«Toda antología es una aventura», admite el autor, Miguel González Somovilla, que parafrasea al mindoniense, al que atribuye haber publicado 20.000 piezas periodísticas
26 feb 2020 . Actualizado a las 10:43 h.«Cada antología presenta al lector diferentes problemas, tan arduos como se los haya presentado, sin duda, al antólogo», escribía Álvaro Cunqueiro en La Voz de Galicia el 16 de marzo de 1956, idea que redondea veinte años después en El Noticiero Universal: «Toda antología es una aventura». Le toma la palabra el periodista asturiano Miguel González Somovilla (Arriondas, 1956), que preparó una titánica escolma del escritor mindoniense para la Biblioteca Castro: Al pasar de los años. Artículos periodísticos (1930-1981). El tomo reúne 200 textos del articulismo periodístico redactado en castellano de Cunqueiro, quien, anota, «pudo escribir en torno a veinte mil piezas». Es decir, el libro alcanzaría el 1 %.
Somovilla abordó la tarea -«un atrevimiento, una osadía», concede- pensando más en los posibles lectores que en sus propios gustos. «El propósito ha sido, recoger sus 51 años de articulismo y que esos textos, estructurados en diez capítulos temáticos, reflejen las preocupaciones, los saberes, las teimas de Cunqueiro». Para bien y para mal, señala el autor, es la antología hecha por un periodista. «Es mi único título. Yo no soy filólogo, ni historiador de la literatura, ni un erudito. Soy un periodista que se ha interesado durante bastantes años por la obra periodística de Cunqueiro, y que la ha rescatado con la subjetividad inevitable, como cualquiera que hace una selección», recalca.
Estudió y revisó la veintena de antologías ya existentes -como la que en su día publicó La Voz Álvaro Cunqueiro, 100 artigos-, que le sirvieron de guía. Pero solo de guía. Después se fue a las fuentes. «He llegado a editar casi cuatrocientos artículos y de todos he manejado siempre el original, he hecho una transcripción nueva, una edición nueva, respetando siempre el texto cunqueiriano. Nunca he tomado o seleccionado un artículo que no pudiera cotejar con el original del periódico», subraya. El volumen incluye 68 piezas que permanecían inéditas en la forma de libro, en su mayoría en los capítulos de la gastronomía y el curanderismo, y que proceden de dos semanarios médicos ya desaparecidos, Tribuna Médica y Jano. Son prosas con una evidente carga poética en las que la actualidad sirve frecuentemente como pretexto e inspiración para trazar un historia que acaba muy a menudo en el libérrimo ámbito de la imaginación.
Más que buscar los mejores, los más redondos, los más espectaculares -«que es muy legítimo y que tal vez habría sido más fácil», advierte-, Somovilla intentó incluir representación de las distintas épocas y de los distintos temas, que la trayectoria y el espíritu de Cunqueiro quedasen plasmados, como si de un retrato del Cunqueiro periodista se tratase, es más, un retrato íntegro. Porque Cunqueiro escribió artículos toda su vida y este fue uno de sus medios de sustento económico fundamentales. «Vivió materialmente del periodismo y de las colaboraciones, y muy dignamente», incide Somovilla. Escribió para los principales rotativos gallegos -La Voz de Galicia, Faro de Vigo, La Noche, El Correo Gallego, El Progreso, El Pueblo Gallego, entre los que recoge la antología- y para muchas otras publicaciones como Sábado Gráfico, Vértice, La Estafeta Literaria, Los Cuadernos del Norte, Destino, Primera Plana, El Sol...
Somovilla incluye, por su valor simbólico [y es el único que aparece en gallego en todo el libro], como apertura, el primer texto que Cunqueiro publicó en letras de molde del que hasta hoy se tiene noticia. Fue en el semanario Vallibria de Mondoñedo, y es el soneto dedicado a la aparición de un libro de su amigo Aquilino Iglesia Alvariño. Y como colofón -aunque no emplee un orden cronológico-, los tres artículos póstumos, uno aparecido en Ya, otro emitido en Radio Nacional de España y otro en Sábado Gráfico.
