Tusquets publica en castellano «14 de julio», novela del autor de «El orden el día» en la que narra la toma de la Bastilla desde el punto de vista del pueblo
27 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.Premio Goncourt 2017 por El orden el día, Éric Vuillard (Lyon, 1968) publica 14 de julio, también en Tusquets, una novela escrita con anterioridad en que narra la toma de la Bastilla desde el punto de vista de sus verdaderos protagonistas, las personas anónimas que hicieron historia, impulsadas por el recorte de los salarios, el hambre, la carestía de los bienes de primera necesidad, la represión y las desigualdades. «Prefiero la verdad sobre el pasado que la ficción sobre el presente», afirma.
-En su novela pone nombres a los protagonistas de la toma de la Bastilla, que han sido los grandes olvidados de la historia canónica.
-Sí, casi todos los libros dan una importancia desmesurada a los notables, a la versión que ellos dieron. Pero resulta que esos notables jugaron un papel contrarrevolucionario, hicieron lo posible para que el pueblo no tomase la Bastilla. En los archivos y en la Biblioteca Nacional hay muchos documentos que permiten contar lo que pasó basándonos en la realidad y saber los nombres de los que intervinieron en aquel movimiento colectivo emancipador. En la novela los cito alfabéticamente, como si pasase lista en el colegio.
-¿La novela histórica sirve para explicar la historia?
-Escribimos desde el presente, es el presente el que ilumina el pasado y nos enseña a comprenderlo mejor, al contrario de lo que se cree. Solo podemos entender el pasado desde el presente. La historia nunca acaba, siempre hay que reescribirla y releerla desde el presente. Lo que nos enseña es que el pueblo sigue buscándose a sí mismo en todas partes. En España, con el 15-M, Grecia o EE.UU. El pueblo intenta construir un nuevo sujeto político. Si he escrito esta novela es porque hemos vivido acontecimientos como la crisis del 2008, las revueltas en el mundo árabe o el 15-M. Siempre me interesó la Revolución francesa, pero esos movimientos me hicieron mirarla de otra forma.
-¿Qué conexiones hay entre la historia y la literatura?
-La historia política y la historia literaria están ligadas, no separadas como suelen presentarse. No podemos pensar la literatura como algo aparte, abstracto, como una especie de vida de los santos. Cada autor está ligado a su época y la historia de la literatura francesa está ligada profundamente a la historia política del país. Tras la Revolución francesa, el pueblo entra en la literatura por primera vez en la historia, con Balzac, Víctor Hugo o Zola.
-En «El orden el día» narra la el ascenso de Hitler al poder poniendo la lupa en los poderosos, por ejemplo los banqueros que lo apoyaron. Aquí se centra en las personas anónimas. ¿Por qué?
-La historia toma distancia de los hechos, enfría los acontecimientos. Eso produce dos efectos. El primero es que a los políticos, a los que deciden, les da una especie de dignidad totalmente desproporcionada. En el mundo político hay un fuerte componente de teatro, pero cuando lo enfriamos se difumina. La distancia produce ficción. La misma operación respecto del pueblo lo masifica, lo priva de su vida real. La literatura funciona con más proximidad, tiende a acercarse, no significa que acabe con la distancia, pero tiene un efecto de zoom, nos permite acercarnos como si tuviéramos un microscopio, mediante la descripción, la identificación, la empatía. Cuando nos acercamos a los políticos recobran su color, lo ridículo, el componente teatral. Cuando lo hacemos al pueblo, volvemos a escuchar sus voces, emerge la vida cotidiana. Así sucede en esas dos novelas.
-¿Los principios de libertad, igualdad y fraternidad de la revolución han sido traicionados?
-La estructura de algunos movimientos de tipo insurreccional consiste en un primer momento moral en girarse hacia el poder y decirle: traicionáis vuestros principios. Lo vemos en la reforma protestante, que se gira hacia la alta aristocracia, hacia los clérigos, y les dice: traicionáis los evangelios, habláis de pobreza pero sois ricos. Es una forma de volver a los principios. Del mismo modo hoy los chalecos amarillos y otros movimientos se giraron hacia el poder y le dijeron: no aplicáis los principios que pregonáis, habláis de igualdad y libertad, pero ¿dónde están si no hay igualdad económica, sino desigualdades que cada vez son mayores y estamos sometidos a una jerarquía muy fuerte?
«Al poder el pueblo le produce miedo»
Éric Vuillard ve paralelismos entre la Revolución francesa y las protestas de los chalecos amarillos.
-Hay un punto en común, la heterogeneidad social. Lo que me interesó del 14 de julio es que participaron gentes muy diferentes, pequeños comerciantes, artesanos, obreros, lavanderas, prostitutas, pequeños burgueses, soldados. De ahí su dinamismo. Con los chalecos amarillos vemos algo parecido, su perímetro es más difícil de circunscribir de lo que nos habían dicho: comerciantes, artesanos, personas de la periferia, taxistas, obreros, parados, gente muy diversa. Y esa diversidad ofrece la posibilidad de construir un nuevo sujeto político y una nueva legitimidad frente al poder. No tiene líderes claros, como el 14 de julio, una revolución victoriosa sin líderes ni instigadores. La mayor parte de estos movimientos modernos, el 15-M o los chalecos amarillos, reivindican no tener cabecillas, son revoluciones espontáneas. Frente al poder jerárquico de las multinacionales, hay una afirmación de horizontalidad, de democracia. Hoy el único límite que existe al poder económico es el poder popular. En París ningún Gobierno dedicó un monumento a la Revolución francesa y es simplemente porque al poder el pueblo le produce miedo.
-Los chalecos amarillos cuentan con el apoyo de Le Pen y Mélenchon, los dos extremos políticos.
-Cuando hay un movimiento de esta índole no podemos calificar a las personas en función de lo que han votado antes. Lo vemos con la Revolución francesa, donde las posiciones varían muy rápido. Una de las cosas que me apasionó fue ver cómo un individuo se politiza muy rápidamente. Todos imaginamos que lleva mucho tiempo y por eso en ciertos momentos se dice que no va a ocurrir nada porque la gente pasa. Pero seguí la vida de algunas personas antes del 14 de julio y hay casos como el de Rossignol. Tres días antes escuchó a la gente gritar «¡Viva el Tercer Estado!». Nunca había oído a hablar de eso. Le pidieron que lo gritara y se negó, pero alguien le dijo que el Tercer Estado eran «los pobres obreros como nosotros» y entonces lo gritó. Desde ese día empezó a discutir de política, participó en la toma de la Bastilla y se convirtió en general revolucionario.