Penélope Cruz se equivoca en Venecia al dar créditos al espantoso bodrio italiano «L'immensità»

José L. Losa VENECIA / E. LA VOZ

CULTURA

El realizador italiano Emanuele Crialese posa en la Mostra con Penélope Cruz.
El realizador italiano Emanuele Crialese posa en la Mostra con Penélope Cruz. Guglielmo Mangiapane | Reuters

El director neoyorquino Darren Aronofsky recrea la pieza teatral «The Whale», con el actor Brendan Fraser engordado digitalmente hasta los 270 kilos

05 sep 2022 . Actualizado a las 08:49 h.

Penélope Cruz ha alcanzado estatus de estrella internacional labrado a pulso, en el curso del tiempo. Supongo que cuando llegas ahí debes tener extremo cuidado al seleccionar los proyectos en los cuales te embarcan. Por eso me sorprende verla entregar el prestigio de sus créditos a un filme tan infausto como L’immensità, cuya maldad insondable es complicado describir sin introducir el exabrupto. La dirige Emanuele Crialese, quien obtuvo en el 2011 cierta popularidad y hasta un puestecito en el palmarés de la Mostra con Terraferma, un muy olvidable drama -supuestamente concienciado- sobre los conflictos generados por la llegada de una barca de inmigrantes africanos a Sicilia.

Penélope Cruz, en la alfombra roja de Venecia.
Penélope Cruz, en la alfombra roja de Venecia. Guglielmo Mangiapane | Reuters

En L'immensità aborda Crialese la situación de su protagonista adolescente, biológicamente nacido mujer pero en conflicto ante la no aceptación por los demás de su verdadera identidad masculina en la Roma de los años 70 del pasado siglo. Parece que una experiencia similar, aunque ya transicionado, la vivió el propio Crialese, quien tiene ahora 58 años y ha aguardado a estrenar esta cinta para revelarlo. Nunca es tarde.

En realidad, resulta indiferente este dato a efectos de constatar la torpeza avecindada con la incompetencia del director a la hora de dotar de emociones a la asfixiante situación de su incomprendido joven. El trazo cursi -que se pretende camp pero no alcanza esa marca- se extiende a todo el filme, a su utilización de las melodías sentimentales más trilladas de esa época -el Tema de Lara de Doctor Zhivago, Love Story en versión de Mina y en otras dos más-, a los clichés que rodean a cada personaje y situación. La historia de amor del muchacho middle-class con una niña que vive en los suburbios me produce mucho bochorno.

También el serio asunto de la violencia de género, con un pater familias machirulo como de viñeta, que maltrata a Penélope Cruz, está abordado con esa insolvencia impropia de competir en la Mostra. Ya se sabe, es parte de la cuota de la largamente malherida cinematografía italiana. Y cada año caen aquí varios meteoritos locales que quieren pasar por celuloide.

«The Whale» y el hombre batracio

Menos mal que el cine real e intenso lo puso Darren Aronofsky. Cuidado con él, es autor que posee secta de adoradores casi tan ortodoxa como la de Terrence Malick. Algunas de sus películas son en verdad fascinantes. Pero otras estremecen o cabrean. Aún no he olvidado aquella revisión hardcore e incendiaria con delito de La semilla del diablo que se llamaba Madre y protagonizaban Bardem y Jennifer Lawrence.

En esta ocasión, la aparición mariana de Aronofsky es realmente muy valiosa. Adapta The Whale, una obra teatral de Samuel D. Hunter, con una premisa en principio anticinematográfica: el personaje de Brendan Fraser es un hombre-batracio que ha engordado hasta los 270 kilos después del suicidio de su novio y que agoniza en el sofá de su casa jalándose a manos llenas pizzas de chorizo y bocadillos de patatas fritas con salsa chimichurri

Desde esa atmósfera insana, con su personaje central casi inmovilizado por el peso, como ya planteaba la pieza escénica, Aronofsky se trabaja la conversión en una experiencia dramática fascinante. La resurrección de Brendan Fraser después de largo tiempo semi desaparecido -bueno, antes de esto lo recuperó Steven Soderbegh en algo premonitoriamente titulado en España Sin movimientos bruscos- debe mucho a los efectos digitales. Llega a pillar este proyecto a Fraser en los analógicos años del Método, cuando De Niro se engrosaba 30 kilos reales para Toro salvaje, y hubiera muerto como un Gargantúa en el intento.

Aronofsky, con los actores Hong Chau, Sadie Sink y Fraser, en la presentación de «The Whale».
Aronofsky, con los actores Hong Chau, Sadie Sink y Fraser, en la presentación de «The Whale». Claudio Onorati | Efe

The Whale es obra sobre la culpa, sobre el deseo de desandar los errores de una vida, la agonía entendida como una situación de vodevil, por la cual en tus últimas horas entran y salen de escena un joven predicador de una religión apocalíptica, una enfermera china, una hija adolescente con la semilla del rencor, una exesposa nada empática. Y, por supuesto, un repartidor de pizzas a pares.

Es lo contrario a un bel morir. Pero de alguna manera honra no sé si toda la vida pero sí las últimas horas de este Brendan Fraser que comienza la función consumiendo un vídeo porno gay y la termina envuelto en una nube nívea. Es teatro -aquí cine- del absurdo elevado a arte mayor, elegía de la grasa devenida alma, a la búsqueda de redención que no negocie -eso sí- con dieta alguna.

Rebecca Zlotowski

La tercera película del día a concurso es la francesa Les enfants des autres. Su directora, Rebecca Zlotowski, nos ha dado ya muchas pistas de su talento -y a veces de su capacidad para la crueldad esquinada- en filmes como Grand Central o Una fille facile, ambos magníficos y apenas vistos en nuestro país.

En la película aquí presentada hay un acercamiento a una mucho mayor convencionalidad. Es Les enfants des autres un drama que se mueve con elegancia y paso firme por la intimidad emocional de una mujer, huérfana de su madre desde los ocho años, que desea experimentar la maternidad cuando el reloj biológico la apura.

La directora Rebecca Zlotowski (derecha) y la actriz Virginie Efira, en la alfombra roja.
La directora Rebecca Zlotowski (derecha) y la actriz Virginie Efira, en la alfombra roja. Guglielmo Mangiapane | Reuters

A ese personaje le pone autenticidad, calado profundo, amargura medida, deseo carnal y serenidad una actriz belga prodigiosa, Virginie Efira, a la que el cine francés no ha sabido dejarle espacio para su estatura. Solo un sabio como Paul Verhoeven fue quien de valorar su potencialidad, dándole protagonismo en Elle y en Benedetta, como monja bárbara y disfrutona.

Les enfants des autres se beneficia infinitamente de Virginie Efira. Ella pone el desenfreno y las pausas. Y saben la actriz y su directora, Rebecca Zlotowski, templar la infinita tristeza con la que los últimos planos de su filme evoca a aquel maestro del cine del desamor llamado Claude Sautet.