«Sica» confronta la fragilidad adolescente con la aventura y la tragedia en la Costa da Morte

José Luis Losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

Joven talento gallego. La prestigiosa actriz catalana Núria Prims y la debutante Thais García Blanco (de Cabana de Bergantiños) son madre e hija en «Sica», filme que la realizadora barcelonesa Carla Subirana rodó en la Costa da Morte. Debutan también los jóvenes gallegos Marco Antonio Florido Añón y María Villaverde Ameijeiras.
Joven talento gallego. La prestigiosa actriz catalana Núria Prims y la debutante Thais García Blanco (de Cabana de Bergantiños) son madre e hija en «Sica», filme que la realizadora barcelonesa Carla Subirana rodó en la Costa da Morte. Debutan también los jóvenes gallegos Marco Antonio Florido Añón y María Villaverde Ameijeiras. Miramemira

La película gallega de Carla Subirana se presenta en la sección Generation, de donde salió la Carla Simón de «Estiu 1993»

20 feb 2023 . Actualizado a las 13:36 h.

El cine sobre la adolescencia, que es siempre más tormentosa que atemperada, constituye un género en sí mismo, y cada vez más frecuentado, en parte asociado al peso mayor conquistado por la mirada de las mujeres en la autoría. Y en ese territorio de la búsqueda como epicentro (la búsqueda del autoconocimiento y la literal procura de hallar a alguien perdido) es en el que se sitúa con ideas precisas Sica, la producción gallego-catalana que dirige Carla Subirana (Barcelona, 1972), que se programó este domingo en la sección Generation de esta 73.ª Berlinale.

Si el paisaje en el cine es tantas veces un personaje con vida e interactuación propias en el desarrollo argumental, en Sica la crudeza climática de la Costa da Morte ocupa un protagonismo solo compartido con el rol de la joven Thais García Blanco, actriz no profesional que se revela aquí como el rostro imperecedero de la fragilidad. Porque la joven a la que ella da vida se sostiene en el doloroso equilibrio propio del tiempo de todas las dudas. Inseguridades, en su caso, agrandadas en la desazón ante esa naturaleza indomeñable del mar que le ha robado a su padre, un marinero desaparecido.

Por eso, Subirana aborda el pulso entre dos terquedades, dos fuerzas de la naturaleza: la de la incontrolable violencia del agua que bate contra las rocas, que se cobra vidas como diezmo asumido. Y la otra, la inflexible voluntad de combate, la de la hija del marinero que desafía al paso de los días y a los embates de la marea o de la anunciada tempestad. Y sigue aguardando a que el mar le devuelva el cuerpo del ahogado.

Es un duelo trágico que en Sica se respira como veraz lucha entre la rotundidad del océano y la engañosa fragilidad del junco de Thais García Blanco, cuya mirada airada no negocia ni con el desconcierto ni con la materialista y discutible respuesta de su madre, que trata de calmar sin éxito ese pleito de la muchacha con la tormenta o con los dioses.

En la alianza entre esta heroína natural y otro crío, que se envalentona como cazador de tormentas, concierta Carla Subirana un muy bello tándem de puro cine de la aventura solo concebible desde esa fuente de la edad donde toda una vida por delante te permite el derecho a sentirte indestructible. Ese es el hermoso desafío que convive en la película con el trasfondo sombrío, casi tenebroso, de ese telón de mareas y bruma. De ese monstruo que no perdona el sacrificio de las vidas en un trueque que deviene ley de hierro o de niebla.

Desde la modulación de esa autenticidad naíf de sus jóvenes actores naturales -junto a nombres profesionales como la catalana Núria Prims-, Carla Subirana depura este coming of age presentado en la sección Generation, la cuidada reserva de películas sobre niños o adolescentes de la cual salió hace unos años laureada nada menos que Carla Simón y su Estiu 1993.

Abbruzzese, posando entre sus actores Morr Ndiaye, Laetitia Ky y Franz Rogowski en la Berlinale.
Abbruzzese, posando entre sus actores Morr Ndiaye, Laetitia Ky y Franz Rogowski en la Berlinale. M. Tantussi | Reuters

La legión francesa y la turbia fuerza de «Disco Boy»

En la sección oficial continúa esta Berlinale sorprendiendo con películas de carga visual y dramática muy poderosa pero, al mismo tiempo, poseedoras de una entraña ideológica oscura o, cuando menos, turbia. Sucedía este sábado con la brutal Manodrome y ha pasado de nuevo con Disco Boy, película franco-italiana y debut en el largo de Giacomo Abbruzzese.

Es cine de innegable impacto y composición de atmósfera y de montaje. A ritmo frenético, te sumerge en la frontera europea de la iliberal Polonia, por donde se cuelan dos bielorrusos disfrazados de hooligans cuyo destino final es el sueño de Francia.

De pronto te enfrentas al hecho de que si consigues sobrevivir al cruce a nado un tramo del río Óder y llegar a Alemania, en Francia la Legión Extranjera espera con los brazos abiertos a todo tipo de delincuentes, neonazis, mercenarios sin papel alguno para que hagan el trabajo sucio en las guerras del continente africano. Y a cambio, te muestran la zanahoria o el Dorado de la nacionalidad francesa. Y el derecho a poner cada tarde dos copas de burdeos encima de la mesa.

Fotograma del filme «Disco Boy», con el actor alemán Franz Rogowski en el centro de la imagen.
Fotograma del filme «Disco Boy», con el actor alemán Franz Rogowski en el centro de la imagen.

