Gran conocedor del arte clásico, Rubens (1577-1640) pintaba básicamente obras de temática religiosa y mitológica, entre otras demandas de sus clientes. La exposición es una clara muestra de ello. En Hércules venciendo a la Discordia se observa la voluntad de Rubens de pintar las figuras de la Antigüedad de carne y hueso, lejos de la rigidez del mármol. Lo mismo pasa -entre muchos otros- con Aquiles matando a Héctor, lienzo en el que se puede comprobar perfectamente la forma del cuerpo de las dos figuras, a pesar de ser un boceto. «Los bocetos tienen un papel muy importante para los pintores», explica la profesora del departamento de historia del arte de la Universidad de Barcelona (UB) Carme Narváez, que recuerda que es la «traducción más directa del pensamiento del pintor».
Concretamente, la profesora asegura que la diferencia de los bocetos de Rubens con los de los otros autores es que «tienen color». «Les ponía color porque los quería ver y eso los hace excepcionales», ratifica Narváez, que recuerda que esto le comportaba mucho más trabajo. Antes de Rubens muy pocos pintores -solo en Amberes e Italia- practicaron el boceto con pintura al óleo, ya que lo que se utilizaba hasta entonces era el dibujo. La aportación de Rubens consistió en incluir sistemáticamente imágenes pintadas al óleo y en soportes más duraderos que el papel. «Él siempre quiso conservar los bocetos, les tenía un cariño especial», apunta la profesora, que recuerda la influencia que tenía la pintura veneciana en sus obras. En este sentido, reivindica que para Rubens «el color» en los bocetos era «igual de importante que las maquetas lo son para los arquitectos». Precisamente, cree que su pincelada es lo que convierte a Rubens en un artista diferente. «Es muy constructiva, muy personal», considera esta especialista, que añade que, «combinada con la utilización del color, lo convierte en un artista comparable con Velázquez».
Algunos de los bocetos le servían a Rubens para elaborar sus ideas sobre la nueva composición, y muchos los pintó para enseñárselos a sus clientes o como guía para sus colaboradores. Aunque al hablar de bocetos se piensa generalmente en trabajos pequeños y no terminados, en la exposición se puede comprobar que en el caso de Rubens son muy variados. Las obras tienen dimensiones muy diferentes. Un ejemplo de ello es Filopómenes descubierto (50 por 66 centímetros), el boceto al óleo preparatorio para el fundamental cuadro del Prado del mismo título. Según el libro Rubens. Pintor de bocetos, probablemente esta pieza tuviera un doble propósito. Sirvió -señala- para enseñárselo a un cliente y para dar instrucciones a su colaborador.
Sensualidad y fecundidad
En la exposición también se pueden observar diferentes bocetos de desnudos, buscando encarnar sensualidad y fecundidad. Ejemplo de ello es el clásico Las tres gracias (46,5 x 34,5 cm), como emblema de belleza y amor, en el que aparecen desnudas y con visibles curvas. También expresa su visión poética de la belleza y sexualidad con Tres ninfas con el cuerno de la abundancia (30,9 x 24,3 cm). Tal y como apunta el libro Rubens. Pintor de bocetos, al colocar la cornucopia entre las piernas de una de las ninfas, Rubens explicita la conexión entre la «abundancia y la sexualidad».
Como epílogo a la exposición, el visitante encontrará un pequeño boceto de un retrato de Clara, la hija de Rubens, cuando contaba cinco o seis años. La obra no se asemeja a otros retratos de Clara, sino que se puede observar el claro amor que proyecta el autor en la imagen de su hija.