«Maixabel», coraje dramático y político para apuntalar los estertores de ETA
CULTURA
Terence Davies firma con «Benediction» otra de sus obras sublimes sobre la herida del tiempo a través de la figura del poeta Siegfried Sassoon
18 sep 2021 . Actualizado a las 23:44 h.Si me dijeran que citase uno de los autores de nuestro cine que me produce mayor desapego el nombre de Icíar Bollaín sería de los primeros en venirme a la mente. Hay muchos otros pero para qué hacer más amigos. Por eso temía como a un miura Maixabel, un proyecto que lleva dentro material complejísimo: cómo dibujar el perfil de una mujer como Maixabel Lasa -viuda del exgobernador civil asesinado por ETA, el socialista Juan Mari Jáuregui- sin que su trayectoria de infinita generosidad para trabajar con la fuerza de la reparación y del encuentro entre víctimas y victimarios derivase en hagiografía. Pero resulta que Bollaín ha soltado lastre, ha prescindido del guionista Paul Laverty, su pareja en la vida real. Laverty es un pozo sin fondo de resoluciones melodramáticas demagógicas, de manipulación de las tragedias humanas. No solo ha hundido la carrera de su mujer, que no levantaba cabeza desde Te doy mis ojos. También ha enterrado en vida a Ken Loach. Y Maixabel no solo tiene a favor la ausencia de Laverty. En su escritura está además, junto a Bollaín, la sabia Isa Campo: con ellas, la película fluye libre de florituras populistas o trampas emocionales.
La forma en la que aborda el nacimiento de esa esperanza que encarnó en la Euskadi de los años de plomo Maixabel Lasa hace que te creas que tanta carga de fe en el ser humano es veraz. Y sigues a Blanca Portillo por esos desfiladeros. Esa solvencia de la historia alcanza su cénit en dos momentos vibrantes: los que se corresponden con los encuentros de Maixabel Lasa con los terroristas que asesinaron a su esposo, que poseen grandeza dramática y diálogos que se te quedan grabados en su lucidez acerada. Son enormes la sensibilidad y el talento que Luís Tosar carga sobre los hombros de su personaje, asqueado de su pasado y de la banda terrorista. Y ahí entra la valiosísima dimensión política de Maixabel, que deja en evidencia las carencias de la tan aclamada Patria. Bollaín e Isa Campo saben donde está el Mal. Es una lectura que suscribiría Hannah Arendt. No reside en cada uno de los matarifes de turno sino en la criminógena maquinaria de asesinar que desangró Euskadi durante cuarenta años. Por eso su película levanta ya muchas ronchas en lo que queda de aquel submundo. También es incómoda para quienes retroalimentaron ese odio negándose siempre a tender puentes. O para el mismo PNV, cuya invisibilización es sutil señal sobre su denunciable inacción.
Salgo de Maixabel con un punto de emoción. Y reconciliado con aquella Bollaín de cuando entonces. Veinte años no es nada. Y siempre se está a tiempo de dejar en casa al marido con las tareas del hogar. Y, con ello, hacer un gran favor al arte cinematográfico.
Sublime Terence Davies
El británico y siempre excelso Terence Davies es el gran autor del cine de raíz proustiana: el de la herida del tiempo, el anhelo de los inaprensibles días del pasado. Es asombroso como cada una de sus películas acaricia la superficie de ese territorio de la melancolía como maladie y siempre llega a sus honduras como si fuese primera vez. En Benediction reconstruye los senderos volados en la vida del poeta Siegfried Sassoon. Su vivencia de las trincheras de la Gran Guerra y su antimilitarismo elevado a versos de dolor puntean su existencia, su homosexualidad tardíamente asumida, su decisión contradictoria de casarse y tener un hijo, su postrera conversión al catolicismo. Davies te sumerge en ese estanque eterno del tiempo abolido y de su desesperanza. Y sales de la zambullida ungido de la gracia del cine como arma de deconstrucción del dolor, de la memoria como miembro amputado, de los ecos de guerra como sollozos perdurables.