Así llega a ese pelotón paramilitar el personaje que protagoniza Franz Rogowski, el actor alemán que es, junto a Mads Mikelsen, el gran nombre del actual cine europeo. No es inocente esa elección. Porque Rogowski encarna a ese bielorruso ultra, veterano con las manos manchadas ya de sangre al servicio de los rusos matarifes de Wagner. Alucinas al ver cómo se te plantea a semejante figura como al superhéroe de la historia. Y cómo sus movimientos en en el delta del río Níger semejan los de Schwarzenegger en Depredador.

Mientras, los movimientos armados de africanos que luchan en mil guerrillas para defender su territorio del neocolonialismo son dibujados como caricaturas. Todo es tan obsceno que aquellas películas británicas de los años 50 del siglo pasado, cuando aún África era territorio de Su Majestad y en las cuales pintaban a los independentistas del Mau Mau como zombis terroríficos, se quedan en nada al lado de este Disco Boy.

Ah, la película lleva ese título porque los legionarios encuentran, en medio de la selva de una Nigeria en guerra civil, discotecas tecno con banda sonora original del electrónico divo llamado Vitalic. Este torrente de cine malvado pero de apabullante pegada escénica lo conduce de un volantazo el muy moderno y amoral -o inconsciente hasta extremos patológicos- Giacomo Abbruzzese desde el hiperrealismo militarista hacia el terreno de la irrealidad, la magia negra o la magia disco-dance, el erotismo o el hechizo de una mujer por su simple color de piel. Y se lava las manos de manera abrupta, como hace su protagonista, el bielorruso abducido por el cabaré vudú. Lo de menos es que por el camino hayamos visto como Franz Rogowski ha dejado a un negrito mau mau decapitado en un pantanal del río Níger. Que pase el siguiente.

«Past Lives», comedia impecable pero «cool»

También en concurso, la película norteamericana Past Lives llegaba con ecos atronadores de haber arrasado hace unas semanas en el festival de Sundance. Siempre que sucede esto, te encuentras luego con todo el iva o el hype que hay que quitarle a lo que en realidad vale el asunto. El filme, ópera prima de la directora Celine Song, es una apreciable comedia romántica con regusto amargo. Pero no rompe ningún techo.

Cuenta cómo dos críos coreanos fueron separados cuando vivían su irrepetible primer amor de los quince años. Ella se va del país con sus padres intelectuales y el muchacho se queda en Seúl con lo puesto. Quince años después, se reencuentran gracias a Facebook. Ella aspira a ser una gran escritora y él ha hecho ingeniería. Pero pese al décalage el hechizo continúa.

Los actores Teo Yoo, Greta Lee y John Magaro, en la presentación de «Past Lives».
Los actores Teo Yoo, Greta Lee y John Magaro, en la presentación de «Past Lives». Fabrizio Bensch | Reuters

La mujer, más pragmática, decide hacer un break de otros quince añitos. A la tercera, por fin se reencuentran en Nueva York. Al estar ella casada, asistimos a un menage a tróis emocional que, de paso, pone a prueba al marido norteamericano y nos lo muestra ya muy comprensivo y aplicado en cuanto a la nueva masculinidad. Como tiene que ser. Puro Sundance, todo muy cool, con un guion de laboratorio que combina algunos buenos gags de comedia con el toque de melodrama que funcionará muy bien cuando el mundo la conozca. Es impecable, se disfruta razonablemente. Pero ahórrense la campaña electoral.

La jornada de la competición la completó una película de la veteranísima directora alemana Margarethe von Trotta. Se titula Ingeborg Bachmann y es un paseo por la vida y un picoteo por la obra de una de las más famosas poetas en lengua alemana del siglo XX.

Daba la cosa mucho miedo porque ya sabemos que Von Trotta lleva muchos años dedicándose a filmar vidas ejemplares. Ya nos martirizó con una Hannah Arendt, un Ingmar Bergman, una Hildegarda von Bingen y una Rosa Luxemburgo. Son excursiones superficiales, sin calado alguno, cine de solapa contado para que el espectador salga sintiendo que es un especialista en filosofía heideggeriana, cuando en verdad lo que le han hecho es casi un Sálvame de la vida de la figura de turno. Ingeborg Bachmann es exactamente eso.

La realizadora Von Trotta, flanqueada por los actores Ronald Zehrfeld y Vicky Krieps.
La realizadora Von Trotta, flanqueada por los actores Ronald Zehrfeld y Vicky Krieps. Michele Tantussi | Reuters

Tiene más importancia en ella entrar en la intimidad de las relaciones de pareja abiertas de la poeta y de Max Frisch, o filmar con colores pastel un cuarteto sexual que le organizaron a la poeta con tres egipcios en el desierto, que molestarse en desmochar un poco el pensamiento o la poesía de Bachmann. Eso sí, a la hora de citarla, se elige muy bien una frase que genere provocación: «El fascismo está en la base del matrimonio entre hombres y mujeres». Bueno, Margarethe von Trotta, te ha quedado bárbaro.

Es latoso jubilarse cuando tu gloria se reduce a dos películas de los años setenta como fueron El honor perdido de Katharina Blum y Las hermanas alemanas. No dudó entonces en abordar, ahí sí con valentía, la cuestión de la banda armada Baader-Meinhoff. Pero si no te vas, al menos haz un biopic sobre Engelbert Humperdinck o Frank Beckenbauer. Y deja la cultura en paz.