Pablo Alborán: «Hay que trabajar hasta que te salgan ampollas en los dedos, ese es el camino»

Javier Becerra
Javier Becerra REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Pablo Alborán
Pablo Alborán CEDIDA

Acaba de lanzar el disco más luminoso de su carrera que presentará en A Coruña tras el verano

22 abr 2023 . Actualizado a las 10:55 h.

Lo dice constantemente en las entrevistas promocionales: La cuarta hoja desprende felicidad. «Se trata de un trabajo muy vitalista porque se ha hecho en una época de mucho movimento, en mitad de una gira, y es un disco más abierto», explica Pablo Alborán (Málaga, 1989), que, tras el verano, actuará en Galicia. El del 30 de septiembre en el Coliseum de A Coruña es, por ahora, el único concierto confirmado para este año en la comunidad.

—En la primera canción del disco «Carretera y manta» aparece una línea de bajo muy «funk» y un ritmo de reguetón. ¿Qué ha pasado con el Pablo Alborán intimista de la guitarra acústica?

—[Risas] Sigo siendo yo. Siempre que se haga de una manera orgánica y honesta, es necesario hacer esas cosas. Tendemos a identificar a los artistas en un estilo, yo también lo hago. Pero, luego, cualquier cosa que haga diferente, ya piensas que ese no es el artista que conocías. Pero es que yo soy cosas diferentes. A mí me gusta el funk y me gusta el reguetón. También la música étnica, la electrónica, la clásica y el jazz. Muchísimo. En mi música voy a querer siempre jugar, aunque a lo mejor mis tiempos sean otros y lo haga a mi ritmo.

—Pero, por ejemplo, dice que le gusta el reguetón, un género demonizado.

—Muy demonizado.

—De repente, su público puede chocar contra eso. ¿Le ha pasado?

—Es que depende lo que se entienda por reguetón. El ritmo del reguetón, el dembow, que es muy tribal, pertenece a África. De allí pasa a Cuba y, luego, llega a muchos otros sitios. Hay ritmos que siempre han estado ahí, lo que pasa es que ahora están más de moda. A mí lo que no me gusta de la música que tradicionalmente se ha asociado al reguetón son las letras que denigran a las personas. A mí eso nunca me ha gustado, ni nunca me gustará. Pero dentro del reguetón hay de todo. Igual que en la clásica hay de todo. El tema es encontrar lo que te gusta a ti.

—Pese a esa alegría de vivir que desprende el disco, está también la oscuridad. Un tema como «Castillos de arena» lleva ahí.

—Claro, mis discos tienen claros y oscuros. También momentos tristes, momentos románticos y momentos de celebración. Como la vida. Ocurre en la canción Soy capaz, un tema de despecho y dolor brutal, de los más fastidiados que he escrito jamás. Pero está en un contexto vitalista, porque hay que deshacerse de las cosas que te impiden ser feliz. Mis discos siempre intentan ser un reflejo de la vida.

—¿Cómo se queda uno cuando suelta esa rabia en una canción?

—Es como vomitar algo que te ha sentado mal, tal cual [risas].

—¿Cómo se siente mejor, ahora que es parte del paisaje musical nacional o cuando irrumpió como aquel artista revelación que se hizo famoso en YouTube?

—Bueno, siempre he vivido esto sin dejarlo de intentar nunca. No he dejado de trabajar, estudiar y practicar. A día de hoy sigo sentándome ocho horas, porque le tengo respeto al público que paga una entrada o compra un disco y no lo quiero perdérselo nunca. Dentro de todo eso estoy mejor ahora que antes, ya que económicamente estoy tranquilo y trabajo en cosas que quiero. Tengo la suerte de haber podido elegir un equipo, y ahora conozco mejor la industria. Yo soy un buen chico, y educado. Durante toda mi carrera siempre he querido gustar a todo el mundo y agradar. Ahora, si no te gusto, no voy a pretender gustarte. Se está muy tranquilo cuando aprendes eso. Otra cosa que he aprendido es que no hay una carrera de éxito que esté siempre arriba.

—¿Cuando habla de esas ocho horas, se refiere a ensayos?

—Son ocho horas de estudio y práctica. A mí me ocurre una cosa especial, porque tengo un gran complejo de músico. Estoy rodeado de gente que ha estudiado a muerte y yo he interrumpido mis estudios varias veces, porque estaba trabajando. En la gira de teatros estaba obsesionado por estar al nivel de mis músicos. Eso requiere mucho trabajo. Y hay que ponerse ahí. Trabajar hasta que te duelan las manos y te salgan ampollas en los dedos de tocar la guitarra. Ese es el camino para mejorar.

«Mi referente era Michael Jackson, a veces aún hago su baile»

En medio de las lentejuelas y neones del pop, un artista como Pablo Alborán destaca por su absoluta normalidad. Nada en él chirría. Nada denota excentricidad. Considera que guarda relación con su carácter.

—¿Cómo encaja en la feria de las vanidades de la industria pop?

—A ver, el gran placer para mí es llegar a casa, encender Netflix, poner los pies sobre la mesa y comerme un bol de palomitas con chocolate. Es decir, que mis placeres son los mismos que los de un chaval de mi edad. Creo que la normalidad también se ha demonizado. Y, a mí, tener placeres cotidianos me gusta. El placer de sentarme a tocar el piano no lo contamina nada. Ni el dinero ni la fama ni nada. Tengo suerte de que está conmigo gente muy guay. En mi casa soy uno más, pero conozco familias de artistas que va el artista y lo tratan como si fuera un dios. A mí no me pasa. Tengo la suerte de mantener esa normalidad con mis amigos. Salgo por la noche. ¿Y qué? ¿Que me pueden pedir una foto? Pues qué bien, es cariño. Te sientes afortunado.

—Esa normalidad se refleja en la música. Se ha convertido en la banda sonora de un montón de gente que ve reflejada su vida.

—Cuando escribo pienso en desahogarme yo. No pienso en quién me va a escuchar, no voy a ser un hipócrita diciendo otra cosa. Ahora bien, cuando termino la canción y he vomitado todo, sí que deseo que la gente se sienta identificada con mi música. Y es una pasada cuando te cuentan que han usado tu canción para una boda. O para pedir perdón. O que la ponen en los viajes en el coche, porque les recuerda a un momento especial. Eso es lo más gratificante de mi trabajo

—¿Eso para usted es el éxito?

—Totalmente. Y que la gente pueda ser un reflejo de alguien y que ese alguien te inspire a ti para poder escribir. Que vivas la vida de verdad, que tengas los pies en el suelo y que puedas saborear todo eso. Para mí eso es el éxito.

—Y toda esa defensa de la normalidad la dice un artista que de niño jugaba a ser Michael Jackson delante del espejo.

—[Se ríe a carcajadas] ¡Vaya! ¿Y ahora qué contesto a eso?

—¿Qué cambió por el camino?

—Reconozco que a veces aún hago el baile de Michael Jackson. En alguna borrachera lo puedo hacer. Desde pequeño siempre he querido dedicarme a esto. Y, sí, mi referente era Michael Jackson. Pero también Paco de Lucía o Vicente Amigo. Hubo de todo.