Llegaron a la redacción cuando el escritor ya había fallecido -este viernes se cumplen 39 años de su muerte.-, y estaban dedicados, respectivamente, a los percebes, al inicio de las plantaciones de kiwi en Galicia y a un niño uruguayo que parece poseer unas dotes extraordinarias. Lo fascinante, incide Somovilla, es que estas tres piezas, del final de su vida, están perfectamente escritas, con mucha calidad, con gran profesionalidad… «Y sobre todo con ese estilo de escritura inimitable, que hace que sea bastante fácil reconocer un texto de Cunqueiro, lo cual quiere decir que es sumamente difícil llegar a alcanzar ese estilo. “Benditos mis imitadores porque de ellos serán mis defectos”, solía decir».
Ya lo advirtió Pere Gimferrer en su momento cuando aseguraba que el estilo de Cunqueiro era tan peculiar, personal, singular, inconfundible que no había creado escuela, no había dejado descendientes. Cunqueiro es una isla.
Calidad y brillantez a la altura de su obra de ficción
Pese a ser el articulismo literario, en buena medida, un oficio alimenticio, Álvaro Cunqueiro nunca se dejó llevar por la rutina en la redacción de sus textos. «Hizo siempre un articulismo de gran calidad y brillantez, de enorme altura literaria, y está a la par, sin duda, del resto de su producción de ficción, de su poesía, de sus novelas, del teatro, de las semblanzas», afirma Miguel González Somovilla, que cree que Cunqueiro es uno de los más maravillosos ejemplos de que el periodismo es, con toda la legitimidad, un género literario.
En su defensa salió en 1984 la narradora gallega Elena Quiroga, que en el discurso de ingreso en la RAE (Real Academia Española) hizo un elogio del autor mindoniense como periodista. Y aunque a veces se queja Cunqueiro de que esta labor le quita dedicación a la obra de creación, también dice lo contrario y que fue muy feliz con sus colaboraciones en los periódicos. «Son contradicciones humanamente entendibles en quienes ejercen el periodismo y la literatura. Sucedía entonces -Torrente Ballester tuvo que dar clases en el instituto toda su vida- y sucede ahora», arguye Somovilla, que asume que es posible que esto pudiese ayudar a que alguna novela o proyecto quedasen en el tintero.
Cunqueiro, al final, añade Somovilla, pudo hacer lo que quiso de una manera muy honesta; es más, escribió bastante más de lo que parece. «Se lamentaba ante su hijo de que podía haber hecho más. Sí, es verdad que anunció muchos proyectos que no se llegaron a rematar..., pero también que cuando andaba más libre de la carga de trabajo periodística tampoco escribió tantísimo».
En cuanto a obras inacabadas, anuncia muchas veces proyectos en marcha e incluso da los títulos, como La taberna de Galiana. Somovilla quiso rescatar uno de ellos en el capítulo Notas para un diccionario de ángeles. Entre las aficiones, curiosidades y sabidurías del mindoniense, estaba hablar e inventar sobre ángeles y demonios. Dijo en varias ocasiones que tenía a punto el Diccionario de ángeles. No lo llegó a hacer, pero en ese capítulo se incluye una selección -una parte pequeña, hay muchos más- de diez o doce piezas como «modestísimo homenaje a ese Dicionario de ángeles que no llegó a ser pero del que él dejó material casi para poder hacerlo».
Su imaginación y sus deseos de escribir y publicar iban por delante de sus posibilidades materiales. Y aun así escribió mucho y bien. Entre otras cosas, esta ingente obra periodística de la que en Al pasar de los años hay una muestra significativa y en la que sobre todo Somovilla se empeña en intentar humildemente demostrar una obviedad que, insiste, a veces se olvida: que el articulismo es esencial en la obra de Cunqueiro.
Leídos hoy, sus artículos siguen siendo igualmente vigentes cuando tienen que ver con la intimidad del ser humano, reseña el antólogo, que rompe asimismo una lanza por la preocupación de Cunqueiro por la actualidad: «Tenía un principio de realidad que a veces se desdeña por la fascinación de provoca su magia. Cuando toca temas como los incendios forestales, la contaminación de las celulosas, la conservación del mar, el exceso de burocracia no puede estar más inmerso en lo que sucede a su alrededor y sus inquietudes no pueden ser más modernas».
