El filme de Zhao entronca con «Las uvas de la ira» pero reinventa su clasicismo al darle la vuelta a la idea fundacional de Estados Unidos
27 abr 2021 . Actualizado a las 08:40 h.Soderbergh nos había prometido una gala de los Óscar que no fuera tal. Eso sugería su presentación, con la cámara siguiendo en vertiginoso travelling a Regina King rumbo a la sala de ceremonias tal cual como los Ocean's Eleven de Soderbergh regateaban para atracar un casino. Fue un espejismo. Lo que vino después fueron unos Óscar extraños pero innegociablemente aburridos. Y a la única que atracaron es a la muy profesional Glenn Close: tuvo que escuchar de la actriz coreana de Minari, la veterana Yuh-Jung Youn, que «no se creía haber ganado cuando competía con Close». El problema es que esa derrota dulce, ese halago, es la octava vez que lo escucha la norteamericana, en su nueva noche de la marmota. Glenn Close debe pensar en estos casos como Adolfo Suárez: «Ya podríais quererme un poco menos y votarme un poco más». Aún en su situación, tuvo humor para apuntarse a bailar un perreo en aquella sala triste diseñada por Soderbergh para la primera gala presencial urbi et orbi. Un lugar que parecía a ratos un mustio teatro cantante o de chinitas y, en otros momentos, recordó a los claroscuros de la legendaria boite Bocaccio.
En ese cabaré sin gracia pero todo lo inclusivo que se espera del Año I de la era Biden ganó una película rodada cuando aún Trump portaba el arpón mayor del capitán Ahab en la Casa Blanca. Nomadland se filmó mientras Norteamérica vivía aún su particular pesadilla. Y por eso su colosal y a la vez íntima elegía por los sin tierra es una mirada que desempaña los corazones de la llamada basura blanca -white trash-, supuestamente cabreada y reaccionaria, y en el filme de la china Chloé Zhao, ungida por un orgullo vívidamente solidario en la derrota. La leyenda de Nomadland -que se hizo ya clásico súbito cuando ganó en Venecia- entronca con Las uvas de la ira de Ford pero reinventa ese clasicismo al darle la vuelta a la idea fundacional de los Estados Unidos, la de la conquista del Oeste, el expansionismo, la colonización. Y nos enseña lo opuesto: la tranquilidad de espíritu de quienes renuncian a poseer la tierra -hasta el último acre- y deciden llevar vida errante. El cine mayúsculo -finalmente muy político- que exhala se llevó con merecimiento los tres Óscar mayores: mejor película, dirección para Chloe Zhao e interpretación para Frances McDormand. Zhao es la segunda directora en ganarlo, después de Kathryn Bigelow, Y McDormand suma su tercera estatuilla. Iguala a Ingrid Bergman y Meryl Streep -la ausencia en la gala de la eterna nominada fue como un Un, dos, tres sin calabaza- a la espera de ganar el cuarto y alcanzar a Katharine Hepburn.
Las barreras de Fincher
La otra verdaderamente grande de las películas nominadas, Mank, no pudo superar sendas barreras: lo mal que David Fincher cae a los académicos y la resistencia a entregarle las joyas de la familia a Netflix. Se llevó dos Óscar técnicos, fotografía y diseño de producción, cuando pintaba ya que su marcador iba a quedarse a cero.
Me alegra mucho el Óscar como guion original al provocador cuento macabro de Emerald Fennell Promising Young Woman, o de cómo helarte la sonrisa en un revenge sobre la cultura de la violación. Me molesta que la infladísima The Father -adaptación torpe de una pieza teatral del agotado Christopher Hampton- le robe el Óscar al mejor guion adaptado a la proeza de Nomadland y el de mejor actor al Gary Oldman de Mank para que Anthony Hopkins actúe como su aturdido protagonista aquejado de alzhéimer y pase varios pueblos de presentarse en la gala.
Los Óscar para el asesinado activista negro Fred Hampton de Judas y el mesías negro los anoto en la corrección política del nuevo tiempo. Pero esa llamada al cine concienciado suena a marciana cuando el Óscar al mejor documental se lo lleva la autoayuda de Lo que el pulpo me enseñó, dueto subacuático de director con angustias vitales y de octópodo metido a coach tentacular y mudo. Sobre el papel de los pulpos en el cine ya lo dejó todo dicho nuestra Isabel Coixet en la desopilante Elisa y Marcela. Después de eso, solo queda callarse.