Meisel, el fotógrafo que inventó a las «top»

m. carneiro A CORUÑA / LA VOZ

CULTURA

Abre en A Coruña una muestra sin precedentes del autor neoyorquino auspiciada por Marta Ortega

19 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Fotógrafo de moda absoluto, director de escena, maquillador, peluquero, localizador, hombre orquesta tocado por una imaginación y una inteligencia prodigiosas. Hijo de una cantante y un representante de músicos capaz de urdir los engaños más inverosímiles para conseguir lo que quería y convertirse, ya en la adolescencia, en una enciclopedia de la historia de la moda. Un niño de 12 años que se escapaba del colegio para fotografiar a las modelos a la salida de la grandes agencias de Nueva York. Un ilustrador que no concebía ser fotógrafo porque los gais no podían ser fotógrafos. Un hombre extremadamente huidizo que apenas concedió media docena de entrevistas en toda su vida a pesar de haber tallado a su medida a las supermodelos que encandilaron al mundo en los primeros 90. Steven Meisel. Un clásico nacido en 1954, gigante como pocos y el creador al que la presidenta de Inditex embarcó para exhibir por primera vez un compendio de su obra. «No hay nada aparecido a esto. Él confía en Marta Ortega, la admira y sabe que en sus manos su obra está segura. Y así ha sido», afirmó ayer su agente, Jimmy Moffat, en la visita a la exposición en el muelle de Batería de A Coruña.

La nave portuaria intervenida el invierno pasado para acoger el último montaje del fotógrafo Peter Lindbergh se ha cubierto este otoño de una piel de aluminio brillante que se refleja en un lámina de agua creada al borde del mar. Recrea, explicó la arquitecta Elsa Urquijo, los espejos con los que Meisel trabaja para que las modelos pueden verse mientras reproducen los gestos que él les indica. Todas aprendieron de él, eran adolescentes cuando se pusieron delante de su cámara por primera vez. Linda Evangelista, omnipresente, Naomi Campbell, Claudia Schiffer, Stella Tennant, Kristen McMenamy o Christy Turlington, que en la pieza de vídeo que preludia el montaje habla de este aprendizaje iniciático.

Él les enseñó a peinarse, maquillarse y moverse. «Él tenía todo en la cabeza», insisten los miembros del equipo que explicará a Meisel en Galicia hasta el próximo 1 de mayo. «Nunca trabajé con nadie que respetara tanto la moda», apuntó Turlington.

El recorrido se ciñe a 1993. «No estoy muerto», arguyó el fotógrafo para tumbar la idea de una retrospectiva al uso. 1993 fue un año fecundo en su trayectoria tras la explosión creativa que supuso el libérrimo Sex, protagonizado por su amiga Madonna. De alguna manera todo empezó allí. El paseo arranca con las fotos robadas en la calle por el niño Meisel a maniquíes que hoy claramente pertenecen a otra época y continúa con algunas de las 28 portadas que publicó con Vogue amadrinado por Franca Sozzani, eterna editora jefa de la edición italiana, filóloga y licenciada en filosofía, sin la que nada de esto hubiera ocurrido.

Sozzani, una periodista valiente que llevó a la portada temas hasta entonces vetados (mareas negras, modelos negras o la obsesión por la cirugía), decidió confiar al neoyorquino todas las primeras páginas durante veinte años. «Dispara lo que quieras siempre que sea bello», le dijo por toda advertencia, reveló ayer el comisario Michael Benson. Ese espíritu fundacional, a veces experimental, a veces subversivo, salpica toda la exposición, no solo en la modelo de Adidas que coquetea con la heroína o en la escena rusa en una mansión de Long Island en plena resaca de la caída del Muro. También en la androginia de las modelos se expresa el cambio de época, en la feminización de los hombres que transitan del modelo tradicional encarnado por Marlon Richards (innegable hijo de Keith) a otro mucho más blando y lampiño, en el cuidado minucioso de la escena o en la torsión imposible de los cuerpos y los gestos estridentes de las mujeres, siguiendo líneas que solo el Meisel dibujante veía.

El grunge de Nirvana o el piercing de Stella Tennant en las frías calles londinenses que le arrebató la portada del Vogue inglés —la aristócrata se negó a quitárselo—, frente a la suntuosidad del Ritz o el lujo de Loulou de la Falaise en el taller de Yves Saint Laurent. Linda Evangelista transformada en Katharine Hepburn, Linda y Kyle MacLachlan enamorados, Barbra Streisand en la cima del divismo, Issie Blow con el perro de Alaïa. Maneras de expresar la moda de un hombre que añora los tiempos en los que Irving Penn fotografiaba vestidos de Balenciaga con la sobriedad de la buena arquitectura y solo se mostraba ropa hermosa.