El autor inglés narra sus seis meses de periplo en 1842 por algunas de las ciudades de Estados Unidos, un país en plena construcción en un proceso tan épico como fascinante
21 ago 2020 . Actualizado a las 08:57 h.El narrador brillante que es Charles Dickens (Inglaterra, 1812-1870) en su obra novelística no decae en sus escritos de viajes, en los que muestra igualmente esa inteligencia y esa capacidad de observación que caracterizan su literatura, tan pegada a la realidad social que le tocó vivir. No es, por descontado, un escritor ensimismado. Todo lo contrario. Enseguida percibió este valor el público de su tiempo, que lo adoró y siguió como si aquel mundo no estuviese tan lejos de los poderosos mecanismos mediáticos de hoy. Fue un autor de masas, un hombre de inusual éxito. Lo apunta Alberto Sesmero en el prefacio a la edición de Apuntes sobre América que preparó y tradujo para el sello Guillermo Escolar, un breve texto en el que recuerda cómo sus lectores estadounidenses se agolpaban en el puerto a la arribada de los barcos procedentes de Europa para tratar de conocer cuanto antes el devenir de los personajes de sus novelas o cómo sus seguidores se amontonaban en el muelle para intentar ver o hablar con Dickens cuando llegaba en sus visitas, en las que también lo abordaban en los trenes o en las galas y conferencias. Tanto es así -esta relación directa y pasional- que Dickens tuvo que redactar un prólogo entre la exculpación, la enmienda y lo laudatorio para la segunda edición de este libro (1850) debido a la reacción negativa que el relato de su primer viaje americano (llegó a Boston con su esposa en el vapor Britannia el 22 de enero de 1842) suscitó por comentarios críticos que incluía (entre ellos, los dedicados a la esclavitud). Tenía que volver a ganarse el fervoroso aprecio de sus fans para así también garantizarse una calurosa acogida durante la segunda gira por EE.UU., que realizó entre 1867 y 1868 y en la que participó en diversas lecturas públicas. Pero esa es otra historia. En esta Dickens narra sus seis meses de periplo en 1842 por algunas de las principales ciudades de un país en plena construcción, en un proceso tan épico como fascinante.