Renuncias, aplazamientos y premiados cuestionados. La historia de los momentos más espinosos del galardón más importante de la literatura universal
04 may 2018 . Actualizado a las 18:10 h.No habrá Nobel de Literatura este 2018, consecuencia de un doble escándalo -de filtraciones y denuncias de acoso sexual- que ha provocado la salida de la Academia Sueca de ocho de sus 18 miembros. Gravemente herida, totalmente desacreditada y debilitada, la institución ha decidido echar el freno, hacer examen de conciencia, modernizar sus estatutos y reforzar la confidencialidad, posponiendo el galardón al 2019, año que contará con dos premiados -uno con retraso-. Pero este no es el primer obstáculo que la longeva distinción ha tenido que sortear.
Hasta en siete ocasiones el Premio Nobel de Literatura tuvo que ser suspendido: en 1914, en 1918, en 1935 y de 1940 hasta 1943, en ambos casos por las dos Guerras Mundiales.
Otras siete veces fue atrasado. Los estatutos de la Fundación del Nobel permiten aplazar la concesión del premio hasta el año siguiente y, entonces, entregar dos. «Si ninguno de los trabajos tomados en cuenta se considera de la importancia indicada en el primer párrafo, la cuantía del premio se reservará para el año siguiente. Si incluso entonces no se puede entregar el premio, la cantidad será añadida a los fondos de la Fundación», indican. Tuvo que echar mano de ellos, por ejemplo, en 1926, cuando el irlandés George Bernard Shaw recibió el premio correspondiente a 1925.
En toda la historia del Nobel de Literatura, solo dos galardonados han rechazado el premio, uno de ellos ni siquiera de forma voluntaria. Fue en 1958. El escritor soviético Boris Pasternak (Doctor Zhivago) tuvo que renunciar al galardón presionado por su Gobierno. Décadas después de su muerte, en 1989, su hijo aceptó el premio en su nombre.
El segundo rechazo se produjo en 1964 y fue, esta sí, una decisión meditada, firme. El francés Jean-Paul. Sartre optó por prescindir de tal prestigiosa distinción porque, consideraba, «todo premio te hace dependiente. Esto no le impidió, no obstante, que 11 años después preguntase discretamente al Comité del Nobel si era posible recibir la dotación de 273.000 coronas suecas. La petición fue denegada. Ya en 1926, George Bernard Shaw había hecho un amago, insinuando en un primer momento que no quería recibir el galardón. Pronto se arrepintió y cambió de opinión.
En 1997, el problema fue el galardonado, el dramaturgo italiano Dario Fo, al que algunos consideraban un bufón. Fo, revolucionario en toda regla, respondió con un incendiario y muy aplaudido discurso que tituló Contra jugulatores obloquentes. Otro momento espinoso se vivió en el 2004, cuando la austriaca Elfriede Jelinek se ausentó en la ceremonia alegando motivos psíquicos que le impedían comparece en público. Al año siguiente, el escritor Knut Ahnlund, no conforme con el veredicto sobre Jelinek, renunció como miembro de la academia. «Ha arruinado el valor de esta distinción», consideró.
La mayor polémica, sin embargo, queda más cerca que lejos. Hace dos años, la Academia Sueca decidía inesperadamente aupar al podio literario a un músico, en lugar de a un escritor. Bob Dylan se hizo en el 2016 con el Nobel de Literatura por «haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición de la canción americana», argumento que desató iras de los más puristas, algunas carcajadas en el mundo de las letras y un gran aplauso del pueblo, especialmente de los devotos del autor de Blowin in the Wind. La controversia, lejos de aplacarse, se vino arriba tras hacerse público su nombre.
Dylan estuvo semanas sin dar señales de vida y, cuando al fin las dio, se decantó por no hacer acto de presencia en la ceremonia de entrega. En su lugar, envió un discurso -que, por cierto, fue tachado de plagio- y a Patti Smith para versionar uno de sus temas. La emoción le jugó una mala pasada y se vio obligada a parar la actuación y volver a empezar.