«Parásitos» triunfa en los Óscar y Scorsese solo se llevó el amor de un coreano

José Luis Losa

CULTURA

Atlas

La película de Bong Joon-ho hace historia en los Óscar y gana los cuatro premios más importantes, entre ellos el de mejor película, primer trabajo de habla no inglesa que logra este galardón

10 feb 2020 . Actualizado a las 14:59 h.

Pintaba una noche horrible en el Dolby Theatre. Las casas de apuestas daban por descontada la victoria de ese videojuego nefando y brexitero llamado 1917. Y sugerían que Sam Mendes podría subir a por su segundo Óscar como mejor director, cuando Scorsese solo tiene uno y Tarantino menos que cero. Y entonces sucedió lo inédito: como los protagonistas del filme de Bong Joon-ho, donde una familia en la pobreza extrema se va infiltrando en una mansión, el equipo de Parásitos logró lo nunca visto: desahuciar a la industria norteamericana en su propia casa. Echar al señorito y adueñarse de la hacienda llamada Hollywood.

Encierra esta decisión sin precedentes una doble lectura: la positiva -descontada la excelencia de Parásitos, a la que no le quedaría grande ningún premio, como ya sucedió en Cannes- es que esta entrega a Corea del Sur de las llaves del reino tiene mucho de respuesta a la histeria proteccionista de la Casa Blanca. Y deviene, así, una toma de postura finalmente muy política en una ceremonia de almas muertas, de autocensura colectiva, donde la única alusión crítica fue la muy inspirada alusión al impeachment interruptus que se anotó Brad Pitt, cuando al recoger su Óscar dijo que no podía quejarse por tener solo 45 segundos porque era más de lo que dejaron hablar a John Bolton, el exconsejero de Seguridad que iba a largar la intemerata sobre el tema de Ucrania antes de que los republicanos prohibiesen testigos en el Senado.

Fuera de eso, lo mas contestatario de la velada fue Joaquin Phoenix con una elegía vegana en defensa de las vacas y sus terneros. Así de triste fue la gala tan cantábile que pareció más una zarzuela de agua, azucarillos y Elton John que una tribuna donde escuchar a los tribunos del espectáculo.

Pero si ese harakiri de unas esclerotizadas cortes del tercio hollywoodiense que le ceden gratis et amore a los jóvenes parásitos de Corea todo el poder es un acto que tiene mucho de romanticismo o de revolución, hay también otra manera de verlo. Y es mucho menos ilusionante: el año en el que Hollywood nos ofrece la cosecha del siglo, con tres piezas maestras sobrepuestas -las de Tarantino, Scorsese y Todd Phillips- impropias de este siglo de cine del cambalache  (¿quién se acuerda de The Green Book o de Moonlight?) es casualmente el elegido para despachar los premios a Seúl y para dejar al Joker, a Sharon Tate y a Jimmy Hoffa a los pies de los caballos. 

La prueba de esa afrenta soez vino a galantearla Bong Joon-hoo, quien no solo se llevó el oro sino que -además- tuvo la elegancia de ser el primero que se tomó en serio a Martin Scorsese, a quien durante toda la gala se le había tratado como al abuelo con sus cosas, sus batallitas de gangsters de cuatro horas, a las que hay que parcelar en temporadas.

Ese momento de Bong Joon-ho rindiendo su tributo a Scorsese avergonzó a Norteamérica, a este Hollywood de centennials desmemoriados. Y provocó una stand-up ovation tan unánime como culpable y salvatraseros. Todos sabíamos que el italoameriano se iba a ir ayer de vacío. Ya le sucedió con Uno de los nuestros y con Casino, no lo olviden ni culpen a Netflix. Porque finalmente la industria no lo quiere. Ni le perdona ser el único superviviente de aquella revuelta del 68 frente al poder del establishment llamada Nuevo Hollywood. Y porque tampoco soportan a los autores cimarrones con más alma que calculadora, es que detestan y ningunean a Tarantino, el otro laminado en la corrala de los Cantares del Dolby Theatre, donde solo faltó Lauren Postigo.

Al menos, Scorsese se llevó a casa el amor de un coreano. Bong Joon-ho fue el héroe de jornada en una academia de villanos. Esa en dónde Renée Zellweger, con un discurso como de Legión de la Decencia, recogía su segundo Óscar por ponerse una mascarilla de carnaval y canturrear sobre el arco iris. Y recién enterrado Kirk Douglas, a quien este sindicato de horteras no tuvo tiempo en 103 años para darle ni un solo Óscar que no sonase a zarzuela.