El Guggenheim muestra una retrospectiva del artista alemán Thomas Struth que repasa 40 años de un trabajo marcado por la precisión y la mirada política
01 oct 2019 . Actualizado a las 17:20 h.«No pensaba en el futuro. No tenía ningún plan. Tengo mis vanidades pero no llegan tan lejos. No me interesa la idealización. Nunca creí en el artista como héroe». Con esta contundente franqueza trata el fotógrafo Thomas Struth (Geldern, Alemania, 1954) de explicar la forma en que decidieron incorporar el contenido de sus archivos como elemento clave y contexto de esta retrospectiva que se abre mañana al público en el museo Guggenheim de Bilbao y que, en la misma medida, el autor prefiere no calificar de retrospectiva. La afirmación (o la negación) expresa de algún modo cuál es no solo el rol que se concede a sí mismo, sino también la manera en que trabaja, despojado de toda ampulosidad, acercándose a la realidad con humildad y la motivación de entender, de indagar, de comunicar.
Un único autorretrato
De esa carencia de ego habla quizás que su único autorretrato presente en el edificio diseñado por Frank Gehry ofrezca al artista de espaldas y solo parcialmente mientras contempla un autorretrato de Durero. Pese a que no le preocupa la posteridad, Struth confiesa que cuando mira hacia atrás siente cierto orgullo y a veces ganas de llorar. «Ha sido duro, hay mucho esfuerzo detrás, es agradable pero doloroso. Creo solo en el avance paso a paso. Soy un artista que está plenamente convencido de lo que hace, pero también tengo dudas. Entre músicos suele decirse que tienes que estar dispuesto a ensayar 10.000 horas para poder empezar a hacer algo que merezca la pena», apunta.
La fotografía no siempre busca la belleza por la belleza, el arte por el arte, también puede ser un instrumento de ensayo, de pensamiento, de compromiso político. Aunque puede decirse que su área de acción excede cualquier clasificación de géneros, ese es en buena medida el territorio de actuación de Struth, uno de los creadores más influyentes del panorama contemporáneo y cuya obra repasa con amplitud una muestra que se podrá ver hasta el próximo 19 de enero.
La exposición, organizada por la Haus der Kunst de Múnich y el propio Guggenheim, y comisariada por Thomas Weski (por la entidad germana) y Lucía Agirre (por el museo vasco), abarca más de cuarenta años de trayectoria de Struth y aborda sus principales preocupaciones, como son la importancia del espacio público, la cohesión de los vínculos familiares, la fragilidad de la vida, la trascendencia de la naturaleza, las posibilidades y los excesos de las nuevas tecnologías, la inestabilidad de las estructuras sociales, el valor de la cultura, la incomunicación, la muerte, la habitabilidad de las ciudades, los efectos de la globalización, la vida de los animales... Pero, a juicio del autor, la verdadera diferencia que marca una producción, su singularidad, o su fuerza, reside en una cuestión muy simple, «las razones por las que uno toma una fotografía».
Proceso de reflexión
Struth, anota Agirre, no es alguien que documente, que capte un instante, sino que llega a su imagen tras un arduo proceso de reflexión, aunque él niega que el resultado sea fruto de una mera preparación. Es más, dice, renuncia al procesamiento por ordenador, acepta la luz que se encuentra, y utiliza a menudo la cámara de fuelle porque le permite una precisión que no encuentra en tratamientos digitales como el que le procura el programa Photoshop.
Con 400 ítems, y más de cien fotografías, el ambicioso recorrido que plantean Weski y Agirre por su trayectoria se ordena en varios grupos temáticos -rechazan la palabra «series»-: Lugares inconscientes, Retratos de familia, Público, Fotografías de museos, Nuevas imágenes del paraíso y Este lugar. Pero no operan de forma aislada, sino que dialogan con otras obras como Proyecto Berlín 1997 -una videoinstalación realizada en colaboración con el artista multimedia Klaus vom Bruch-, con la videoinstalación sobre el proceso de aprendizaje y la relación maestro-alumno que recogen las cinco horas de filmación de las clases magistrales del prestigioso guitarrista Frank Bungarten y con otros grupos como Naturaleza y Políticas, Animales o el único encargo que se exhibe, las imágenes de paisajes y flores creadas para mejorar la estancia de los pacientes de un hospital alemán. Todo ello servido primorosamente en nueve salas, que Struth equipara con una composición musical de nueve movimientos.
Weski incide en que las preocupaciones sociales jalonan la obra del fotógrafo y determinan la elección de temas y la forma en que los resuelve. Incluso cuando retrata animales fallecidos en una sala de autopsias de un zoo berlinés lo hace, reseña, con una limpieza y una sobriedad que les restituye la dignidad y que provoca en el espectador el respeto hacia esos cadáveres, una identificación emocional y una evocación de la fragilidad de la existencia. Los valores éticos, sociales y humanos, sostiene el comisario, prevalecen en el discurso del autor.
La ambición del proyecto expositivo exige al visitante tiempo y dedicación, pero es verdad que si los empeña saldrá del Guggenheim con una idea muy aproximada de quién es el artista y la persona que hay detrás de la obra, algo a lo que Struth concede gran importancia. Y es que cuando, siendo muy joven, dejó la pintura por la fotografía buscaba un mayor contacto con el público. Todavía hoy le parece fundamental. Será por eso que no usa Facebook, ni Instagram ni Twitter ni ninguna otra de las «redes asociales», deplora para lamentar que la globalización tenga actualmente más connotaciones negativas que positivas. «Tengo cosas más importantes que hacer», zanja tajante.