Gloria Fortún publica la primera traducción al español de la autobiografía de la líder de las «suffragettes» británicas; «Mi historia» es un manual de acción política
03 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.«Escribí los últimos párrafos de este libro a finales del verano de 1914, cuando los ejércitos de todas las naciones poderosas de Europa estaban siendo movilizados para un guerra salvaje, implacable y bárbara [...]». Emmeline Pankhurst escribía las últimas líneas de su historia en el borde de una guerra y posaba su pluma cuando todavía faltaban 14 años. Moriría sin ver aquello por lo que había luchado una vida entera. Hoy, con Europa garabateando de nuevo en el margen de una guerra, se pueden leer por primera vez en castellano aquellas palabras con las que Pankhurst cerraba su autobiografía. Han tenido que pasar 118 años.
«Igual que Emmeline decía necesitamos votar porque los hombres no van a hacer nada bueno por nosotras, necesitamos estar en la cultura desenterrando a todas esas autoras que el supuesto canon universal, que en realidad de universal no tiene nada, ha dejado fuera». Gloria Fortún es la traductora al español de Mi historia (Capitán Swing) la autobiografía caleidoscópica de la líder de las suffragettes, mujeres que durante un siglo lucharon por un derecho que era, literalmente, cuestión de vida o muerte: el voto hace la fuerza.
Un testimonio, como tantos otros, opacados por el desconocimiento, cuando no una ridiculización que se repetía a diario en periódicos y viñetas, una caricatura que cristalizó sutilmente en una película que sigue criando a generaciones: A Mary Poppins había que contratarla porque la señora de la casa, Winifred Banks, «era tan negligente que se va a sus reuniones feministas por el voto de la mujer antes que cuidar a sus hijos». Ahí está la banda tricolor y la reclamación más que justa: Votes for Women. Que las mujeres voten.
Y en el Reino Unido, las mujeres votaron por primera vez en igualdad con los hombres en 1928, ya que la Reform Act de 1918 concedía un derecho muy restringido. En España habría que batallar hasta 1931, cuando en una sesión histórica Clara Campoamor pronunció aquel «¿Cómo puede decirse que cuando las mujeres den señales de vida por la República se les concederá como premio el derecho a votar?». El sufragio femenino se aprobó, se ejercería por primera vez en 1933 y poco después, quedaría en suspenso, también para los varones. Hasta 1977. «La guerra lo para todo, incluida la lucha por los derechos de las mujeres». La frase que pronuncia Fortún tiene algo de profética: han comenzado a surgir casos de explotación y violencia sexual contra las mujeres en el conflicto de Ucrania.
La de las suffragettes fue la «campaña política más radical del siglo XX». Surgía de la supervivencia, de ver cómo el sistema ignoraba y maltrataba a las mujeres porque las mujeres nada decidían. Mi historia es más que una biografía. Es un manual de acción política. Las suffragettes eran mujeres de acción directa, de sabotaje. Ejercieron la resistencia pasiva antes que Gandhi, hicieron escraches antes del 15M. Sufrieron la cárcel, la alimentación forzosa, la burla, la violencia por conseguir un derecho asumido pero ausente —en Afganistán no es que no voten, es que les han arrebatado el derecho a acudir a la escuela— por el que ahora transitan (transitamos) todas.
Porque fueron, somos. La genealogía de las mujeres se construye en los vericuetos, en un ejercicio continuo de arqueología comunitaria. Por eso, desde los albores del siglo XX, llegan ecos de debates que siguen resonando hoy en día: la decepción de las que descubrieron que en los partidos se consideraba la lucha feminista secundaria, cuando no molesta (una cuestión que se repitió, con fuerza, en los años 70) y que las llevó a «boicotear a todos por igual, fueron la pesadilla del Parlamento durante años».
Cómo ha trascendido el nombre del marido de Harriet Taylor (John Stuart Mill) como defensor de los derechos de las mujeres y sin embargo es mucho menos conocido el de Emmeline Pankhurst o el de la misma Taylor.
Y la reapropiación del lenguaje para desactivar el insulto —las suffragettes fue un nobre peyorativo que utilizaba el Daily Mail y que asumieron como propio, «como las lesbianas hemos hecho con bollera» o el feminismo con bruja y feminazi—o el embuste de que se trata de un movimiento de burguesas. Una de las activistas más conocidas, Annie Kenney, era molinera y el movimiento era tan transversal que en él participaban burguesas, científicas, escritoras y también obreras.
«Me considero más bien un soldado», decía Edith Ellyn (trasunto de Edith Garrud) en la película Las sufragistas, en la que Meryl Streep interpreta a Emmeline Pankhurst, que, en efecto, formó un ejército de mujeres: a quienes no estuvieran dispuestas a tener el sufragio femenino como primera prioridad, «las invitaba a irse», explica Gloria Fortún.
«Nadie querrá emprender la imposible tarea de destruir o incluso de retrasar la marcha de las mujeres hacia su legítima herencia de libertad política, social y laboral». Así, con ese camino todavía siendo caminado, puso Emmeline Pankhurst punto y seguido a su historia, que [porque somos, serán], es la de todas.