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«Rebelde entre en centeno»: Holden Caulfield ha muerto

eduardo galán blanco

CULTURA

El actor Danny Strong debuta en la dirección con un irregular biopic de Salinger que fluctúa entre algunos -escasos- buenos momentos e interminables mares de tedio

11 may 2018 . Actualizado a las 08:22 h.

«Holden Caulfield ha muerto», escuchamos en off, sobre la imagen de una mano que intenta escribir, entre temblores. Comenzar así una biografía sobre Jerome David Salinger, con el escritor certificando la muerte de su criatura literaria y alter ego, puede parecer destroyer y valiente, pero, en realidad, no es más que el prometedor y engañoso prólogo de un irregular biopic que fluctúa entre algunos -escasos- buenos momentos e interminables mares de tedio, armado de una corrección excesiva que pesará como una losa, incluso para los fans de El guardián entre el centeno.

La novela de culto de Salinger tuvo una decisiva influencia en la literatura y el cine de la segunda mitad del siglo XX -desde Rebelde sin causa hasta El graduado, pasando por Los 400 golpes- y la adoraron millones de jovenzuelos y también algunos asesinos, como aquel que mató a John Lennon; así que uno podría pensar que Rebelde entre el centeno quizá nos ofrecería jugosas lecturas sobre el nihilismo existencial del que somos hijos. Sin embargo, lo que se nos cuenta solo gira alrededor de la fama de «eremita loco» de Salinger, y eso es prácticamente lo único que abarrota la decepcionante película con la que debuta en la dirección de largometrajes el actor Danny Strong. Puede sonar a tópico, pero seguramente haría falta la mano de un maestro experimentado para llevar a buen puerto una semblanza tan espinosa y compleja como la de J. D. Salinger.

En diferentes flashbacks asistimos a los años mozos del escritor -interpretado sin el menor encanto por Nicholas Hoult-, rebelándose contra su destino de Rey del bacon -el oficio de su padre-, aconsejado por su valedor, el profesor y editor With Burnettt, a su frustrado enamoramiento de Oona O'Neill -que prefirió a Chaplin-, o a la traumática experiencia en la Segunda Guerra Mundial. Pero todo es pura ilustración y está terriblemente vacío, incluida la plana relación entre un autor y un editor -mejor explicada, por ejemplo, en El editor de libros-, muy a pesar de los buenos intentos de un paternal Kevin Spacey que con su encarnación parece intentar expresar cosas que no estaban en el guion.