El respetuoso oyente de Sócrates

M. Lorenci / O. Belategui MADRID / COLPISA

CULTURA

De Luna estrenó su última película, «Miau», el pasado día 19 de octubre
De Luna estrenó su última película, «Miau», el pasado día 19 de octubre Morell

Contertulio del Café Gijón, Álvaro de Luna, el actor que encarnó al Algarrobo, «aprendía» de colegas como Fernán Gómez o Manuel Alexandre, y de escritores como Vicent y Umbral

23 ene 2019 . Actualizado a las 21:03 h.

La profesión de actor exige dominar la dicción. Y lo hacía Alvaro de Luna, para quien el silencio era, sin embargo, un tesoro. Era una esponja y quería aprender de quienes sabían mucho más que él. Los escritores, intelectuales, juristas, periodistas, cineastas y actores como él con los que compartió tertulia durante años en el centenario y madrileño Café Gijón. «Allí me hice demócrata», confesaba este contertulio con el corazón a la izquierda que se comportaba ante ellos como un respetuoso oyente.

Tenía silla en la mesa del primer ventanal, según se entra a la derecha, al lado de Alfonso, el cerillero anarquista, y con vistas a la Biblioteca Nacional. «Entendí allí que uno no tiene siempre toda la razón, que las ideas de los demás son tan importantes como las propias», decía el actor que compartía nombre con el Condestable y valido de Juan II de Castilla, decapitado en 1453 pro orden de su regio amante.

Siempre estaba con los ojos y los oídos bien abiertos en el velador de mármol negro en torno al cual se reunían escritores como Manuel Vicent -«amigo del alma»-, Raúl del Pozo o el Francisco Umbral que aterrizó una noche en el café fundado en 1888 por el gijonés Gumersindo García. Por allí paraban compañeros de oficio como Fernando Fernán Gómez -«mi maestro en la interpretación y en la vida»-, Paco Rabal, Manuel Alexandre o José Manuel Cervino; cineastas como Tito Fernández; humoristas como José Luis Coll, y tantos otros que desde la posguerra a la Transición situaron en el Gijón el epicentro de la intelectualidad.

Alfonso, el legendario cerillero de la casa que guardaba secretos como nadie y fiaba tabaco y dinero a aquella panda farandulera y letraherida, deparó siempre un afecto especial al corpulento y bonachón Álvaro de Luna. El Algarrobo, como le llamaban en la calle desde que triunfara con la serie de bandoleros a finales de los setenta, sobrevivió a sus compadres en la ficción y a los de la tertulia, como Alexandre, otro «hermano» al que cada tarde acercó en su coche hasta el Gijón, en el número 21 del Paseo de Recoletos.

Quizá pronto se coloque allí una placa en memoria de actor junto a la del cerillero anarquista que recuerda: «Aquí vendió tabaco y vio pasar la vida», o la que recoge unas palabras de Vicent: «El Café Gijón también es una forma de envejecer».

Las tertulias del Gijón (oficina de legendario César González Ruano, y donde también pararon Galdós, Mata-Hari, Ramón y Cajal, Valle-Inclán, Benavente, Lorca, Buñuel y Dalí) brillaron a principios de los 40. Gerardo Diego moderaba la de los poetas. Nueva Juventud Creadora se llamó la que dirigía José García Nieto, poeta que dio la alternativa en Madrid a Cela, futuro Nobel y Cervantes que devolvería el favor a su amigo Pepe imponiéndole como su sucesor en el Cervantes. Desde 1949 la tertulia de los cómicos tuvo como pope al actor, escritor y luego académico Fernando Fernán Gómez, creador aquel año del premio de novela Café Gijón que aún persiste. Le sucedió Alexandre, quien según De Luna no necesitaba casi hablar para dirigir las charlas. «Ahormaba las tertulias», explicaba alabando la capacidad de su colega para abrir debate como un Sócrates ante un café con leche y una copita de licor. «La tertulia en la que participé durante los mejores años de mi vida era un rompeolas de cómicos, periodistas y jueces de Justicia Democrática. Desde distintos ángulos de la vida cada facción traía noticias de su propio mundo y las volcaba sobre el mármol del velador», evocaba De Luna de una peña con reglas peculiares «a la que había que llegar tosido y llorado».  

Especialista y doblador

«Estaba prohibido hablar de la familia, de sentimientos, de enfermedades e incluso de literatura», contaba el actor que en un carrera de seis décadas trabajó en decenas de películas y series de televisión. Quiso ser médico y deportista de élite, pero entró en el cine por la puerta de los especialistas -los que se quiebran los huesos en estrepitosas caídas de caballo y rodando por las escaleras- y del doblaje. Se fajó como actor con el spaguetti western y acabó en otros registros a las órdenes de realizadores como Isasi-Isasmendi, José María Forqué, Fernando Fernán Gómez, Imanol Uribe, José Luis García Sánchez, Antonio Mercero o Mario Camus o de Ignacio Estaregui que lo dirigió en Miau, su última película, que llegó a los cines el pasado 19 de octubre.

El actor falleció ayer, a los 83 años, por un cáncer de hígado.

Secundario de oro, deja una carrera de casi 200 títulos

Primero se fue Curro Jiménez, después El Estudiante y ahora El Algarrobo. Álvaro de Luna, el último bandolero, forma parte de la memoria sentimental de varias generaciones de españoles gracias a su papel en una serie mítica que se estrenó en 1976 y tuvo a un país en vilo durante 40 capítulos, hasta 1978. Aquel personaje del buen bruto a lomos de un jamelgo por la serranía de Ronda nunca se despegó de un intérprete que deja una filmografía cercana a los doscientos títulos entre películas y series de televisión.

De Luna fue en su juventud un deportista nato, que alternó la carrera de Medicina con el lanzamiento de jabalina, la lucha grecorromana y la esgrima. Esa fortaleza física lo llevó a probar suerte como especialista en películas de acción y spaguetti western por toda Europa. Hay que fijarse bien para descubrirle peleando o montando a caballo en títulos como El coloso de Rodas, La máscara de Scaramouche y Por un puñado de dólares. Con el sueldo que recibió por participar en Orgullo y pasión, junto a Cary Grant, Frank Sinatra y Sofía Loren, se pudo comprar su primera moto, una Ossa. Su primera película como actor de verdad se la debe a Antonio Isasi-Isasmendi: Estambul 65. «Hasta entonces mi trabajo era un poco circense», recordaba este secundario de oro.

Todo cambió con el éxito de Curro Jiménez, por la que cobró 100.000 pesetas por capítulo. Sancho Gracia, al que había conocido en el Café Gijón defendiéndole en una trifulca, acababa de llegar de Uruguay, donde había huido del franquismo. Gracia se rodeó de un grupo de intelectuales de izquierdas y exiliados republicanos, entre ellos el escritor Antonio Larreta, que fueron quienes dieron vida a Curro Jiménez, la aventura de un grupo de bandoleros en la España ocupada por las tropas napoleónicas. El actor quiso que su amigo diera vida al Algarrobo en contra del criterio de TVE, que quería a Paco Algora.