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Muere el guitarrista Manolo Sanlúcar, leyenda del flamenco

Doménico Chiappe MADRID / COLPISA

CULTURA

Román Ríos | efe

Innovador a la vez que ortodoxo del flamenco, el autor de la rumba «Caballo negro» y la obra sinfónica «Tauromagia» se había retirado de los escenarios en el 2013 pero continuaba su labor pedagógica

27 ago 2022 . Actualizado a las 21:40 h.

Igual tocaba por soleá, en la que se encontraba su esencia, como una rumba fusionada con la percusión del pop y una guitarra con efectos por debajo de su tema, como en Caballo negro, que publicó en un vinilo de 45 rpm en 1975, cuatro años antes de que apareciera La leyenda del tiempo de Camarón. Manolo Sanlúcar, que comenzó en los tablaos y prosiguió en los grandes teatros sinfónicos acompañado de orquestas, murió este sábado a los 78 años, y deja una monumental obra dedicada a la guitarra flamenca. El maestro sufría una enfermedad renal y se sometía a diálisis.

Por el lado B de aquel vinilo revolucionario de Caballo negro que inauguraba el «nuevo flamenco» y que aparecía después de los tres rigurosos álbumes de Mundo y forma de la guitarra flamenca que compuso a los 16 años, estaba Los fantasmas de la guerra, con lo que no rehuía sus posiciones ideológicas. También dedicó el álbum Y regresarte a Miguel Hernández y Locura de brisa y trino a Lorca. Bautizado como Manuel Muñoz Alcón, quien tomó el nombre de su población natal como apellido iba sin miedo a la innovación y con respeto por la tradición.

Aprendió la guitarra con Isidro Muñoz, su padre, que además de guitarrista y cantaor era torero, y le comenzó a mostrar las virtudes de los trastes cuando contaba siete años. Josefa, la madre, cuando quería castigarle de niño, le vetaba el instrumento. Para entonces, el gran flamenco se dirimía en los predios sevillanos de El Pinto. Casado con La niña de los Peines, Pepe Pinto llamó al padre y le dijo que quería escuchar a ese joven que tendría entonces menos de 15 años.

Ese día le cambió la vida. Una «reunión que terminó siendo una fiesta», recordaba Sanlúcar, le hizo dejar el terreno amateur. Su primera gira fue en 1957 con Pepe Marchena y siguió con otras compañías, de distintos flamencos cuando la división entre gitano y payo estaba aún muy marcada.

Con Paco de Lucía y Enrique Morente

Estudioso de las posibilidades musicales de su instrumento, aunque nunca relegó el flamenco y defendió los cánones frente a la transgresión, hizo suya la mezcla de la tradición y la vanguardia. Un estilo que desarrolló en complicidad con músicos como Paco de Lucía y Enrique Morente. Se definía como ortodoxo frente al libertinaje y heterodoxo frente a la crítica que surgía de las búsquedas del arte. «La guitarra no es generosa, es exigente. Pero a la vez es justa. Si la estudias profundamente y le dedicas tu atención, no te lo da todo, te da lo que te corresponde. Si la abandonas no te da nada», definió su instrumento en un documental homónimo de Canal Andalucía. Este sábado, en el día de su muerte, Sanlúcar de Barrameda decretó tres días de luto oficial.

A medio camino de su vida, ya reconocido como uno de los flamencos más importantes de su tiempo, empezó a estudiar música de forma autodidacta, para poder hacer él mismo los arreglos de orquesta de sus composiciones, insatisfecho por los giros que tomaban cuando los encargaba a otros. De esa manera creó Tauromagia, en 1988, una de las grandes obras sinfónicas flamencas, junto a Medea, la obra también orquestal que la precedió y que bailó el Ballet Nacional.

Una vida sabia

Nacido en 1943, niño prodigio del flamenco que ganó 50 pesetas en su primer concierto en Málaga y casado seis décadas con Ana, se mostraba orgulloso de esa «música propia» de Andalucía nacida del folclore, como él decía. Por una carrera que sobrepasa la veintena de discos y retirado de los escenarios desde el 2013, recibió en vida numerosos reconocimientos, desde su primer certamen, el World Guitar Festival de Campione de Italia, hasta la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en el 2015 y el Premio Nacional de Música en el 2000. Una vez que renunció a los conciertos, prosiguió dando clases magistrales, «por responsabilidad».

En su última entrevista publicada, realizada por Paco Sánchez Múgica en el 2021, revisó su legado: «¿He vivido consecuentemente o he vivido, como decimos por aquí, al tuntún? Y qué va, qué va. He vivido con una conciencia que yo mismo me sorprendo de mí y de mis decisiones. Yo dije, cuando empecé a viajar y tomé conciencia absoluta de la guitarra: a esto me entrego la vida».

Un mito de la guitarra se marcha y deja no solo su música. También un estudio a los que dedicó sus últimos doce años, que llama «enciclopedia» sobre el flamenco, con teoría de dos mil páginas y varias horas de audiovisual, para que sea entendida por otras culturas. Jondo, como diría antes de rasgar las cuerdas.

Con Rocío Jurado y Juan Peña Lebrijano grabó la primera ópera andaluza, Evangelio gitano, que él mismo compuso, interpretó, dirigió y produjo en 1981. Entre sus numerosas actuaciones, recuerda Efe, destacaron las del Teatro Carnegie Hall de Nueva York en 1990 y su estreno en Japón de la obra sinfónica Aljibe (1992), con una excelente acogida. Participó en el segundo Festival Internacional de Flamenco de París en el 2006 y dos años más tarde interpretó, junto a la Orquesta Sinfónica de Córdoba, La voz del color en el Auditorio Nacional de Música, obra en la que homenajeaba con percusiones y coros la obra de Ressendi, pintor sevillano. Un caso excepcional es Música para ocho monumentos, obra sinfónica encargada por la Junta de Andalucía en 1991 y que el guitarrista terminó tras dieciocho años de trabajo.

Con una técnica paseada por más de 50 países, Manolo Sanlúcar también fue autor de la música del poema de Alberti La Gallarda (1992) y director musical de la película Sevillanas (1992), dirigida por Carlos Saura, con quien repitió colaboración en Iberia (2005) y Flamenco, flamenco (2009).

También de especial relevancia fue Mariana Pineda (2003), obra que compuso para la bailaora Sara Baras y con la que esta cosechó gran éxito profesional.