El veterano autor Maikel reflexiona sobre los cambios sociales, económicos y globales que han incidido en el cómic
01 sep 2019 . Actualizado a las 09:09 h.En un programa de autores y contenidos muy orientados al cómic de superhéroes como es el del festival Metrópoli de Gijón, destacaba la presencia de Maikel (Miguel Ángel García Laparra; Barcelona, 1961), quien empezó en la entonces potente industria española de la historieta antes de convertir en su casa principal la revista El Jueves, donde publica la serie Seguridasociá. Maikel reflexiona sobre cómo los cambios sociales, económicos y globales han afectado a la historieta de aquí.
-A veces parece olvidarse que aquí también ha habido una forma de ver el mundo desde la viñeta.
-Sobre todo en Cataluña ha habido una tradición de historieta, que además era una gran industria. Bruguera en su momento era enorme y parecía imposible que quebrase, pero acabó cayendo. Era una industria que durante muchos años dio trabajo a centenares de dibujantes. Después de eso, la historieta de humor para adultos también ha tenido mucho funcionamiento. No sé por qué circunstancias nunca ha sido una industria apoyada por el poder. Podemos imaginar que en los tiempos de Franco no le interesaba, es obvio, pero en Francia es una industria que genera mucho interés. A Angulema va siempre el ministro de Cultura o de Educación a inaugurarlo. Lo cuidan mucho y ves que hay un cariño.
-Aquí, en cambio, hay un montón de personajes que no han aguantado el relevo generacional.
-En El Jueves intentamos editar un tebeo, Mister K. Fue un gran esfuerzo y le pusimos muchísima ilusión. El objetivo era volver a conseguir que los niños leyeran tebeos. No por altruismo, sino porque pensábamos que era bueno porque de ahí daban el salto a leer libros o a leer El Jueves u otras revistas de humor gráfico. ¿Cuál es el problema? Siempre lo achacamos a la cantidad de opciones de ocio que tienen los chavales, también nosotros. Series que hay que ver, Internet… no hay tiempo material. Somos más exigentes y son cosas que te llaman mucho la atención o son muy buenas. Es difícil que entres en esa rutina de leer historieta. Pero en los tiempos de Bruguera aquello era automático, los niños enseguida se enganchaban. Eso se ha perdido.
-Ahora se vive un mayor retroalimentación si cabe entre cómic e industria audiovisual, otro punto flaco en España. Y tampoco ha calado: en un festival como este hay aficionados vestidos de todo tipo de personajes, pero ni uno solo creado por un autor de aquí.
-Ahí no soy capaz de darte una explicación. Toda mi vida he leído historieta, y en algún momento superhéroes, pero nunca se me pasaría por la cabeza venir aquí vestido de Spiderman. Supongo que es un problema de industria. Al final los superhéroes, solo por el cine, aunque no leas cómic, ya te han ganado. Es como comparar la primera división con los alevines. Están en otro estatus. Trabajan globalmente para el mundo, nosotros no podemos movernos de aquí. Son referencias muy de nuestro país, cosa que en los superhéroes no ocurre, ya que manejan referencias que ya no es que sean mundiales, es que ellos han hecho que sean mundiales. Al final ves una película americana y ves que viven en una casa con jardín y tú dices, un momento, que nosotros vivimos en edificios, en el tercero A o B, pero nos hemos acostumbrado a que eso sea lo normal. Nos lo han vendido ellos. Lo hemos asumido como mundial.
-Es algo que se puede ampliar a Europa. Pocos personajes parecen tan propicios al «cosplay» como Corto Maltés pero nunca ves a ninguno, por docenas de fans de «Star Wars», por ejemplo.
-Ahora mismo, por decir, quizá el lector de cómic europeo, el de Hugo Pratt o de Astérix, está interesado en el cómic como medio de comunicación, y a lo mejor al de superhéroes o el manga le llame la atención, más que la historieta, el personaje. Igual que nos ha invadido la cultura norteamericana también nos está invadiendo la asiática. Al final, es una cuestión de dinero.
«Ha hecho mucho daño la idea de que los contenidos son gratis»
Los cambios de los últimos años también ha afectado a la revista donde Maikel publica, El Jueves.
-Como ha durado tanto tiempo, siempre hay gente que nos dice «yo lo leía, pero ha cambiado». Y nos damos cuenta de que no hemos cambiado, son los lectores los que han cambiado. Creces, tienes otros intereses, y dejes de leer El Jueves. Se va espaciando y no se dan cuenta. Tienen la percepción de seguir El Jueves pero ya no lo leen. Son cosas de la vida. A nosotros nos ha hecho mucho daño Internet, no por la competencia directa, que también, sino que la gente se ha quedado con la idea de que los contenidos son gratis. Empezó con la música, los periódicos gratuitos, y al final lo que es gratis no vale, decía mi abuela. No tiene valor. Esa percepción hizo que El Jueves, que era de las revistas más baratas, en que, sin subir el precio, la gente decía que era gratis. Si todo es gratis, dos euros te parece caro.
-También ha ejercido otra función, que ha sido la de termómetro de la libertad de expresión.
-No ha sido nada consciente, no ha sido nada buscado. Simplemente, hacíamos nuestro trabajo, dentro de lo normal para una revista de humor satírico y crítica social. No decíamos: «vamos a buscar un follón». La famosa portada del secuestro, del príncipe y Letizia: los lectores ya saben qué se van a encontrar, no les sorprendió. Estuvo en el quiosco tres o cuatro días hasta que salió en televisión y lo vio alguien que hizo la denuncia. Creemos que fue un poco efecto dominó: cada uno se veía en la obligación de enfadarse más que el anterior para que se viese que defendía la monarquía. Además, sabemos que por parte de la Casa Real se cuidaron mucho de empezar esto e incluso intentaron pararlo. Si El Jueves ha durado tanto es porque el público sabe que no nos casamos con nadie.