Aurora Freijo, escritora: «Estando plenos no podríamos desear, deseamos porque estamos fracturados»
CULTURA
En su segunda novela la autora se asoma al lugar en el que nos sitúa la enfermedad
25 jun 2023 . Actualizado a las 10:00 h.Cuando hace dos años vio publicada su primera novela, La ternera (Anagrama), Aurora Freijo Corbeira (Madrid, 1965) pensó en sí misma y siguió sin atisbar a la escritora. No contaba con serlo. Convencida de que no sabía contar historias ni construir tramas, defendía que aquella había sido accidental. Pero entonces apareció un «grumo molesto» y se obligó a hacerle caso. De ahí resultó Cuerpo vítreo, segunda novela, recién llegada a las librerías.
—Dice que, en un momento dado, en su cabeza algo empezó a «embrionarse». ¿Qué fue?
—Durante la pandemia sufrí unos vértigos que me desestructuraron. Ese malestar, que cambió mi manera de ver las cosas, me hizo arrancar y hablar de la enfermedad, que al fin y al cabo es una de esas cuestiones ontológicas, que tiene que ver con lo que somos. Yo no sabía si iba a escribir o no, pero apareció ahí ese pequeño coágulo en el pensamiento, y se desarrolló esta narrativa, que no sé si es una novela o no porque mi estilo siempre es un poco a trozos, un poco mosaico. De eso salió Cuerpo vítreo, de sentir sobre la enfermedad más que de reflexionar, de sentir sobre lo que puede ser una enfermedad.
—Además de los vértigos, ¿qué más hay de usted aquí?
—De algún modo, a todos los que escribimos nos interpela algo que hayamos pasado o sentido, pero lo realmente biográfico fueron esos vértigos. La verdad es que yo nunca había tenido ninguna enfermedad, que tampoco los vértigos lo son, pero sí fueron como el aviso de que pasan cosas. Pasan cosas, pasa la muerte, pasa la proximidad de la muerte cerca, pasa la finitud, pasa la fragilidad y pasa el miedo. Porque esta, creo, es una novela de miedo. Igual que La ternera era una novela de soledad, esta es de miedo, de alguien que tiene mucho miedo. También hay soledad, claro, al fin y al cabo la enfermedad es muerte y soledad, porque uno está solo cuando muere, no puede dejar de estar solo con la muerte.
—¿El cuerpo frágil atrae ciertos pensamientos, los despierta?
—Sí, y además llega una edad —que afortunadamente no es muy temprana para que mientras podamos vivir más tranquilos— en la que hay algo que te sopla un poco en el cogote y te dice: «Cuidado, que hay tiempos difíciles». Y sí, hay tiempos duros y difíciles que pueden venir, que pueden asomar, más pronto o más tarde.
—¿Qué le asusta más de la enfermedad?
—El padecimiento, el sufrimiento. Me parece inhumano sufrir. Además, cuando uno escribe de la muerte no solo escribe del acabamiento, también de lo que hay en torno a eso, del sufrimiento que conlleva y que puede conllevar el llegar a la muerte. Ese miedo a la agonía me asusta mucho.
—¿Hay, en algún caso, utilidad en el dolor, dolor que sirve?
—Yo creo que no, no nos lo merecemos, no merecemos sufrir. Es importante que sepamos de nuestra finitud, que no somos omnipotentes, que tenemos muchas heridas, pero yo el sufrimiento y el dolor preferiría no tenerlos, no contar con ellos. Sé que es algo indisoluble a lo que somos, pero hay algunos dolores que me parecen inhumanos, nos sobran. Si fuese creyente diría que no tendrían que habérnoslos puesto, que nos los podrían haber evitado. Eso, claro, sin que signifique que podamos creernos compactos, esféricos, plenos. Si así fuese, no podríamos siquiera desear, deseamos porque estamos fracturados. Pero sí, hay excesos, muchos, sufrimientos inhumanos que no debería haber.
—La protagonista de esta historia sufre físicamente. Y luego está ese otro sufrimiento, que le acarrea una aventura amorosa complicada, del que ella es muy consciente y, sin embargo, ahí sigue, resistiendo siempre un poco más. ¿Se puede, se debe, resistir siempre un poco más?
—No sabemos lo que podemos resistir.
—Lo de «que Dios no nos ponga a prueba y nos mande todo el dolor que podemos soportar», ¿no?
—Es que es verdad. Eso de «venga, un poco más», ese verso de Rilke que dice «un soplo más». De hecho, iba a ser el título del libro pero no funcionaba tanto. Ese «un poco más» aparece aquí como «venga, tira un poco más», pero también como «todavía puede haber un poco más».
—«La enfermedad procura indignidades».
—Cuando la protagonista habla de los vértigos dice que anda a cuatro patas. Esa indignidad de no poder controlar lo que viene es terrible. Ninguno querríamos pasar eso, nadie lo elegiría. No se habla mucho de esto. Todos queremos ser dueños de nuestros cuerpos y hay un momento en el que no podemos serlo. Eso es muy penoso.
«Todo lo afectivo circula para mí en torno a lo gallego»
Recela Aurora Freijo de la capacidad catártica de la escritura y dice no entender bien aquella que cuenta algo muy autobiográfico. Remite a la cita de Marina Tsvietáieva con la que introduce el libro: «No le puedo relatar la noche, porque aún no ha terminado». «Cuando alguien está muy en la noche no puede explicarlo, hay que adquirir un poco de distancia para poder contar ciertas cosas», reflexiona la escritora.
—No cree que poner en palabras lo que sucede puede salvarnos.
—No. Al menos a mí no me sucede. No sé si la escritura me arropa o todo lo contrario, pero en mi caso es casi un imperativo.
—¿Para qué escribe usted?
—Para mí escribir es muy desagradable, no me gusta escribir. No sé por qué lo hago, la verdad, pero lo que sé es que no se escribe para nada ni para nadie.
—¿Cómo se hace para convertir en poética la devastación?
—Tampoco lo sé, realmente. Pero como sí que sé que tiene mucha más fuerza lo terrible cuando se dice bellamente o poéticamente mi cabeza o mi mano trabaja para que sea así, no es que luego lo traduzca, sale directamente así. Mi escritura es esa y es la que me gusta, y también mis lecturas, mis lecturas siempre andan siempre por el mismo sitio, mezclando un poco lo terrible y lo bello.
—Alude en varias ocasiones aquí a sus orígenes gallegos, y de su madre dice que es un poco meiga: «En ella estaban los bosques del interior gallego».
—La verdad es que me siento muy gallega, me encanta Galicia. Mis padres eran gallegos y veraneábamos en Cangas de Foz, y cuando volvíamos Galicia estaba en casa continuamente. Siempre digo que soy gallega, aunque haya nacido en Madrid. Mi madre era poeta y escribía a veces en gallego, así que para mí hay mucha sensibilidad asociada a lo gallego. Y a mi padre, aunque hablaba en castellano, cuando era especialmente cariñoso le salía el tono gallego, las palabras gallegas. Todo lo afectivo circula para mí en torno a lo gallego, lo mejor de mi casa circula en torno a lo gallego.