Tina Sainz, que trabajó con ella en 1976, recordará su figura en A Coruña
17 sep 2022 . Actualizado a las 12:50 h.El calendario lucía la hoja de septiembre de 1976. No había pasado ni un año de la muerte de Franco. Con el país convertido en un terremoto latente, se representaba en diferentes ciudades españolas El adefesio de Rafael Alberti. El escritor aún sufría el exilio. Entre el público se encontraban varios de los dirigentes del Partido Comunista, que entonces aún funcionaba en la clandestinidad. En ese ambiente se producía un acontecimiento cultural de primer orden: la vuelta de María Casares a España, de donde se había marchado 1936 a raíz del exilio de su padre, Santiago Casares Quiroga, presidente del Gobierno en la República.
Tina Sainz formaba parte del reparto de la obra, dirigida por José Luis Alonso. «Era algo insólito, pero la sociedad no lo aceptó como tal. El estreno de la obra más que un hecho teatral se convirtió en un hecho sociopolítico», recuerda. De eso y de la relación que tuvo con María Casares hablará el próximo miércoles 21 de septiembre en A Coruña (Museo de Belas Artes, 19.30 horas, entrada libre). La charla se enmarca dentro del ciclo María Casares. Do exilio ao escenario, que impulsa la Xunta. También intervendrá el exdiputado Jose Luis Méndez Romeu, que analizará cómo fue la recepción de la actriz en España.
Sainz señala que poder participar en aquello resultó un privilegio. Entonces ya era consciente. «Todos los que componíamos el elenco sabíamos del privilegio que era compartir plantel con esa gran actriz y hacer un Alberti con él todavía en el exilio. Sabíamos la importancia de este montaje», dice. Sin embargo, ese entusiasmo chocó —y, a la vista de sus palabras, aún choca— con su percepción de cómo se vio: «La sociedad no la recibió con la importancia que ella se merecía. Solamente hubo entusiasmo y reconocimiento en Barcelona. Allí se volcaron con María Casares. En Murcia, también. Madrid, no. El mundo teatral de la capital le reprochó el acento gallego, que cómo iba a tener ese acento. No la respetaron, no la quisieron como ella merecía».
Resulta común entre todos los que trataron a María Casares resaltar su mirada. También su filosofía de vida. Tina Sainz lo resume diciendo que era una mujer «con ojos de meiga y corazón libre». Ese modo de mirar «se reafirmaba con el acento gallego y la retranca». Y esa forma de vivir se debía a que «era una mujer profundamente amante de la libertad, que se había relacionado con lo mejor de la cultura francesa». En lo profesional, reconoce que su experiencia con ella la marcó totalmente: «Era grandísima. Trabajaba desde la humildad hacia el rigor. Me enseñó que la vida es de todos, que el respeto es de todos y se lo debemos a todos. Y que para que te respeten te tienes que respetar tú. Algo fundamental para los que nos dedicamos a la cultura».
Aquella gira fue problemática y tuvo un final abrupto. «María Casares enfermó debido al enorme esfuerzo de las dos funciones diarias, de las que nunca se quejó», recuerda. «Pudiendo haber exigido solo una jamás lo hizo. Tenía una disciplina espectacular. Eso le pasó factura en la salud y se tuvo que retirar. Enfermó por culpa de su rigor profesional. Si ella hubiera exigido solo una representación eso no hubiera ocurrido. Ya en Madrid, tuvo que ir a un médico porque se había quedado sin voz. Luego, en Barcelona, cayó y hubo que cortar la gira. Nadie dijo nada. No pasó nada. Nadie lamentó que María Casares se hubiera puesto enferma y tuviera que salir de España de ese modo. Es esa desidia hacia la gente de la cultura que hay aquí».
«En Francia María Casares supuso mucho porque es un país muy culto que ama a sus artistas y les da la importancia que merecen. En España no supuso tanto. El desprecio, la ignorancia y al abandono hacia la cultura es endémico. Siempre ha sido así», reflexiona la actriz que para Casares era «nenita». Así la llamaba: «Cuando se produjeron una serie de manifestaciones en Madrid ella estaba impactada. Me dijo: "Nenita, este país está vivo". Estaba como reviviendo el mayo del 68, llena de esperanza con un país que estaba despertando hacia la libertad». Por aquel entonces Sainz militaba en el Partido Comunista. Las conversaciones de política con Casares eran constantes fuera de escena: «Era una mujer comprometida. Ella no era comunista, sino que tenía un sentimiento socialista-anarquista muy grande». Pero, sobre todo, era algo indefinible: «Una de esas personas en las que la magia, la generosidad y el talento se mezclan», concluye.