Ángel Manso y Sofía Piñeiro, el feliz desconcierto de la gente corriente

mONTSE carneiro A CORUÑA / LA VOZ

CULTURA

Sofía Piñeiro y Ángel Manso, en el Torrente Ballester de Ferrol, donde este viernes inauguran exposición.
Sofía Piñeiro y Ángel Manso, en el Torrente Ballester de Ferrol, donde este viernes inauguran exposición. José Pardo

El fotógrafo de La Voz y la pintora gallegoargentina inauguran la muestra «Gerundios y suspiros» en el Centro Torrente Ballester de Ferrol

14 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La mirada bondadosa de Ángel Manso cuelga de los muros del Centro Torrente Ballester de Ferrol, en su día primer hospital de caridad y hoy «la sala de exposiciones más importante de Galicia. ¡Qué paredes!», celebra el fotoperiodista de La Voz, aquí en versión libre. A Manso le gustan las paredes. En una convalecencia reciente se propuso caminar 10 kilómetros al día y no pasó de tres. Fuera a donde fuera, veía paredes y tenía que fotografiarlas. Pero ese es otro tema. A Manso también lo encandilan las personas yendo de un lugar a otro en circunstancias en apariencia intrascendentes. Y de eso habla la exposición Gerundios y suspiros que este viernes inaugura mano a mano con la pintora gallegoargentina Sofía Piñeiro.

Ella que se alimenta de la fotografía para elegir las escenas de las que parte todo, o de recortes de revistas, o búsquedas en Google como «persona tomando un helado», se dio cuenta de que en sus cuadros y en la obra de Manso latía algo común y decidió ahondar en el encuentro. «Me quedé alucinada, los motivos eran muy parecidos, la misma curiosidad por lo cotidiano, gente en la playa, trabajadores haciendo cosas en principio no muy importantes. Hasta el color y las formas se parecen a mis cuadros», explica la artista, que en el 2014, después de estudiar Bellas Artes y dedicarse a la escultura y la cerámica, presentó en Ferrol, donde se afincó, una serie de lienzos minúsculos de 10 por 10 centímetros con figuras en plena acción aisladas sobre un fondo blanco. 

Detalle de una obra de la pintora Sofía Piñeiro incluida en la exposición «Gerundios y suspiros», inaugurada este 14 de octubre en el Centro Torrente Ballester de Ferrol
Detalle de una obra de la pintora Sofía Piñeiro incluida en la exposición «Gerundios y suspiros», inaugurada este 14 de octubre en el Centro Torrente Ballester de Ferrol

Los horizontes coloristas que las habían acompañado hasta entonces se esfumaron de la representación en miniatura. Una monja en moto, dos legionarios con la cabra, una culturista exhibiendo bíceps, dos policías besándose, un saltador elevándose sobre su pértiga... Son los gerundios, «sucesos en potencia», una rama del trabajo de Piñeiro que creció para esta muestra y que convive con su otro tema primordial, los grupos, grandes y pequeños, con rostros y sin ellos (durante el confinamiento fueron ovejas), ahora con paisajes cada vez más abstractos y titulados en una serie No somos nadie, en otra Cualquier domingo te invito a comer, pero siempre enhebrados en un cordel del que tira para dar vueltas alrededor de la identidad social, lo gregario, el miedo o la individualidad.

Y más allá de todo, la extrañeza y lo cómico. «Sí, trato de generar eso. Me gusta la incógnita. Hago una figura y meto otra idea para provocar un choque, crear desconcierto y generar dudas. Al final es como un cosmos pero muy caótico, porque hay cosas absurdas y surrealistas, pero la temática es humana. A veces podemos parecer crueles, un gordo mirando para la comida, a lo mejor, pero es real, está visto con empatía, no hay sarcasmo, hay ternura». Sofía Piñeiro lo enuncia en algún lugar reciente de la web: «En lo aparentemente anecdótico se esconde el lado más humano, por eso estas escenas pueden causar inquietud en primera instancia, aunque en el fondo son tan complejas como esenciales».

Detalle de una foto de Ángel Manso expuesta en el Centro Torrente Ballester de Ferrol
Detalle de una foto de Ángel Manso expuesta en el Centro Torrente Ballester de Ferrol

En las fotos de Manso, también humorísticas y compasivas, nadie está posando. El hombre sentado en una montaña de ruedas estaba allí, y el del banco asediado por la hierba y el del bañador que se asoma de espaldas a no sé sabe qué. Esos son los suspiros, la otra cara de la acción, el descanso, el turismo, la relajación, el pasmar. A veces el fotógrafo es el que espera a que el otro pase por donde imagina para poder completar el encuadre y obrar el milagro. Porque siempre hay algo insólito, desconcertante y feliz en su mirada, y casi siempre una gracia fina y cómplice, inocente, desternillante cuando se acumula, con quien tiene delante.

Manso es fotógrafo desde los 15 años. Su hermano José tenía una cámara y una ampliadora en casa, y de esa época es la mejor fotografía que hizo en su vida. Su abuelo lavándose la cara. Mucho de lo que es hoy anida en ella. Entonces no conocía a Martín Parr, Pérez Siquier o Cristóbal Hara, fotógrafos mayúsculos con los que algún día lo relacionaron. Nadie había hablado aún de las raíces pictóricas de sus encuadres, sus simetrías y su tratamiento del color, todo lo neutro y parecido al real que puede.

El propio Manso no se explica sus fotos. «Debe de ser algo innato», contesta como quien escurre el bulto. Pero rumia y añade: «Igual es que veo así, nunca lo pensé, veo lo bonito y lo simpático de las situaciones, lo que es mirar con buenos ojos, o a lo mejor es una pequeña virtud, no sé, buscar la dignidad en las personas», balbucea incómodo. No hay solemnidad posible con él. Admite que no concibe la vida sin hacer fotos. «Es una necesidad. Veo cosas y me parecen tan bonitas o tan feas que tengo que fotografiarlas». ¿Pero también ve cosas feas? «Bueno, a veces sí, pero cuando las fotografío ya no».