Abre hoy una muestra sobre la artista inglesa de origen ghanés
31 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Hay algo radicalmente rotundo en los lienzos de la artista Lynette Yiadom-Boakye (Londres, 1977). Es quizá su mirada franca y sin complejos sobre la negritud, pero también su tan suelta como contundente pincelada. «Pienso menos en las figuras humanas que en el modo en que están pintadas», suele decir esta creadora inglesa cuya familia llegó en los años ochenta a Gran Bretaña procedente de Ghana. Y es que desde hace ya tiempo, además, no recurre a modelos naturales, sino que trabaja el retrato ficticio, lo que confiere al óleo un fuerte carácter atemporal extrañamente teñido de placidez e intimidad.
No significa esto que ese abandono en el instante cotidiano —esa aparente camaradería, felicidad— confiera a sus personajes una inmediata plenitud de espíritu, la deseada calma. Más pareciera a veces que hay detrás de sus ojos, de su posición corporal, de su habitual soledad —hay algunos retratos grupales—, un desasosiego interior, como el recuerdo tozudo de una negación —o una búsqueda o necesidad de afirmación— de la propia identidad. Bien podrían haber sido sacados de entre la pléyade de inmigrantes caboverdianos desposeídos que deambulan por los barrios del arrabal lisboeta más deshumanizado, enfrascados en sus silencios, que pueblan la rigurosa obra fílmica del cineasta Pedro Costa.
Los fondos teatrales, los vestidos, el calzado, los muebles —tampoco los animales salvajes que en ocasiones aparecen extrañamente en el papel de mascotas— no ayudan a situar a los personajes retratados en un tiempo y en un espacio concretos. Todo conduce al espectador a que se recree en la observación, que se entregue a la imaginación en un intento de atrapar aquellas vidas, de construir un relato sobre ellos que no llega con facilidad. Escritora, poeta y narradora de tramo corto, esta creatividad aflora cuando pone título a sus cuadros para añadir lirismo al enigma de su expresiva pincelada.
Todo ello, esa peculiar comunidad de la negritud, y mucho más puede verse (gozarse) desde este viernes en el museo Guggenheim de Bilbao, que alberga hasta el próximo 10 de septiembre la muestra Ningún ocaso tan intenso, comisariada por Lekha Hileman Waitoller y que reúne por primera vez una selección de más de sesenta pinturas y dibujos al carboncillo realizados entre los años 2020 y 2023 por la artista londinense de conscientes y nítidas raíces africanas.
Pintar lo que no puede escribir
Pese a su clara apuesta por la figuración, su mensaje no puede ser más moderno. «I write about the things I can't paint and paint the things I can't write about» [escribo sobre las cosas que no puedo pintar y pinto las cosas sobre las que no puedo escribir]. Así acostumbra a describir Yiadom-Boakye su búsqueda, una búsqueda que no tiene demasiado que ver con la precisión técnica, que se mueve en las coordenadas de la libertad máxima, de la espontaneidad, del instinto, y cuyo objetivo semeja más el tratar de atrapar (reflejar) el alma de unos seres cuyas vidas no están cómodamente acompasadas con el sueño de una nueva vida que asegura ofrecer Occidente. El eco del blues de escritores como James Baldwin, Richard Wright, Maya Angelou, Okwui Enwezor y Toni Morrison resuena poderosamente en su obra. Tanto es así que en una de las salas del Guggenheim rinde tributo a la literatura de algunos de sus inspiradores.