Marcos Giralt: «Nuestra vida, lo que pensamos, es un relato en permanente cambio»
CULTURA
En «Mudar de piel» Giralt Torrente reúne nueve cuentos sobre relaciones familiares con la culpa como telón de fondo
29 oct 2018 . Actualizado a las 14:39 h.Tras su autobiográfico Tiempo de vida, que abordaba su relación con su padre, el pintor Juan Giralt, y los cuatro relatos de El final de amor, Marcos Giralt Torrente (Madrid, 1968) publica un nuevo libro. Mudar de piel (Anagrama) reúne nueve cuentos sobre relaciones familiares, unidos por el telón de fondo de la culpa. El escritor hablará mañana de su obra en A Coruña (Fundación Paideia, 20.00 horas), en el marco de un acto organizado por el Ateneo Republicano de Galicia.
-En «Abrir ventanas», el narrador dice: «Apartarse de la vida para escribir sobre ella es la curiosa paradoja donde habitan los escritores». ¿Cómo es, en el caso de este libro, esa dicotomía de vida y literatura?
-En lo personal, ha sido un libro de lenta cocción entre otras cosas porque no me ha sido muy posible dejar la vida a un lado. Mientras escribía, me he dedicado a ver crecer a mi hijo y, como dice uno de los personajes de mi libro, ver crecer a un hijo es contemplar la vida en movimiento. Pero por otra parte, acaso porque me he regalado ese tiempo, es un libro también que sale de muy dentro. No he tenido que ir muy lejos para encontrar estas historias. Su germen lo llevaba conmigo.
-La culpa está detrás de estos cuentos. ¿Era un tema que le interesaba «a priori» o los propios relatos se fueron decantando hacia ahí de forma natural?
-La culpa siempre me ha interesado. Creo que es uno de los nudos que ciñen las relaciones, también las familiares. Podemos decir, incluso, que no hay familia sin culpa. De hecho, mi idea inicial no era escribir sobre la culpa. Quería escribir sobre la familia y la culpa apareció por sí sola. Cuando hablamos de culpa, tendemos a pensar en culpas «indigeribles». Pero ese tipo de culpa, la de quien voluntaria o involuntariamente comete un error fatal que afecta a otros, se da pocas veces. Las culpas que aparecen en mi libro son menores. Son culpas de familia y, por eso, muy a menudo recíprocas, algo que no suele darse en las grandes culpas. Es la culpa, por ejemplo, de la madre a quien no le gusta su hija y se siente tan culpable de ello como de no haber sabido educarla, y la culpa de la hija que se deja corroer por el rencor.
-Sus narradores se están explicando continuamente, como si fuese el mecanismo que necesitan para explicarse a sí mismos y ante los demás. ¿La narración es un medio para darnos forma?
-Por supuesto. Nuestra vida, lo que pensamos de nosotros y lo que pensamos del mundo y de los demás es un relato en permanente cambio. Lo que me interesa en mis cuentos es precisamente apresar ese momento en el que alguien se cuenta a sí mismo y, por cómo enfoca un determinado conflicto de su vida, entiende todo lo que hay detrás. Sobre todo lo que no muestra.
-¿Es una de esas virtudes de la narrativa breve, de sugerir y dejar en el aire lo que puede y debe completar el lector?
-Claro. No es algo fácil de conseguir, pero ese es mi objetivo cada vez que escribo. Tratándose de cuentos, creo que sugerir es incluso demasiado. Sugerir ya es señalar. El verdadero fuera de campo aparece sin que se le convoque. Es lo que queda al margen, sin contarse, y que precisamente por eso, a base de no ser señalado, adquiere una entidad determinante.
-La influencia de Alice Munro es patente, especialmente en el tono doméstico de los cuentos...
-Cada vez más aprecio ese entorno doméstico que está en Munro y que ha sido el ámbito tradicional de la literatura femenina. Creo que no se necesitan grandes batallas ni grandes conflictos para explorar la condición humana. A menudo la encontramos mejor definida en lo pequeño, en lo que pasa inadvertido salvo para el buen observador. Por otra parte, mi aprecio por Munro va más allá de su mundo. Lo que me interesa, más que nada, es su escritura. Su capacidad para levantar una historia reveladora a partir de pequeños detalles que van sumándose, aparentemente sin propósito, hasta que se llega al final.
-¿Se ha superado el prejuicio del cuento como género menor?
-Se ha superado en parte, porque es evidente que hoy se publican más libros de relatos. Pero no del todo. Aún aprecio cierto desdén en buena parte de la crítica, que inexplicablemente sigue sin considerarlos con el mismo rango que las novelas. Me refiero a la crítica española, porque en otros países es diferente. No ocurre en Hispanoamérica ni en EE.UU.
-Creo que tiene en proyecto un libro sobre su abuelo, Gonzalo Torrente Ballester...
-Realmente no es un libro sobre mi abuelo, es un libro sobre la huella que mi abuelo y mi abuela dejaron en sus hijos. Él, un escritor que casi siempre antepuso su vocación a cualquier necesidad familiar, y ella, una mujer que lo dio todo para que él consiguiera su objetivo y en el camino se dejó mucho de sí, empezando tal vez por el mismo amor.
«Mi literatura surge de la realidad, pero no soy realista»
En los cuentos de Mudar de piel se encuentran alusiones, de carácter autobiográfico, que remiten al lector a libros anteriores de Marcos Giralt.
-Los guiños autorreferenciales son bromas destinadas a los lectores de otros libros míos. Me divierte hacerlos de vez en cuando. Es una manera de recordar al lector que está leyendo una ficción. Mi literatura surge de la realidad y trato de indagar en ella, pero no me propongo retratarla con asepsia. No soy un escritor realista. El realismo se limita a dar cuenta, a levantar acta, y yo quiero ir más allá. Es una manera de ponerme como escritor a la altura de mis criaturas. No exploro las distintas posibilidades de mí mismo. Fabrico espejos donde pretendo que cualquiera pueda mirarse. No me importa si en ocasiones se ven las bambalinas. Forma parte del juego, como forzar la verosimilitud. El cuento Baker y margaritas, mi preferido del volumen, es un ejemplo de ello. Lo hace Nabokov, lo hace Bellow, lo hace Doctorow… Lamentablemente hay críticos que parecen no haberlos leído.
-¿Y podría explicar esa manía suya del número impar en los libros de cuentos?
-Soy un obseso de la estructura. Todos mis libros la tienen muy marcada y en un libro de cuentos la única forma de hallar una simetría es que estos sean impares para que un cuento actúe de centro del conjunto. Pero creo que no soy solo yo. Me parece que son mayoría los libros de cuentos que los contienen en número impar. 5, 7 y 9 son las cifras más comunes. Yo no seguí la norma en mi libro anterior, El final del amor, y me quedé con la culpa. De ahí nace Mudar de piel, y del tiempo viendo crecer a mi hijo.