La soprano poseía una personalidad única, arrolladora, de un magnetismo que se sobreponía a cualquier defecto
07 oct 2018 . Actualizado a las 11:55 h.El destino de los artistas se encuentra tasado como el del resto de los mortales, solo que los primeros (sobre todo si se trata de actores o cantantes) suelen morir dos veces: la primera, cuando les llega la hora de abandonar los escenarios, la última, al recibir la visita impostergable de la parca. Montserrat Caballé había dejado de cantar ópera hace ya algún tiempo, aunque aún seguía dando puntuales recitales casi siempre en lugares remotos, muy bien remunerados, lo que seguramente estuvo en el origen de aquellos últimos, aireados quebrantos con el fisco.
Su leyenda pertenece a otro tiempo, cuando la ópera todavía no se había convertido en ese remedo del cine, con la música como mera banda sonora y cantantes bellos y esbeltos como las estrellas de Hollywood pero incapaces por lo general de emocionar a nadie. Seguramente hoy habría tenido razón aquel director de teatro que después de una audición le dijo a la joven soprano barcelonesa que ella jamás haría carrera en la ópera. Ahora mismo, su físico rotundo la hubiera alejado casi con toda seguridad del Grand Slam de la lírica, aunque cantara como los ángeles.
En 1965, su apabullante éxito con la Lucrezia Borgia en el Carnegie Hall la había llevado directamente a la primera página del New York Times, que la saludó como la sucesora de la Callas. Y de ahí ya no se apearía. Por fortuna, en Galicia se la pudo escuchar cantando una ópera completa ya por aquel entonces. Entre su debut en el Liceo de su ciudad con Arabella, en 1962, y la consagración neoyorquina, el Festival de Ópera de A Coruña pudo disfrutarla en una Madama Butterfly con anécdota sabrosa que recoge hasta su notable biografía (la más completa y certera) editada en el Reino Unido.
Durante esa representación veraniega de 1963, y mientras ambos cantaban el conocido dúo de amor que cierra el primer acto de la obra pucciniana, el impetuoso tenor, Bernabé Martí, le estampó un apasionado beso a su compañera que ha durado más de medio siglo, sellando sobre las mismas tablas del Teatro Colón su compromiso formal. De ahí el cariño que la pareja le tenía a esta ciudad, que luego visitaron juntos más veces.
Después vendrían algunos conciertos y recitales, entre los cuales uno de los más recordados sería quizá el de Santiago, durante el Xacobeo de 1993, en la Praza da Quintana, interrumpido brevemente por el sonido de la Berenguela. Pero seguramente nada como aquella Butterfly en plenitud, justo antes de que la Caballé pusiera rumbo a los grandes escenarios internacionales donde triunfó una y otra vez, e incluso conoció el fracaso y el éxito más absolutos en una misma velada, como en aquella célebre Anna Bolena de La Scala, cuando el inflamado público pasó de las protestas iniciales (hasta «bruja» se escucha nítidamente como le gritan en la grabación de aquella sesión histórica) al paroxismo en las tremendas aclamaciones postreras, después de una antológica escena final para el recuerdo. La Caballé era, además de una cantante soberbia dotada de una de las más bellas voces de soprano que jamás hayan existido y de un sentido innato para el fraseo, una artista de raza con una personalidad única.
Volviendo a Galicia, recuerdo una impagable conversación con el gran Riccardo Muti en Santiago, después de uno de los conciertos que hicimos durante el último Xacobeo. Le pregunté al maestro por alguna de sus grabaciones favoritas, y sin dudarlo un instante me dijo que sentía una extraordinaria predilección por la Aida de Verdi registrada a inicios de los 70. Claro, había contado para la ocasión con Plácido Domingo y Piero Cappuccilli, en plenitud, en el reparto. Pero no. Lo que más le había impresionado de aquellos días en los estudios, lo que jamás habría podido olvidar durante toda su vida era el sonido de la voz de Monserrat Caballé recreando las melodías verdianas. Si alguno de esos profesores vocacionales que aún quedan en las escuelas, de donde los miserables políticos de hoy han retirado la enseñanza de la música y las Humanidades, deseara un día mostrarle a sus alumnos en qué consiste la auténtica belleza bastaría con que se sirviera de un fragmento de esta grabación o de cualquiera de las que la Caballé realizó de Vincenzo Bellini o Richard Strauss.
Descanse ahora en paz quien tanto amor profesó hacia la música y con tanta generosidad, entrega y saber hacer se consagró a la noble tarea de servirla.
«No habrá nunca otra como ella»
Saioa Hernández es soprano y fue discípula de Monserrat Caballé
La soprano madrileña Saioa Hernández tuvo la suerte de trabajar muy de cerca con Montserrat Caballé. Ayer no ocultaba su tristeza ante la noticia de su muerte. «Estamos todos muy tristes -explica- porque es una gran pérdida para el mundo de la lírica pero sobre todo personal, para todos los que la hemos conocido y somos afortunados de haber recibido sus consejos o, simplemente, de pasar tiempo con ella, porque era una persona fantástica».
Hernández guarda un gran recuerdo de la temporada en la que Caballé ejerció para ella de maestra. «Yo preparé con ella dos roles que fueron mis debuts: Norma e Il Pirata. La primera en Catania, con un estreno premonitorio de lo que iba a ser mi carrera; y el segundo en España. Gracias al tiempo pasado con ella aprendí muchísimo, no solo técnicamente, si no también por la que era su actitud ante la vida, ante el canto, y por lo directa y divertida que fue siempre».
Si la soprano tuviese que destacar algo de Montserrat Caballé sería su sencillez. «Ella era un ejemplo -afirma- por la humildad y la sencillez con la que ha afrontado siempre todo. Decía que ella no era una diva, a pesar de que lo era, lo quisiera o no. Era impresionante la alegría con la que afrontaba todo y también lo es su legado técnico. Su modo de cantar llenó de expresividad el bel canto, no era un bel canto vacío y frío. Me gustaba mucho también cómo usaba ella la voz de techo. No solamente los agudos. Su voz siempre estaba en el sitio justo y era increíble».
Saioa Hernández nunca olvidará el día en que Caballé la presentó en un concierto como «la diva de nuestro siglo». «Lo que dijo en ese momento fue un regalo enorme para mí que me quedará para siempre. Aún me emociono al pensarlo, recuerdo que tenía que salir a cantar después y estaba nerviosísima».
Como alumna de Caballé, Saioa es todo admiración. «Cómo afrontó la carrera, las dificultades que tuvo por las distintas enfermedades... Era de una fortaleza increíble. No habrá nunca nadie como ella».