Es un milagro que el escatológico Peter Farrelly («Algo pasa con Mary» o «Dos tontos muy tontos») haya podido dirigir el filme con un pulso tan firme
04 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.Nominada para cinco Óscar (película, actores, guion y montaje), Green Book tiene la compleja sencillez y el feliz aplomo del gran cine clásico. Y es un milagro que el escatológico Peter Farrelly -sin la ayuda de su inseparable hermano Bobby-, autor de cosas como Algo pasa con Mary o Dos tontos muy tontos, haya podido dirigir el filme con un pulso tan firme, dotándola del tono agridulce de Billy Wilder y del espíritu de Frank Capra. Una injusticia total, una afrenta, ¡sí, señor!, el artero hecho de que los académicos hayan dejado al inefable Farrelly fuera de las propuestas a mejor director, en favor de distinguir a señores más pistonudos y de mejor fama.
Bueno, la alegría inesperada también se la debemos a ese magnífico dúo de actores, extraña pareja antitética interpretada por un sorprendente Mahershala Ali -nada que ver su registro con el de Moonlight- y un Viggo Mortensen excepcional, volando alto en uno de los mejores papeles de su carrera. Mortensen interpreta a un matón de club de buen corazón, pendenciero y corajudo, que se queda sin trabajo por un movimiento azaroso y también por pura justicia poética -robarle la corona, o el sombrero, a un gánster- para, así, aceptar otra tarea, en principio poco apropiada para él: hacer de conductor de un pianista negro, rulando de bolos por el Sur más profundo de los años 60.
El rey Viggo, afeado, gordo -con un peso fluctuante que va y viene, producto del régimen de choque made in Hollywood y del plan de rodaje de las secuencias-, teñido de moreno, hace de italiano tragaldabas muy poco sofisticado pero grande como la vida misma, pues su repertorio gestual es puro sentimiento. Por su parte, Ali compone un afroamericano desclasado, pero igualmente marginado, solitario y bebedor. Las cosas que van uniendo a estos dos son ocurrentes pero naturales, delineadas en una relación de franqueza apabullante: con ese gran colofón del sabor del pollo frito.
La historia está basada en los personajes reales de Tony Lip Vallelonga (relaciones públicas y actor ocasional que actuó en la serie Los Soprano) y el virtuoso pianista Don Shirley. Y, al final del filme, se nos dice que fueron amigos hasta la muerte de ambos, que aconteció el mismo año.