«Late night with the devil», la telebasura que nació de un exorcismo

José Luis Losa SITGES / E. LA VOZ

CULTURA

Los hermanos Colin y Cameron Cairnes logran crear una hipnosis colectiva como constructo del terror que anida en el nacimiento de la televisión que universalizaron Berlusconi o la Fox News

09 oct 2023 . Actualizado a las 08:28 h.

 En el boca a oreja de los más informados en este festival se hablaba con insistencia de que había una película que llegaba como el acontecimiento mayor de la temporada, tras su paso por ese foro de referencia de la producción de cine fantástico que es el certamen South by South West. Pero incluso las más elevadas de las expectativas te las revienta y supera el filme australiano Late Night with the Devil, dirigida por los hermanos Colin y Cameron Cairnes. Es su obra mucho más ambiciosa que una película de género aunque su capacidad de fascinar, su fuerza mesmerizante, acallaron a la normalmente ruidosa y muy participativa parroquia de las butacas de Sitges. Y logró que el silencio que acompaña a la tensión extrema se pudiera casi cortar en el aire.

La película parte de un (falso) programa que habría hecho Historia con mayúsculas en la televisión norteamericana. Es -todo una invención deslizada con la fuerza imperativa de lo que parece real- la reproducción del especial de la noche de Halloween de una estrella de los late night show que compitió durante años con el coloso de la comunicación Johnny Carson pero sin lograr nunca superarlo. Jack Delroy, desgastado por ser siempre segundo en los ratings de audiencia, habría caído en picado después de la muerte trágica de su esposa y de verse implicado -como supuesto adicto- en la Iglesia de Satán de Anton La Vey, que tuvo entre sus miembros a destacadas figuras de Hollywood. (Tampoco se cita a La Vey; su nombre es otro. Pero es evidente de quién se está hablando en las referencias a esa satánica majestad que organizaba orgías en los bosques de la California más exclusiva).

Entonces, el 31 de octubre de 1977 se produjo lo impensable. El país entero quedó paralizado por la emisión especial en la noche de Halloween del programa de Delroy, Aves de noche, en la cual se pudo asistir a una posesión diabólica en vivo y a unas consecuencias que conmocionaron al mundo. Insisto en que Late Night with the Devil juega en todo momento a simular como hechos reales algo que es absolutamente ficción. De manera que la cinta de ese programa -inexistente- es una alquimia formidable nacida de la imaginación de sus directores, los hermanos Cairnes. Y es tal el poder de invocación a lo real que sus imágenes te abducen y te atrapan hasta creerte ser testigo de este show del horror en vivo.

Posee la propuesta de este film una capacidad de hipnosis colectiva que logra trasladarte a los Estados Unidos de aquel tiempo, recién superado el trauma Nixon, muchas veces con estupefacientes colectivos como fueron la fiebre por los fenómenos satanistas -Charles Manson, el ya citado Anton La Vey, los éxitos de La semilla del diablo o El exorcista- accediendo a los hogares a través de la televisión. En ese contexto, Late Night with the Devil funciona como gran meta ficción de un efecto alienante. Y como constructo del terror que anida en el nacimiento de la telebasura que luego universalizaron Berlusconi o la Fox News.

Es tal la capacidad de representar lo inventado en un guion como si se tratara un show real de la televisión que el visionado de Late Night with the Devil se eleva como acontecimiento cinematográfico mayúsculo que -sin duda- tendrá larguísimo recorrido y devendrá en película clásica y, al mismo tiempo, desmochadora de la vanguardia de nuevos alcances de la ficción. Ya hay pujas en el mercado por parte de los distribuidores españoles más avezados para hacerse con esta función mayestática que no llega a la hora y media pero que te envuelve en esa nube de azufre y de VHS setentero. Y te acompaña una vez que sales del visionado.

Ese circo de los horrores que vives a pie de pista posee la lectura más obvia de la metaficción de cine de terror. Y su deflagración medida remite al impacto que tuvo en su día El exorcista de William Friedkin.

Pero sus cauces van mucho más allá. En la inquietante apuesta por moverse entre lo ficcionado y el testimonio y los temores reales de aquella década convulsa de los Estados Unidos que mandó parar la apisonadora social que fue el triunfo de Ronald Reagan, la construcción de su protagonista principal, el conductor del show, la estrella mediática, es un prodigio de dibujo de ser ambiguo. El actor australiano David Dastmalchian -por completo desconocido hasta ahora- es el imprescindible médium que nos convoca y nos seduce para lograr algo sustancial y casi miracular: hipnotizarnos para hacernos olvidar -al menos en el inconsciente colectivo de la sala a oscuras- de que esto a lo que asistimos es una grandiosa invención.

El personaje al que inyecta vida Dastmalchian es -en sí mismo- un suceso de esa ancestral brujería que es la profesión de actor desde sus orígenes. Te traslada en tiempo y espacio. Y en su perturbadora e iluminada representación acaba por tomar trazas de real. Una vez alcanzada esa cota, la batalla de Late Night with the Devil está ganada. Y te ves introducido en el plató de todos los horrores, el que cuajó en la Tele 5 que Silvio Berlusconi creó como aprendiz de brujo en las pipetas de laboratorio de una televisión para una comunidad de viviendas en Milán, el barrio que él construyó, conocido Como Milano 2. O el que Rupert Murdoch y Roger Aysles pergeñaron como caballo de Troya de la alt right norteamericana, el germen sin el cual no se explica el Tea Party ni el hijo cuya ambición le llevó a abandonar ese templo de devotos para construir su propio infierno de la meta-ficción: Donald Trump y el saturnal cuestionamiento de la mayor democracia del mundo.

Por eso es tan formidable el hallazgo de estos directores australianos, Colin y Cameron Cairnes, en su ideación de explicar los tentáculos de longitud universal de la telebasura como una ficción de televisión -o cine- de terror llevado al extremo de la truculencia. Así, Late Night with the Devil asciende sus peldaños como relato en retrospectiva del nacimiento de una monstruosidad. Y en las múltiples pantallas -también en los entresijos entre el directo y la publicidad- nos está contando una fecha iniciática aleatoria en la que dio igual que lo que girase de modo antinatural en las imágenes fuera el cuello de Linda Blair en El exorcista, las cucharas de Uri Geller en el Directísimo de Jose María Íñigo o las nalgas de Boris Yzaguirre en las Crónicas Marcianas de Sardá y sus tertulianos de la nada. En un nivel de grandeza equiparable al de aquel filme visionario del maestro Sidney Lumet, Network, rodado en 1976 -dos años antes de la ficción que se hace magma en la película de los Cairnes-, Late Night with the Devil te está interpelando sobre la velada en la que nació la post-verdad. Y ese súcubo solo puede abordarse en sus daños a la libertad colectiva desde el cine de terror radical. Desde la misa negra en vivo y en directo.