«La Maternal» y «Cerdita», propuestas en las antípodas sobre la mujer en lucha

José Luis Losa SAN SEBASTIÁN / E. LA VOZ

CULTURA

La directora y guionista Pilar Palomero (en el centro), flanqueada por las actrices Claudia Dalmau, Estel Collado, Jamila Bengharda, Carla Quilez, Ángela Cervantes,  Sheila Baños y Claudia Medina, posando en San Sebastián.
La directora y guionista Pilar Palomero (en el centro), flanqueada por las actrices Claudia Dalmau, Estel Collado, Jamila Bengharda, Carla Quilez, Ángela Cervantes, Sheila Baños y Claudia Medina, posando en San Sebastián. J. Etxezarreta | Efe

Llega a San Sebastián «El caso Padilla», el hallazgo gigantesco de imágenes nunca vistas que detonan, medio siglo después, en la Cuba del poscastrismo

16 nov 2022 . Actualizado a las 18:35 h.

Lo repito mucho. Decía Hitchcock que nunca, pero nunca, se debía trabajar con niños. Si estuviese vivo y tuviese que ver La Maternal se le infarta hasta el ombligo. Hay en ella una inflación de bebés que berrean sin culpa. Santos inocentes. La responsable de generarme ese estrés es, entonces, la jefa de todo esto, la directrice de la película, Pilar Palomero. A mí la película que le supuso a Palomero un insólito Goya a la mejor película, Las niñas, me dejó muy frío. No fui en absoluto sensible a su evocación maña de las infancias ochenteras. Ahora encuentro a mucha gente que me cuenta lo mismo, cuando pensaba que era el único desalmado.

Salimos de ver La Maternal, en la cual se trata un tema sensible: los embarazos de menores por debajo de los 16 años. No me encaja el diafragma de acercamiento de la directora a estas crías. No sintonizo con el tono de populismo choni con el que se trata de buscar el lenguaje real de mujeres desamparadas, derivadas de la exclusión social.

Ya sé que las conversaciones de estas jóvenes no van a ser sobre la poesía de Gerardo Diego. Ni van a entrar en Tik Tok con las Gymnopédies. Pero percibo un paternalismo fácil, finalmente un buenismo, que simplifica mucho la tarea de dirigir -o de no hacerlo- a actrices amateur.

Sí me creo la mirada de Carla Quilez, la actriz debutante que encarna a la protagonista embarazada: en ella percibo la ambigüedad y la rebeldía de quien ha nacido en un universo desestructurado y no hace otra cosa que bracear y nunca aceptar órdenes. Cuando esta niña ocupa la pantalla -sin el bebé- las imágenes parecen veraces, como extraídas de otra parte.

Pero, para mi desgracia, todo el acompañamiento de Carla Quilez (las compañeras de reformatorio, las decenas de neonatos que habrán contratado para las tomas dobles o triples; o su madre, que tiene un novio al que llama Chispas) no nos dejan respirar. Y siento como si hubiese mucho de frío cálculo en esta película de seres tan frágiles. Todo está medido con cartabón inauténtico.

Una Carrie agro-extremeña

En la misma jornada podemos valorar otra manera de manejarse con una mujer en lucha. Cerdita, con la que Carlota Pereda debutó en solitario en el largometraje. Y se comió el festival de Sundance, que suele estar para cine más blandito o pejiguero. Lo que propone Pereda es un bastante radical slasher, con una adolescente y su obesidad mórbida como objetos de las más crueles chanzas de todo el pueblo.

Fotograma del filme «Cerdita».
Fotograma del filme «Cerdita».

Es Cerdita como una Carrie agro-extremeña e inconscientemente punk. No quiero decir que Carlota Pereda se acerque al parnaso inalcanzable de Brian de Palma. Aunque sí se gusta planificando set pieces que denotan cierta adoración por el maestro.

La película es una función de psycho-killer costumbrista al que le falta algo de definición de guion. Es una coctelera donde se ha mezclado Halloween con Ocho apellidos extremeños. Y a eso se debe que, por momentos, agote. Pero lleva dentro inyección de cine poderoso, alternativo, gamberro con causa. Y sin bebés porque por ahí anda de caza el hombre del saco.

«Pornomelancolía»

Cuando todavía está la espada de Damocles del escándalo o de la cancelación encima del escenario de este festival de la mano de la lúcida y tan incómoda Sparta, de Ulrich Seidl, una nueva gresca -o, al menos, un intento de llamar la atención- llega con Pornomelancolía.

En esta coproducción entre Argentina y México, Manuel Abramovich nos introduce en la vida agitada de Lalo Santos, actor de porno gay e influencer gracias a sus publicaciones homoeróticas en redes. Hay una transposición de la persona real al personaje de pseudo ficción que él autointerpreta.

Fotograma del filme «Pornomelancolía».
Fotograma del filme «Pornomelancolía».

Por eso, no comprendo muy bien las denuncias del actor referidas a los abusos o engaños en el rodaje por parte de Abramovich, quien es, por otra parte, documentalista de ya largo recorrido pese a su juventud.

La película, muy desigual, ofrece en su primera parte varias líneas de interés. La principal, ese bautizo de Lalo en el cine hardcore con una versión queer de la revolución mexicana.

