Rozalén: «Tenía una pena en algún rincón que se me está quitando al volver a cantar»
CULTURA

La cantante inaugura el miércoles O Son do Camiño Perseidas, en el monte do Gozo
12 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.Tiene en ocasiones la tozuda realidad dichosos traspiés que propician que nada salga como, a priori, debiera. Que se incumpla el manual, que salten por los aires los doctos teoremas. Y así, alguien que por honestidad y principios, que no por talento, contraviene de cabo a rabo los petulantes dogmas de los aún más petulantes gurús de la mercadotecnia, acaba por convertirse en un fenómeno de masas y ocupar el espacio que para ella no se había reservado. Viene todo esto al caso porque Rozalén, aquella albaceteña que con su máster en musicoterapia en el zurrón, una bandurria en bandolera y un puñado de canciones se plantó un buen día de hace una década en Lavapiés, acaba de congregar, entre jueves y viernes, a 10.000 almas en el Wizink Center de Madrid. Un hito, confiesa, con el que jamás siquiera había fabulado. El miércoles llega a Galicia para inaugurar, junto a Guadi Galego, el Son do Camiño Perseidas, que tendrá por escenario el compostelano Monte do Gozo.
Nos atiende por teléfono el sábado, de mediodía. Desde una terraza. Acaba de pedir una caña, aún supurando adrenalina. «No me cabe en el pecho la alegría. Ahora tengo un par de días para descansar, desconectar y desemocionarme. Porque esto lo más difícil que he hecho en mi vida. Hoy me siento como recién paría».
-Narran las crónicas que esta es una Rozalén completamente distinta, con un show incluso bailable. ¿Ahora que no se puede?
-Bueno, hay una mitad más emocional, más intensa, más política... De clínex, total [se ríe]. Pero estamos en un momento en el que lo que necesitamos un chute de energía, de color, de cachondeo y de baile, así que desde mitad de concierto hasta el final es otra cosa. Es como más verbena y con mucha comedia. Más cañero, sí, pero igual de intenso.
-Ha dicho que en esta gira iba a hacer cosas que no había hecho nunca, ¿a qué se refería?
-Pues por ejemplo, yo antes solo tocaba la bandurria y la guitarra y ahora toco también algunos instrumentos de percusión. Además, la tesitura de estas canciones también me exige tener mucho más cuidado para colocar bien la voz. Hay estilos como el funky o el son cubano, con los que nunca me había atrevido, y que encima tengo que cantar bailando. Nunca me había preparado ni cuidado tanto para estar por y para el espectáculo.
-Con «El paso del tiempo» se suma a ese revival disco ochentero que tanto furor está causando.
-Yo quería hacer una canción para decir, mira, yo tengo 35 años pero ya me van saliendo mis canas y mis primeras arrugas. Y no pasa nada. Es que no soporto ver como algunas amigas de 40 o 50 años luchan contra el paso del tiempo y se ponen tristes porque ya no encajan en ese canon de belleza de eterna e irreal juventud en el que estamos atrapadas. A mí me encanta tener una arruga en la frente. ¿Cómo no la voy a tener con todo lo que me río? Con esa canción lo que busco es celebrar que estamos vivos. Y sí, tiene cosas setenteras y ochenteras pero también te puede recordar a esas producciones de Dua Lipa, como muy modernas, ¿no?
-¿Como se siente bailando? ¿Era ya bailona?
-A mí me encanta bailar. Sí que es cierto que hasta ahora siempre había cantado en un taburete con mi guitarra y que a la gente le sorprende verme en plan Lady Gaga o Beyoncé... Bueno, es un decir, ya me gustaría [se ríe]. Pero sí, en esta gira me veréis cantando y bailando con alegría y sin prejuicios. No sé... Me encanta porque la gente me está diciendo que me siente y me ve feliz. Y es verdad. Yo tenía una pena ahí, en algún rincón, que se me está quitando porque he vuelto a cantar.
«Estoy un poco obsesionada con lo que le pasó a Samuel»
Generosa siempre y adicta confesa a las colaboraciones, invitó Rozalén a un puñado amigos a compartir con ella algunas canciones en sus conciertos. Con el asturiano Rodrigo Cuevas cantó Rambalín, una canción dedicada un homosexual y transformista de Gijón asesinado una noche en 1976.
-En Galicia, 45 años después, acabamos de vivir un episodio similar con la trágica muerte de Samuel. ¿Tan poco hemos evolucionado como sociedad?
-Es horrible, no me entra en la razón. Y te juro que estoy un poco obsesionada con ese tema. Es un dolor que no soporto. Yo le pedí a Rodrigo que cantásemos Rambalín juntos en Madrid antes de que pasara lo de Samuel. Porque cuando escuché esa canción por primera vez, me pareció tan fuerte... Pero también me pareció lejano. Y mira... Y lo peor es que no es un hecho aislado. Está habiendo muchísimas agresiones homófobas y racistas y cada vez hay más mujeres asesinadas. Eso significa que hay un discurso que está calando. Y eso es peligrosísimo. Por eso creo que, ahora más que nunca, hay que llenar los conciertos de alegría, de luz, de ganas de vivir y de hacer las paces con el mundo y con la humanidad. Eso es lo que pretendo.
-De su último trabajo, «El árbol y el bosque» se ha llegado a decir que es un «disco terapéutico».
-Sí, hay psicólogos que me están diciendo que están utilizando el Que no, Que no y El día que yo me muera en sus consultas. Y me encanta. Pero hay algo que aún me emociona más. El viernes una amiga me contó que al salir de concierto de Madrid escuchó que una chica le decía a otra «pídeme lo que quieras, como si quieres dinero, porque ahora mismo tengo tal ganas de querer y de vivir que lo doy todo». Nada me puede hacer más feliz. Yo me quedo con eso.
-Con eso... Y con un Goya.
-¡Ah, sí! Es muy fuerte. A veces aún me pego sustos cuando lo veo. Digo «y este señor tan serio, ¿que hace aquí?». Pero te juro que del Goya lo que más alegría me dio fue lo que supuso para mi entorno. Cuando mi padre lo paseó por todo el edificio, cuando lo cogen mis amigos y se hacen fotos con él, cuando en mi pueblo me dicen que le van a hacer una capilla en la iglesia, cuando en Albacete dicen «hemos ganado un Goya»... Pues claro que sí. Para mí eso es lo bonito de las cosas. Poderlas compartir.