El artista empieza un nuevo decenio convertido en un icono de la música popular. Sus discos dividen a los fans, pero los directos continúan siendo insuperables
23 sep 2019 . Actualizado a las 17:36 h.Cuesta imaginar en el panorama actual del rock alguien que, en un futuro, pueda dibujar una figura tan grande como la de Bruce Springsteen. El chico sanote de New Jersey, que era capaz de tensar el músculo del rock como nadie en los setenta y ochenta, se ha convertido con el tiempo en un mito tan grande como aquellos James Brown o Elvis Presley a los que veneraba. Su manera de afrontar la música, especialmente sobre un escenario, conforma un hito insuperable. No importan los trucos, el márketing o la certeza de que mañana en otra ciudad volverá a repetirlo. Cuando alguien se planta frente a Springsteen en concierto por primera vez siente algo tremendo: la avalancha de un músico supersónico capaz de generar olas de rock y mover a miles de personas a su antojo. Una celebración total del lenguaje que él aprendió figuras como Chuck Berry
A esa fuerza descomunal siempre se la ha puesto subliminalmente fecha de caducidad. En los noventa se dudaba si iba a poder seguir dando recitales de ese nivel a los 50 años. En la década siguiente se fijaba en los 60 límite. Más tarde, se miraba a los 65, edad de jubilación. Y hasta ahora eran los 70 los que se ponían en duda. Hoy, cuando su pasaporte ya indica esa edad, se derriba una nueva barrera para el que muchos consideran el gran trovador de la clase obrera americana.
El último paso de Springsteen ha sido Western Stars, su último elepé. Editado la pasada primavera e inspirado en discos pop del sur de California de finales de los sesenta y principios de los setenta, se trata de un álbum plácido de canciones preciosistas y arreglos cuidados. Sin llegar, por supuesto, a logros anteriores del Boss, alberga material valioso para acogerlo en la discoteca con cariño. Aunque solo sea por ese ejercicio de pop melodramático en la senda de Roy Orbison que es There Goes My Miracle ya merecería la pena. Si se incluye en la escucha Hello Sunshine, una bonita pieza acústica descendiente directa del Everybody’s Talkin de Harry Nilsson, todo mejora. Y si además se acerca el oído a temas tan apreciables como The Wayfarer, Tucson Train o Drive Fast (The Stuntman), el gesto seguro que cambia.
Western Stars sucedió a otro singular lanzamiento previo: Springsteen On Broadway. Con ese título se publicó el disco y documental que recoge el show que el artista hacía en teatros, a medio camino entre el monólogo y el concierto. También en un lugar intermedio entre el drama y el humor. Ahí, ironizando sobre sí mismo (dice que es el cantante de los obreros que jamás pisó una fábrica) o abriendo su corazón (hablando del alcoholismo de su padre, por ejemplo), ofreció una perspectiva insólita de su obra y de sí mismo.
Planes con la E. Street Band
Aunque ahora toque la gira inminente, en la mente de Springsteen ya bulle un nuevo trabajo. Tal y como recoge Point Black, lugar de encuentro de los fans del Boss en España, en mayo el artista participó en un simposio internacional de Netflix. En él avanzó que su próximo movimiento editorial iba a ser con su banda de siempre, la E Street Band.
«Me he pasado casi siete años sin escribir para la banda -dijo-. No conseguía escribir nada y, de repente, hace como un mes escribí material para casi completar un álbum. Tuve un par de semanas de inspiración diaria, fue muy agradable. Te hace muy feliz. Piensas: «Bueno, no estoy jodido». Habrá otra gira». Eso significa que la rueda gira más allá de los 70. Y mirando ya a los 80. Los superhéroes del rock no pueden descansar nunca.
Cuatro discos emblemáticos
«Born To Run», 1975
Si queda alguien en el mundo que no conozca a Springsteen, esta es la puerta de entrada perfecta. Su tercer disco lo tiene todo: canciones, músculo, épica, lirismo y esa fuerza arrebatadora marca de la casa.
«The River», 1980
Con este doble elepé seguramente el Boss alcanzó su cima creativa. Llevando las historias de personajes abocados al fracaso a los surcos de una obra maestra, le dio luz a la cara oscura del sueño americano.
«Born In The USA», 1984
El pico comercial del artista llego aquí. Quiso criticar el gobierno y terminó siendo la sintonía patriótica de Reagan. Malentendidos aparte, en él descansan Glory Days, No Surrender o I’m On Fire.
«Magic», 2007
Existe un consenso de que el Springsteen de los últimos años no está a la altura de las grandes obras. Pero tiene discos muy notables como este, de pegada claramente pop y un puñado de grandes temas