Eugenia Tenenbaum: «Internet dinamitó la autoridad, incluso en el arte»

Sara Carreira Piñeiro
Sara Carreira REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Eugenia Tenenbaum, durante una visita a Santiago
Eugenia Tenenbaum, durante una visita a Santiago Sandra Alonso

La historiadora y escritora santiaguesa ofrece en «La mirada inquieta» una relectura feminista de los clásicos

08 ago 2022 . Actualizado a las 16:52 h.

Posiblemente no le suene el nombre de la historiadora de arte y escritora Eugenia Tenenbaum (Santiago de Compostela, 1996), pero es una referencia en Instagram y en Patreon (una red que une a creadores y mecenas), es decir, para la comunidad treintañera y para aquellas personas que quieren «herramientas para entender la perspectiva de género en el arte». Tiene claro su discurso, que parece muy sencillo pero que está lleno de recovecos de los que sale airosa. Con sus apenas 26 años, Tenenbaum —un apellido artístico, que tomó prestado de la película de Wes Anderson y que le permite tener cierta privacidad fuera de él— representa esa generación que ocupa el espacio de los «mayores», de la «academia», como ella misma lo denomina, y no tiene previsto pedir perdón por hacerlo. Con La mirada inquieta (editorial Temas de Hoy) recorre la historia del arte en un museo imaginario que propone a sus lectoras como una puerta para más interrogantes.

El libro es muy interesante y fácil de seguir, y contiene dos aspectos que se entrecruzan: la historia del arte y su relato desde el punto de vista de una mujer del siglo XXI. Así, permite «entender» la evolución artística, como por qué los primeros retratos eran de perfil; explica que los renacentistas no sabían que las estatuas romanas estaban pintadas de colores; derriba (una vez más) el mito de una Edad Media oscura; vincula la importancia de los avances técnicos para explicar los artísticos (el impresionismo no se entiende sin la pintura en tubo); o relaciona las dos guerras del siglo XX con la preponderancia de la idea sobre el soporte. Un libro que valdría la pena solo por cómo transmite el respeto al arte contemporáneo, lo contextualiza y le da sentido.

Pero a la vez, y sobre todo, habla de mujeres. De las artistas que ha habido, y sobre las que reflexiona no solo por el hecho de que sean mujeres, sino por su aportación al arte (aunque asume lo difícil que es hacerlo); de cómo han sido cosificadas (Tiziano tendría un propio círculo infernal por sus venus); de cómo la «academia» las ninguneaba, en vida y en la historia; y de qué papel quiere que jueguen.

¿Es un tratado feminista o de arte? «Podría ser ambos —dice la autora—. Me gustaría brindar herramientas para disfrutar de los museos con perspectiva de género, que lo atraviesa todo. Abrir los ojos a otras y que se planteen cosas que no se habían planteado». Y dar argumentos: «Nos dicen que las mujeres ya tenemos todos los derechos, y debemos responder desde un lugar tranquilo, no somos vendedoras de biblias».

Sobre cómo asumir obras de autores abiertamente maltratadores, Tenenbaum apunta: «No podemos decidir nuestros gustos, pero sí lo que hacemos con ellos. Es necesario saber». No cree en la cultura de la cancelación (dejar de contratar a alguien tras conocer sus abusos) «porque no funciona», y aquel que ha sido señalado vuelve pasado un tiempo como si nada, y ellas, las víctimas, regresan a su rincón. Solo le consuela que de este modo se podrá «evitar que vuelva a pasar, que haya genios que sean delincuentes».

Y plantea una cuestión interesante: «¿Podríamos admirar el arte de alguien como Hitler?». Para la escritora, «hay que deconstruir la imagen del genio. A nadie se le ocurriría decir: ‘‘Hitler asesinó a millones de personas, pero pintaba muy bien''».

Nada de «invitadas»

Sus críticas se extienden a las instituciones que hacen una puesta en escena feminista solo para evitar ser señaladas. «No quiero que el Prado haga una exposición de Invitadas, quiero que recupere todas las obras de mujeres que tiene guardadas y las exponga en el lugar que les corresponde», señala. Que se considere a las artistas sin adjetivos y que contextualice su trabajo y sus años de desaparición. Sobre si le gustaría que el Prado la llamase para encargarse de hacer algo así, Tenenbaum demuestra que es de otra generación: «Creo que es lo que tiene que hacer. Tiene que haber mujeres feministas en la academia, ese cambio de discurso tiene que venir de mujeres feministas».

En cuanto al arte y qué época prefiere, Tenenbaum soslaya la disyuntiva gótico-románico (aunque apunta al gótico y su luz) porque lo suyo es un amor total: «Para mí, es muy complicado especializarme porque me apasionan todas las épocas. Ahora me interesa el realismo social del siglo XIX y cómo es posible que los problemas de hace 150 años nos sigan interpelando». Pero también reconoce que le tira «el arte de las décadas de los 70 y los 80 del siglo XX, y el barroco».

También le interesa el presente, porque desde el punto de vista de los artistas, las redes sociales «han dinamitado toda autoridad», como hicieron en el XIX los galeristas. «Mi voz, discurso y trabajo llega a muchas personas», razona. Acepta que esto tiene una parte mala, «porque sin ayuda de un intermediario nadie compra tu discurso», pero compensa porque «colectivos minorizados pueden contar su propia historia». Como las mujeres, como ella.