Bilingüismo
En una de las piezas, dedicada a Josep Pla, aborda el tema del bilingüismo. «Yo no suelo fijarme en lo que dice Cunqueiro una o dos veces, aisladamente, sino en las que repite, constantemente. Era un escritor en dos lenguas, pero siempre deja muy claro, en muchos sitios, en muchas circunstancias -apunta Somovilla-, que piensa y escribe mejor en gallego, que su lengua de fondo es el gallego». Por supuesto, continúa, también tiene que utilizar el castellano por razones prácticas, ya que él es un escritor profesional, y vive de ese desempeño. «No es lo mismo además publicar en gallego en la época de Cunqueiro que ahora, entonces era mucho más difícil», constata el autor.
Un escritor universal
A pesar de los años transcurridos desde su muerte, recuerda Somovilla, sigue habiendo un Cunqueiro más vinculado a Galicia, donde tiene más reconocimiento. «Pero es un escritor universal -proclama- y la prueba la estoy teniendo estos días que se presenta el libro con respuestas de gente de toda España, de lo más variopinta, que admiran su obra. Aunque sea un escritor de minorías, selecto, sigue teniendo muchos seguidores, y de muy diversas edades». Somovilla cree que la poesía de Cunqueiro -de sus seis poemarios, uno está escrito en castellano- sigue cautivando a los lectores jóvenes. Y novelas como Merlín e familia y As crónicas do Sochantre, dice, son esenciales para la literatura gallega de aquel tiempo, la dignificaron, le dieron prestigio social y una trascendencia que fue fundamental en su historia.
El humorista que ofrecía pronósticos de fútbol
Los nombres de todos los capítulos -y también del libro- proceden de títulos de los propios artículos de Cunqueiro. Somovilla procura que la voz del poeta mindoniense sea predominante por todas las páginas del volumen de Biblioteca Castro. Incluso todas las citas que hay antes de cada capítulo son citas del propio Cunqueiro. «He querido ser muy cuidadoso. Darle la voz al único protagonista, que es Cunqueiro. Que el antólogo aparezca lo menos posible», razona.
Por eso quiso que aparecieran reflejados su trayectoria y los más diversos temas, aunque algunos puedan parecer anecdóticos. «Y lo son -reconoce-, pero ayudan a conocer al personaje». Así ocurre con esos intentos de adivinaciones y pronósticos de los resultados de fútbol a través del tarot. «Es una anécdota, pero eso que no está en ninguna antología me parecía que era un buen botón de muestra. Hace el pronóstico de los cuatro equipos gallegos y como no acierta ninguno publica un segundo artículo en el que habla de las causas posibles de los fallos», detalla.
Pese a esos juegos declarados le molestaba mucho que le llamaran humorista. Quizá porque quien lo decía lo hacía con intención de misnusvalorar su obra, como si fuese cosa de un género menor, puntualiza el antólogo. Pero no se puede negar, prosigue, que la literatura de Cunqueiro está impregnada de un humor inteligente y sutil que salta a la vista. «Es un humor delicioso. No hay más que leer sus semblanzas, sus libros Escola de menciñeiros y Xente de aquí e de acolá», invita.
Doblete en La Voz de Galicia
Hay un día en que Cunqueiro hace doblete en La Voz de Galicia, el 30 de agosto de 1953, en que publica el artículo Dios, yo, la tierra, en la última página, y otro en la primera, El mar de Ferrol, probablemente escritos a la vez. Eso habla de su capacidad de trabajo y también de su inagotable pulso creativo. En uno hace ensoñadoras evocaciones sobre el mar de Ferrol, sobre el trovador Fernando Esquío, el amor, el mar, y en el otro ofrece un texto bastante atípico, muy mítico, íntimo, trascendente, imaginándose cómo sería él en el día del Juicio Final, el de la resurrección. «Esa jornada, en un solo ejemplar de La Voz, es posible ver dos Cunqueiros bien diferentes. Hay que tener mucho talento para poder hacer eso», elogia.
