Entre los primeros ciudadanos de Galicia que vieron sus sueños truncados por el estallido de la Guerra Civil se encuentra Ánxel Casal, alcalde de Santiago por el Partido Galeguista, quien fue detenido y asesinado en agosto de 1936. A este crimen siguió la clausura de la imprenta Nós que con tanto esfuerzo había conseguido convertir en la plataforma de expresión cultural y política de toda una generación. Ya solo quedaba esperar a la incautación y destrucción de sus fondos, entre los que se hallaban, recién salidos de las rotativas, los pliegos de la transcripción y estudio del Códice Calixtino, la última gran empresa editorial del Seminario de Estudos Galegos, otro sueño con los días contados. Su supresión tras la guerra fue, en palabras de Isaac Díaz Pardo, «el más brutal atentado que se hizo con Galicia». Pero, en aquellos meses de miedo y represión, uno de sus miembros, Xesús Carro, «usando su sotana como un salvoconducto», consiguió acceder a la imprenta y fue trasladando lo que allí quedaba a un lugar seguro. Así se salvaron las láminas de las miniaturas del Calixtino, con sus pies de foto en gallego, que verían la luz años más tarde, insertas, como si se tratase de spolia procedentes de las ruinas de un monumento del pasado, en la edición que publicó el recién creado Instituto Padre Sarmiento en 1944. Destaca entre ellas la ilustración del episodio en el que el Apóstol Santiago se le aparece a Carlomagno en un sueño para instarlo a liberar su tumba, apuntando al cielo donde se dibuja el camino de estrellas que conduce a Compostela. «Los colores dominantes de la miniatura son el verde, azul y rojo», escribe Carro, «pero lo lamentable es que la va corroyendo la tinta verde. Ha desaparecido ya gran parte. De no atajar pronto el corrosivo, perecerá totalmente». Como se ve en la foto, las faltas afectaban especialmente a la figura del emperador, de cuya cabeza ya solo quedaba la frente y la corona. Así llegó hasta 1964 cuando Chamoso Lamas, alarmado porque «las miniaturas se están desprendiendo a pedazos», envió el códice al taller de restauración de la Biblioteca Nacional de Madrid, dirigido, desde 1929, por Carlos Asensi Garcimartín -un experto técnico conservador que había logrado preservar su vida y su cargo a pesar de haber sido teniente en el ejército republicano-. Pero el tratamiento aplicado para consolidar el pergamino conllevó la amputación de lo que quedaba de la figura de Carlomagno, de forma que ahora asistimos a una escena incongruente en la que el Apóstol aparece flotando sobre una cama vacía. Es la imagen difusa de un sueño huérfano de soñador.
A veces, sin embargo, es posible reconstruir los sueños rotos si seguimos el camino iluminado por los destellos de los fragmentos surgidos de la explosión cósmica de su destrucción. Conducen en este caso al Instituto Padre Sarmiento, que alberga los fondos recuperados del Seminario de Estudos Galegos, y donde también se encuentra un precioso objeto de cristal donde quedó grabado el negativo de la cabeza de Carlomagno antes de su desaparición. Se trata de una de las placas de vidrio de la colección de Manuel Chicharro Bisi quien fotografió el códice en su totalidad a principios del siglo XX. La imagen revelada nos ofrece la instantánea de la miniatura abocada a un proceso acelerado de desintegración. El pergamino parece estar siendo consumido por un fuego lento que nos trae a la mente las palabras del propio autor del Calixtino cuando narra cómo el manuscrito sufrió robos, naufragios e incendios, para concluir siempre con la frase, tantummodo codex remansit (y a pesar de todo el códice permaneció). En esta fiesta de Santiago del 2020 que es también el Día Nacional de Galicia, resulta apropiado reflejarnos en el espejo del pasado para recordar el trabajo y sacrificio de tantos soñadores, que, a pesar de los incendios de la historia, consiguieron que hoy podamos decir somnum Gallaeciae remansit.
Francisco Prado-Vilar Real Colegio Complutense de Harvard.