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Gilberto Santa Rosa: «Tenemos aún la mala costumbre de tocar toda la música en vivo»

Javier Becerra
Javier Becerra REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

J. Perez-Mesa

El puertorriqueño es uno de los grandes artistas de la salsa romántica de los ochenta y hace una parada en A Coruña dentro de su gira española

26 feb 2023 . Actualizado a las 18:18 h.

A Gilberto Santa Rosa (San Juan, Puerto Rico, 1962) le impactó tanto de niño ver a las estrellas de la salsa de la Fania en movimiento que vio claramente ahí el camino. Entre eso y su gusto por los crooners americanos, moldeó un estilo con el que se perfiló como una de las máximas figuras de la salsa romántica. Ahora está a punto de emprender una gira en España con parada en A Coruña (4 de marzo, Coliseum, 22 horas, entradas desde 35 euros). Lo acompañará en el escenario una banda de 20 músicos.

—¿Se considera un artista a la vieja usanza?

—Soy una mezcla de lo tradicional y lo moderno, 60 %-40 %. Intento ser tradicional y actual, pero sin problema alguno por sonar clásico.

—Es decir, ni pregrabados, ni «samplers», ni «autotune» en su música.

—Nada. Le digo a mis amigos de broma que tenemos aún la mala costumbre de tocar toda la música en vivo.

—Bueno, en cuanto tienen presupuesto, muchos artistas electrónicos apelan a los instrumentos analógicos.

—No solo es una cuestión de presupuesto. Cuando descubren la riqueza que trae para el desarrollo de un artista, la música en vivo se queda ahí. Al principio, la tecnología te engancha porque es la onda. O, simplemente, porque no conoces lo otro. Pero cuando lo descubres te maravilla. Yo como soy un clásico, como usted dice, prefiero seguir con el antiguo estilo de hacer música buena y en vivo. 

—Bad Bunny se plantó en los Grammy con una banda y homenajeó al pasado salsero. ¿Qué le parece?

—Él es el número uno ahora mismo. Hay que entender que la música tiene orígenes distintos y necesidades diferentes. Es una manera de reconocer el trabajo que hicieron otros para abrir camino. Se le agradece mucho.

—Cuando usted empezó estaba fascinado con Frank Sinatra. ¿Qué le atraía de él?

—Estaba entre los artistas que me gustaban. Soy un gran admirador de los llamados crooners. Él fue el primer cantante norteamericano que yo entendí. Tenía una dicción perfecta. Un maestro en el arte de que las palabras lleguen para emocionar y entusiasmar a la gente. Lo admiro mucho todavía, igual que, por ejemplo, a Raphael. Gente que eran personalidades en el escenario. Pero, más allá de ello, escuchabas un disco y su interpretación te emocionaba muchísimo. Yo empecé a buscar por ahí, aunque fuera diferente a la música que yo hago.

—Eso quedó en usted. Pese a ser un salsero, siempre tuvo un toque «crooner» en su presencia escénica y su modo de cantar.

—Las influencias se notan, amigo. Mi escuela es totalmente informal. Yo no fui a ningún lugar a aprender música, sino que me senté a escuchar y admirar a toda esa gente. Me empapé de eso y, honestamente, creo que se nota. Me ayudó a marcar un estilo dentro de la música que yo hago.

—Cuando irrumpió la salsa en los setenta en Nueva York era apenas un niño. ¿Qué recuerdos tiene de aquel bum?

—Recuerdo es que yo estaba escuchando música en casa, donde siempre se escuchó mucha música caribeña. Cuando tenía ocho o nueve años empecé a notar que esa música que yo escuchaba, de pronto, la llamaban salsa. Ese fue el primer cambio. Lo recuerdo como si fuera hoy. Mi padre tenía una rutina familiar que hacíamos todos los domingos. Íbamos a ver a los abuelos, comíamos y terminamos en un cine que había cerca de casa. Fuimos a ver una película que se llamaba Nuestra cosa latina, que era la que hicieron las estrellas de Fania. Con esa película empecé a ponerle cara a lo que yo escuchaba. Entré como aficionado a todo aquel movimiento, que era un movimiento de juventud, donde todos los jóvenes fanáticos de la música se entregaron a ella. Fui a tantos conciertos como pude. Todo ese ambiente de música nueva fue bien interesante. Toda una etapa de aprendizaje. A los 14 años ya me metí ya en el asunto profesional.

—Entonces aparecieron figuras muy importantes y carismáticas. ¿Cuál era su favorita?

—Yo era muy fan de Willie Colon y Héctor Lavoe. Eran lo más cercano a la juventud. Hay que recordar que la mayoría de estos artistas, como Johnny Pacheco, venían de otra generación. Se dieron a conocer con el bum de la salsa. Héctor Lavoe y Willie Colon eran los jóvenes y traían una propuesta nueva y refrescante. Yo siempre fui muy tradicional y las grandes figuras como Tito Puente o Jose Feliciano me gustaron siempre mucho, pero cuando llegó la salsa como tal lo de Colón, Lavoe o Ismael Miranda te fascinaba. Eran tipos que se vestían a la moda y estaban más cerca de nosotros que los otros. Luego, la Fania reventó como agrupación. Aquellas figuras eran parecidas a las estrellas de rock, por su conducta, su manera de presentarse… se asemejaba mucho a las estrellas de la época. Y todo eso estaba pasando en Nueva York, que era la meca de aquel tipo de música. La salsa era la respuesta de todos estos muchachos latinos criados allí, pero con otro tipo de música. 