Otro ejemplo del genio de Cunqueiro puede leerse en el artículo que en su página 3 publicó La Voz el 26 octubre del 56, una crónica de cuando le van a dar el premio Nobel a Juan Ramón Jiménez. Es una pieza curiosa porque describe el día que a él le parece que se lo van a dar. Cuando él está escribiendo no se ha producido aún la noticia, lo que hace el texto más sobresaliente. «Aparecen en la misma plana un artículo de Cunqueiro, otro de Luis Caparrós -que tiene un hijo del mismo nombre profesor en A Coruña- y una nota de la agencia Efe donde se da la noticia», describe Somovilla.
Sin afanes de objetividad
El antólogo ha empleado mucho esfuerzo en corregir erratas obvias, con ingentes consultas a medio centenar de personas sobre los temas más diversos, desde el tarot a poetas chinos. Porque, explica, cuando Cunqueiro cita un nombre puede ser real o ser imaginario.
«Hay que escribir en Mondoñedo solamente con una pequeña biblioteca y una máquina Smith Premier número 10. Sin otras fuentes de consulta posibles. El mérito que eso tenía es hoy difícil de imaginar. Él además, lo ha dicho muchas veces, no tiene afanes de objetividad, de hacer de historiador. Parte de un hecho cierto y lo va imaginando, lo va recreando. A veces hay un error en una cita de un libro, en el nombre del autor, y lo corrijo, sin ningún ánimo de enmendarle la plana, soy muy respetuoso, me limito a la aclaración», anota.
Y es que con alguien como Cunqueiro, con una gran erudición y una gran fantasía, no es fácil distinguir cuando algo es intencionado o no. Por eso, Somovilla trata de resolverlo en cada caso de la mejor manera posible, acudiendo a las fuentes, a los diarios y revistas, con el original delante. Hay que pensar también cómo se escribía entonces, cúal era el mecanismo, porque podía haber en el texto errores suyos, pero también del linotipista o los correctores de las redacciones, que a veces, señala irónico, «tenían ideas propias».
Del nacionalismo al falangismo estético
Somovilla preparó una amplia cronología vital de Cunqueiro para esta edición de Biblioteca Castro, y que empieza con el año del nacimiento y termina en diciembre del 2019, en la que incorpora -con posterioridad al fallecimiento- congresos, libros, publicaciones, etcétera. En ella «están todas sus etapas, no se oculta nada», y se dan determinadas claves para que el lector tenga un cierto contexto.
«Fue un joven galleguista, nacionalista bastante radical -relata el antólogo-, que dirigió una revista llamada Galiza en Mondoñedo, inequívocamente nacionalista. Luego llega la Guerra Civil. Ahí no quiero entrar en interpretaciones, simplemente doy los hechos. Por qué razones da un giro, miedo, supervivencia, él nunca las explicó, y no voy a atreverme yo a interpretar lo que él no dijo». Pero hay hechos nítidos.
«Tiene una etapa de una especie de falangismo estético, de supervivencia, que dura hasta los años 40. Y luego, en el fondo, es también una víctima del franquismo, cuando aquellos episodios de la retirada del carné de periodista. Estas circunstancias están recogidas en la cronología, contadas remitiéndome a las fuentes. Está todo ya muy publicado por su biógrafo Armesto Faginas y por Xosé Luís Franco Grande. Los expedientes están en Vigo, en la Fundación Penzol, y son perfectamente consultables. Es una parte de su vida que yo diferenciaría de la obra. Es un terreno siempre discutible, pero yo creo que a un autor hay que juzgarlo por la obra, aun sin desconocer si vida», agrega.
Vivir en la historia, más que en el presente
Cunqueiro admitía a menudo que le gustaba vivir más en la historia que en el presente. Manejaba además una serie de idealizaciones, matiza Somovilla. «La Galicia que él recrea estaba, en parte, a punto de extinguirse. Aunque es verdad que hay cosas que siguen muy vigentes lamentablemente, continúa habiendo incendios, contaminación, burocracia... En una ocasión se enfada y critica que Galicia vaya a depender de un sello que pongan Madrid». Aunque estuviese en un cierto momento pegado a la realidad, él abordaba incluso los problemas «con ese punto suyo de imaginación y de fantasía».
