«Colmillo blanco», un sugestivo London animado

Miguel Anxo Fernández

CULTURA

Colmillo blanco es un perro lobo que nace en las montañas del Yukón y pasa por numerosas peripecias hasta que, ya adulto, regresará a su medio natural después de haberlo conocido todo en su relación con los seres humanos

20 jun 2018 . Actualizado a las 07:12 h.

Lo bueno de la animación es que hay vida más allá del mainstream liderado por las multinacionales de Hollywood. Con la imbatible Pixar al frente, se pueden permitir producciones millonarias orientadas a recoger taquilla, dejando para el resto del espectro animado los aportes más singulares, algunos con vocación minoritaria en cuanto a aspiraciones taquilleras, pero en general movidos por un respeto al género que se traduce en obras singulares pese a su modestia económica. El largometraje Colmillo blanco, coproducción estadounidense con Francia y Luxemburgo, se suma a este último grupo después de haberse presentado en Sundance y acabar adquirido por Netflix para su emisión cuando toque.

Quizá porque además de adaptar un clásico de la literatura popular del siglo XX desde su publicación en 1906, a cargo del prolífico Jack London, el trabajo de Alexandre Espigares -que en el 2014 recibió el Óscar al mejor corto animado, Mr. Hublot- luce un toque naíf para regresar a los viejos temas del bien, el mal, la añoranza de la naturaleza salvaje y las tendencias animalistas. Presenta también una clara voluntad de alejarse del patrón Disney en cuanto a no caer en sus tópicos de humanizar al mundo animal a niveles de empalago, y al tiempo, evitar los tópicos de versiones anteriores con actores, que reducían sus miradas a simple género de aventuras.

Colmillo blanco es un perro lobo que nace en las montañas del Yukón y pasa por numerosas peripecias hasta que, ya adulto, regresará a su medio natural después de haberlo conocido todo en su relación con los seres humanos. La historia es bien sabida y no volveremos sobre ella, pero la labor de Espigares adquiere notoriedad al apostar por una animación convencional, alejada de la tridimensionalidad, para que su vistosidad formal no desequilibre las numerosas moralejas que propone, pensando en un público familiar, y aspirando a tocar la fibra del espectador más curtido. La eficiente música de Bruno Coulais, contribuye a que bajo la aparente sencillez del filme, se oculte una honesta propuesta ética y estética que la eleva más allá de otra de dibujos.