—En su carrera ha tomado el camino del romanticismo. ¿Ha sido su guía?

—Sí, eso se hizo con premeditación y alevosía. Empecé cantando boleros. Luego, me formé en la salsa. Quería cantar cosas bonitas, pero pudiendo improvisar. Lo conseguí de esta manera. Además, me metí en un momento del movimiento en el que la salsa se tornó muy erótica. Se montó un gran escándalo. ¡Hoy me río comparado con lo que se canta actualmente! Aquello no era lo mío. Entonces, tiré por la canción romántica que me gusta mucho.

—Estamos en los ochenta.

—A mitad de la década.

—¿No quedaba el poso de la salsa consciente, de corte más social y político?

—Siempre se había hecho un poco de canción social, pero con Rubén Blades fue el gran apogeo al hacerla formalmente. A mediados de los setenta apareció él y llevó la música hacia lo social. Pero en los ochenta eso decayó. El merengue dominicano tuvo gran éxito. En esa época la actividad iba orientada al baile. La salsa empezó a decaer hasta que, a mediados de los ochenta, empezamos a salir un grupo de artistas que hacíamos otro tipo de música. Es muy importante recalcar un proyecto en Nueva York: Noche caliente, de Louie Ramírez & Ray de la Paz. Fue lo primero que tuvo impacto con esas baladas puestas en salsa. Luego, salió José Alberto El Canario. Después, Frankie Ruiz de Puerto Rico. Más tarde, Eddie Santiago y yo. Entonces se creó este movimiento de salseros jóvenes que tuvimos gran éxito. Mi fuerte siempre fue la balada romántica con ritmo, buscando siempre la manera de que lo bailable estuviera presente.

—Sentimentalismo y caderas. ¿Equilibro difícil?

—Es complicado llegar ahí y, para quien no lo conozca, creo que es difícil de entender.  Tengo un amigo venezolano que me decía: «Yo no entiendo a los salseros. Ustedes cantas cosas muy sentimentales y dramáticas y están bailando a la vez, celebrándolo». Pero para eso está la música. Ese estilo atrajo a mucho público que no era especialmente salsero, que fue lo que le dio el impacto para que la música empezara a caminar fuera de ahí.

—Ha llegado a hacer salsa con una orquesta sinfónica.

—Eso fue un proyecto muy bonito. Instrumentos que no solemos usar y arreglos hechos para todo eso. Cuando uno se presenta con esa orquesta de casi cien músicos es un puro deleite. Tuvimos la suerte de grabarlo en vivo en Venezuela. 

—Su último single se llama «Cartas sobre la mesa», con un mensaje romántico e inclusivo.

—Sí, hicimos un vídeo con la intención de que la gente entienda que nosotros respetamos el amor y el sentimiento de todas las personas. Siempre. La historia es muy común: una amistad que tú sientes que empieza a convertirse en otra cosa. Entonces hay que sentarse en la mesa y hablarlo.

—Volvemos a lo antes: una situación así bailando.

—Sí, tiene eso pero a veces se nos hace tan difícil decir las cosas que bailando a lo mejor es un poquito más fácil.

—Antes hablaba de la Fania. Rosalía, otra estrella global, también los ha reivindicado en «Motomami», su último elepé 

—¡Qué bien que esta gente reivindique eso! Pero es que, además, ese trabajo de la Fania está tan bien hecho que 50 años después sigue ahí. Hablamos de ella y se sigue versionando. Estoy convencido que 50 años después se versionará. Me gusta que estos chicos, con todo el éxito que tienen, piensen así. Yo los admiro mucho. Dentro de todo el suceso que tienen sacan un espacio para reconocer el trabajo de otra gente que fueron pioneros, importantes y no tuvieron ni la mitad de los medios que tienen estos muchachos ahora. Editan la música y, en un minuto, el mundo entero tiene su trabajo. Fíjate que, en su momento, Jerry Masucci y Johnny Pacheco, los fundadores de la Fania, tuvieron la visión de hacer una película cuando eso era prácticamente impensable, que unos artista de música tropical se atrevieran a hacer una película. Hoy en día, los vídeos que estos muchachos hacen parecen una película cada uno. Tú te imaginas este montón de talento con las herramientas que hay hoy sería una cosa espectacular. Pero, aún así, con sus limitaciones 50 años más tarde se sigue hablando de ellos.  

—La salsa, en su momento, se entendió como una invasión. Hay mucha gente que hace paralelismos entre lo que ocurrió entonces y lo que ocurre ahora con el reguetón y las músicas urbanas latinas. ¿Usted lo ve así?

—Sí, incluso en los orígenes de la música. En su momento, los salseros fueron vistos con recelo porque venían de abajo. Era una música que no se veía como seria. La hacían músicos que no necesariamente tenían el reconocimiento de haber sido músicos estudiados. Y, sin embargo, se convirtieron en la música del momento y derribaron barreras. La salsa dejó de ser la música del barrio para convertirse en la música de todas partes. Rubén Blades hizo un comentario, hace muchos años, que tenía toda la razón: la salsa se convirtió en folklore urbano. Un disco de las estrellas de Fania se podía escuchar en Nueva York, en Puerto Rico, en México, en Nicaragua… Lugares que no eran especialmente caribeños. Así que para mí es muy válida esa similitud. 

—¿Usted tuvo rechazo en América?

—No, en mi generación notamos un rechazo a la juventud. Cuando nosotros salimos tuvimos cierto rechazo de los artistas establecidos, que decían que éramos unos muchachos que no sabíamos.