A su enorme talento literario -recuerda- sumaba que era una persona con una gran capacidad para ver el talento de los demás y especialmente de los más jóvenes. Y, además, de una manera muy generosa. Somovilla apunta el ejemplo de Pere Gimferrer, de quien le llega un poemario, Mensaje del tetrarca, y al que no conoce de nada, pero se prodiga en elogios hacia el joven escritor catalán. O también el primer poemario de Xosé Luís Méndez Ferrín.
«Tenía un gran olfato literario y lo aplicaba con gran generosidad, que manifiesta hasta el final de su vida. Incluso cuando ya está muy cansado, porque la enfermedad lo obliga a hacerse diálisis continuadas -cuenta Somovilla-. Carlos Casares, por ejemplo, inicia con él una serie de entrevistas para reconstruir su vida y su trayectoria que desgraciadamente no podrá concluir. Hoy escuchas sus grabaciones de entonces y se le ve exhausto. Pero sigue atendiendo a todo el mundo y recibiendo en casa. Hay por lo menos siete u ocho entrevistas hechas en el último mes de su vida, en enero del 81».
Cultivar el personaje
Cunqueiro -evoca Somovilla- había creado un personaje en torno a sí mismo, que tenía que cultivar, y a veces ese personaje deforma un tanto la realidad. Para muchos el escritor mindoniense era el eterno gastrónomo, alguien que está todo el día comiendo exquisiteces y bebiendo vinos caros, y eso era una faceta más de cara a la galería que real. Su hijo César comentó en distintas ocasiones cómo su padre venía de esos certámenes gastronómicos cansado de tener que oficiar ese papel de crítico gastronómico. Porque él, además, era en el fondo una persona de gustos muy sencillos, en todos los órdenes.
El autor de El incierto señor don Hamlet hablaba muy bien, tenía el don de la palabra hablada y se decía heredero de la tradición oral de Galicia, que tan importante fue en las aldeas y que él conocía muy bien. «Escuchas una conferencia suya o entrevistas -dice Somovilla- y compruebas que tenía un pico de oro. Si lo haces muchas veces también adviertes que contaba muchas veces una misma historia, o que se recreaba en ella o en sus alrededores, pero, claro, no podía inventar siempre. Había una serie de historias que le funcionaban bien y volvía sobre ellas porque el auditorio no era el mismo, cambiaba, y entonces no había YouTube» [risas].
Lo hacía, señala el autor, desde un profundo amor a Galicia y a su tierra, pero a la vez es fascinante ver cómo lograba traspasar los límites y ser universal, y entrar en otros mundos reales e imaginarios. No aceptaba corsés a la imaginación, recreaba el mundo grecolatino o la materia de Bretaña, le gustaban las islas sumergidas, las Atlántidas, las ciudades que habían supuestamente existido... «Y es que cuando alguien le contradecía sobre la existencia de los ángeles o de las sirenas o las ciudades sumergidas, él defendía el derecho a la creencia, o al sueño, o a la fantasía», recuerda.
En fin, Cunqueiro es un universo en sí mismo, varias galaxias. Aunque su devoción por la obra periodística del autor de Si o vello Sinbad volvese ás illas es infinita, Miguel González Somovilla adora también su producción de ficción. De toda ella, si tuviera que elegir injustamente solo un libro, se quedaría, dice, con Merlín e familia.
«Yo ahí coincido con él propio autor. Es la obra que más me conmueve, es una narración corta y de apariencia sencilla, pero a mí me parece conmovedora. Desde el inicio hasta el final. Sin despreciar las otras. Hay obras ya de la última etapa, en castellano, como El año del cometa, que son realmente complejas. Pero si tengo que quedarme con una, coincido con lo que él decía, Merlín e familia. Ahí está el Cunqueiro más puro. Si no me falla la memoria se publica en 1955. Y hay que pensar cómo era la España, la Galicia y el Mondoñedo de 1955 para alumbrar una obra tan asombrosa como esta. Tan despegada de la realidad, tan tierna, y aunque se hable en ella de otros mundos, se habla de Galicia, la Tierra de Mirada, la selva de Esmelle (que trasladó de Ferrol)... Me sigue pareciendo una obra estupenda, genial», concluye Somovilla.