Y ahí hay logros de guion de gran comicidad: la secuencia de coito entre Pancho Villa y Emiliano Zapata, bigote con bigote. O esa idea de que haya dos actores que interpreten a este fálico Zapata, igual -dicen literalmente- que hizo Buñuel con Ángela Molina y Carole Bouquet en Ese oscuro objeto de deseo. Por ahí apunta muy bien Abramovich. Pero se desfonda.

Y el tramo final del filme es reiterativo, innecesario. Encalla. Porque, además, hay mucho porno (nunca mostrado explícitamente) pero muy poca melancolía en este personaje de trabajador del sexo a destajo. Una referencia a su estado de seropositivo y algunos planos donde se le ve meditabundo o triste no son lo que se dice una profundización de carácter. Eso sí, podremos decir, como en aquel wéstern que protagonizaba Yul Brynner, con guion de Sam Peckinpah, que Villa cabalga.

«Cien flores»

También vimos en la sección oficial el filme japonés Cien flores. Sorprende que sea la ópera prima de Genki Kawamura porque hay, más que solvencia, momentos rutilantes en este drama que aborda la demencia senil desde la actitud muy ética de reelaborarla como metáfora del tiempo perdido, de los errores que hemos cometido y queremos rectificar.

Es verdad que Kawamura sí posee fecunda carrera como productor y show-runner de series y colaborador, entre otros, de J. J. Abrams. Y algo de esto sale también a relucir en una cierta complacencia en la segunda parte del largometraje. Pero, con todo, se agradece que el acercamiento por parte de Kawamura a un tema tan dado a la casquería emocional sea límpido y, a ratos, poético. Pero la ves y tienes la seguridad de que mañana la habrás olvidado.

«El caso Padilla»

El gran hallazgo no solo cinematográfico, sino cultural y político de este festival llegó de fuera de la competición. La proyección de El caso Padilla vuelca sobre Cuba y su revolución una bomba detonada medio siglo después de producida.

El director -cubano afincado en España- Pavel Giroud ha rescatado de manera casi miracular unas imágenes de archivo que son -no lo duden- un seísmo que nos invitará a recontar la Historia.

Y, muy en concreto, las tripas de la pérdida de la inocencia de la revolución de Sierra Maestra ante la intelectualidad divina de todo el mundo, de Sartre a Cortázar, de Marguerite Duras a Susan Sontag.

La recuperación íntegra de aquel acto de autocrítica que el poeta Heberto Padilla representó en 1971 ante la oficialista Unión de Escritores y Artistas Cubanos, después de haber permanecido dos meses en un calabozo, por su poesía considera derrotista, estremece en la intensidad de su crudeza, agudizada, por la brillantez oratoria de Padilla.

Son estas las imágenes de la retórica de la autoinculpación que exigió, desde sus inicios, el comunismo soviético. Y que impusieron, pronto, en todos los partidos de su internacional, incluido el español. No puedo evitar recordar a Jorge Semprún y su villana pero brillante Autobiografía de Federico Sánchez.

Este material fílmico concentra en más de una hora la descarnada naturaleza de la doble o neolengua orwelliana. La gestualidad y el barroco verbo de Heberto Padilla -mártir o traidor, finalmente expulsado hasta en su exilio en Miami, de donde lo echaron otros integristas por asistir a un acto con escritores que vivían en la Cuba de Fidel- nos llevan en una espiral de creciente angustia y estupor no ya hacia la autocrítica y la negación del yo, sino a la inculpación de otros muchos escritores que están, en ese mismo momento, escuchándole en la sala.

Padilla (a la izquierda), en pleno «mea culpa» el 27 de abril de 1971.
Padilla (a la izquierda), en pleno «mea culpa» el 27 de abril de 1971.

Y la cámara los filma en primer plano mientras Padilla les pasa su ración en la tarta contrarrevolucionaria. También se atreve a poner en la picota al intocable Lezama Lima, con el que Fidel no se atrevió a entrar con la muleta. No dudo en decir que las imágenes llegan hasta el terror cuando Padilla acusa a su propia mujer, a la que vemos asentir sobre su culpa. El rostro de Padilla se va perlando del sudor del miedo que su boca niega.

Y en esa atmósfera que define como nunca antes en ningún documento o imagen la obscenidad del poder absoluto hay hasta un militar que cierra la sesión con un golpecito de estado a la reunión de los compañeros escritores cuando Norberto Fuentes -el único poeta que se atrevió a salir del guion asignado en el aquelarre y a declarar su insumisión- amenazaba con desafinar en ese coro de los arrepentidos.

Se cierra el telón de esa guillotina de la libertad disfrazada de Versalles entre los aplausos enfervorizados de todos los presentes. No de todos. La cámara filma unas manos rígidamente cruzadas en negación del consenso autoritario. Son las de Virgilio Piñera. El otro coloso de la literatura cubana al que la revolución envío al ostracismo ese mismo 1971: por no aplaudir. Y por su homosexualidad pública.

Este festival de San Sebastián -suceda lo que suceda en los días que restan- pasará a los anales como el foro donde para Fidel Castro, cinco años después de su fallecimiento, se abrió la Historia. Para no absolverlo. Estas imágenes hasta ahora inéditas en el mundo (en su momento filmadas en detalle para que, de inmediato las viese Fidel) son impugnación y causa general contra la persecución por el régimen cubano de todo lo que se pusiera por delante. El día en que se comenzaron a nublar todos los sueños nacidos en el oriental Caribe.