Queremos mucho a Saura pero... que vivan «As bestas»

Jose Luis Losa

CULTURA

La familia de Carlos Saura durante el homenaje al director
La familia de Carlos Saura durante el homenaje al director Eduardo Parra | EUROPAPRESS

Casi todo lo que ocurrió después del homenaje al director en los Goya fue una negación sustantiva de lo que él representó

12 feb 2023 . Actualizado a las 17:59 h.

Mucho se había insistido en que estos Goya serían los del tributo al descomunal talento de Carlos Saura. Así lo semejó el emocionado arranque con el Goya de honor al maestro. Pero casi todo lo que sobrevino después fue una negación sustantiva de aquello que Saura representó: el sentido de cine de riesgo que buceaba en lenguajes kamikazes, que golpeaban lo establecido. La búsqueda de las raíces del cainismo español a través de fórmulas que desafiaban al espectador, a la taquilla y, en definitiva, al consenso biempensante y al poder. De ahí que la victoria por aplastamiento de As bestas —que encarnaba la opción más conservadora, la de frío cálculo industrial y nulo interés en explorar con rigor las hondas raíces de la España o la Galicia negra para quedarse en la espectacularización de la violencia atmosférica, hasta el punto de venderse como un wéstern rodado en el Bierzo— se confronta de bruces con ese Queremos tanto a Saura como leit-motiv.

Pero la glorificación del filme de Sorogoyen laminó también, ya en términos de presente, la otra causa que iba a ser concelebrada: el florecimiento de un cine español joven, independiente, no señoro, que logra lo que no se conseguía desde hace 40 años con La colmena: el reconocimiento internacional del Oso de Oro en Berlín, ahora con Carla Simón y su Alcarràs. Pues bien, a la directora catalana esta Academia, tras bendecir la renovación de la nueva ola, la dejó a cero. Ni un solo Goya de sus 12 nominaciones. De tal varapalo se libró antes de tiempo Paciftion, de Albert Serra, nuestro otro autor de escala mundial. El único al que el festival de Cannes seleccionó en su última edición para la lucha por la Palma de Oro, después de 14 años sin que ninguna película española alcanzase tal lugar. A Serra, que viene de obtener 9 nominaciones a los César, los premios del cine francés, nuestra Academia lo dejó en pasajero invisible. Ajeno a cualquier nominación goyesca. Persona non grata. Se ve que entienden que su cine es marciano, incomprensible, como en su día se le achacaba al Saura de El jardín de las delicias, Peppermint frappé o Ana y los lobos.

En este aquelarre contra los heterodoxos ardieron también otras representaciones eminentes de ese nuevo cine español como El agua, de Elena López Riera o Mantícora, la magnífica mirada de Carlos Vermut al lado más oscuro de la naturaleza humana, a la que no le dieron ni la hora. Y se libraron mínimamente Isaki Lacuesta con la soberbia Un año, una noche, premiando su guion adaptado; o La consagración de la primavera, de Fernando Franco, mejor actor revelación. Del resto de premios me alegran el Goya de animación al gran Alberto Vázquez y su Unicorn Wars y el ganado por el tan valioso corto de Elías León Siminiani Arquitectura emocional 1951.

Los tres goyas de la sobrevalorada pero correcta Cinco lobitos me dan bastante igual. Y de entre el descabello de As bestas, hay dos de sus cabezones que sí creo de ley. El del colosal Denis Mènochet, mejor actor. Y el de nuestro Luis Zahera quien, además del premio, se llevó reconocimientos tan explícitos como el de Mènochet, quien se refirió a «Luis Fucking Zahera» como «el mejor actor del mundo». Es su segundo Goya, pues ya lo obtuvo con El reino, también con Sorogoyen. Soy de la opinión de que va siendo hora de pensar que Sorogoyen tiene mucha suerte de ser un chico Zahera. Me produce emoción escuchar a la sabia Juliette Binoche cuando canta su devoción por Saura. Me genera grima cuando escucho a Sorogoyen impostar que hay que seguir aprendiendo de Saura, viendo sus películas cada día. Me parece algo tan embaucador como cuando Alfonso Guerra sostenía que cada jueves se ponía en casa Muerte en Venecia.