Jorge Martínez: «Recuerdo acabar peleándome para que quitaran a Peret en los guateques»

CULTURA

Ilegales ofrecen esta semana en A Coruña el penúltimo concierto de la gira actual
12 oct 2023 . Actualizado a las 23:36 h.Después de dos años toca ponerle fin a la gira de Todo por la vida, el disco de colaboraciones con el que Ilegales celebraban su 40.º aniversario. El próximo sábado ofrecerán en A Coruña (Pelícano, 21.00 horas, 22 euros) el penúltimo recital antes de cerrar este período en Madrid. «Le estoy sacando mucho partido a la vida, y estoy en un momento muy bueno, tanto en lo musical como en lo vital», advierte Jorge Martínez, su vocalista. «Que la muerte me espere largos años y el infierno me perdone por la ausencia», añade.
—¿Nunca tiene miedo a lo que diga en las entrevistas?
—Nunca. De hecho, en este último disco hay una canción que hago con Loquillo que dice: «Mil veces prefiero ser bocazas que murmurador». Son las dos clases de humanos que hay. Y yo detesto a los murmuradores.
—«No pienso lo que digo, digo lo que pienso», canta ahí.
—Exactamente.
—El prudente piensa y luego actúa, el temerario actúa y luego piensa, y el sabio piensa y actúa al mismo tiempo. ¿En dónde se sitúa usted?
—Yo pienso que la especie humana, en general, es muy instintiva. Todavía lo somos.
—Ese instinto a usted lo llevó a la música. ¿Por qué cogió una guitarra y empezó a roquear?
—Una guitarra eléctrica era lo más deseado en mi época. Estamos hablando de 1966, cuando di el paso. Era un objeto tremendo. El sonido nos volvía locos. Es el año del Black is Black de Los Bravos, y era tremendo. Habíamos escuchado a The Beatles y a The Rolling Stones, como algo muy lejano, pero, cuando llegaron Los Bravos, tomé la decisión. Tenía 12 y lo vi claro. Era lo mío. Las guitarras eléctricas solo las veíamos por la televisión. Vivía en Tineo, un pueblo de montaña de Asturias. Desde ahí parecía muy poco realista poderte hacer con una batería, con un bajo o una guitarra. Pero luego me fui a vivir a Vitoria y, fíjate como sería la historia, que de todos los escaparates que había en la ciudad solo dos tenían una guitarra eléctrica. En uno había un bajo violín como el de Paul McCartney y en otro una guitarra horrorosa que acabé teniendo yo una. Eso es todo lo que había en una ciudad grande como aquello. A mí me traía loco ese sonido. Todo lo que envolvía eso. Poníamos un disco en cualquier reproductor de los de la época y era fantástico: ya no tenías que aguantar a tu padre dándote la murga.
—Habla de Los Bravos, pero en la época estaban Los Salvajes. ¿No le tiraban más?
—Los Salvajes estaban muy bien. Los Bravos hacían algunas canciones cursis, pero otras eran muy buenas. De hecho, no eran tanto Los Bravos como parte de Led Zeppelin con Mike de cantante. Led Zeppelin pensó en meter a Mike pero lo que pasa es que su comportamiento no muy fiable. y decidiendo fichar a un tal Robert Plant. De hecho, muchas canciones no las grabaron Los Bravos sino guitarristas de sesión. Yo fui también guitarrista de sesión. Cuando era la movida me ganaba la vida grabando los solos y las cosas que eran incapaces de grabar gente de otros grupos. ¡He grabado cada mierda!
—Lo de que usted sea músico va en consonancia con la idea de que pese, al tema primario y punk, Ilegales siempre han sido un grupo de tocar bien.
—A mí me parecía insultante que se hiciera gala de tocar mal. Me pasaba lo mismo en la universidad. Había gente que hacía gala de ser unos ignorantes y unos idiotas, siempre me ha sorprendido. Me parece muy poco valioso ser un idiota.
—En los primeros tiempos de Ilegales, ¿qué tenía más importancia: el saber tocar o la energía? Manejar ese caos tenía que ser muy complicado.
—Lo era. Además, ingeríamos grandes cantidades de alcohol, porque cada concierto era una celebración muy especial. Creíamos que íbamos a tener una muy corta vida. Como Ilegales y también como personas individuales. Pero es que no disfrutas sin tocar bien. Conseguir tocar bien y que toda esa energía fluya por unos acordes tocados en su tiempo y en perfecta ejecución es magnífico. Eso es una sopa sónica que es un premio de incalculable valor a los que hemos preferido la música como algo más que conseguir diversión, reconocimiento público o dinero. Todo eso está muy bien y no me niego a nada, pero el verdadero capital es acceder a esa sopa sónica que te rodea mientras estás tocando. O cuando grabas un disco y suena bien. Lo subes un poco de volumen en el estudio y eso es un placer tremendo. El directo aún más. Todavía mejor.
—Habla del rock como una fuerza violenta. ¿Es propia del género?
—Sí, los ancestros del rock pueden tener que ver con danzas guerreras. Probablemente, nuestros antepasados en tiempos prehistóricos ejecutaban bailes para animarse o para buscar una salida para evitar peores daños. Ocurre lo mismo en los deportes. El fútbol es una vía de escape a violencias que pueden ser mucho más perniciosas. Hay montones de actividades humanas que tienen eso. No lo queremos ver. Y esa es nuestra naturaleza. Los humanos somos una especie conmovedora, capaz de lo mejor y lo peor. Probablemente eso nos ha hecho supervivientes y ocupar nichos ecológicos para los cuales no estamos preparados y para los cuales no estaba pensada nuestra especie. Por medio de nuestra capacidad de lucha lo hemos trascendido.
—En una entrevista que le hice a Igor Paskual hablaba de usted. Decía que dentro de la máscara de grupo violento había una cantidad de canciones muy sensibles. Precisaba que cantaba con voz de pop y lo que lo hacía roquero eran las palabras que usaba. ¿Anda desencaminado?
—Tiene parte de razón. Hay cosas que tienen un componente pop, más potente y duro de que lo que se oye generalmente. En el segundo disco nos disfrazamos de poperos intencionadamente para acceder a las listas de éxitos de las emisoras de la época, algo que conseguimos. Eso nos permitió trascender esas barreras que nos imponían con suma facilidad. Y en el siguiente disco, Todo están muertos, le metimos una caña de rock. En Galicia la gente se asustaba con el cartel que era un ángel y un demonio. Había una generación muy supersticiosa. Tiene razón Igor que hay una manera de cantar muy pop.
—El usar ese lenguaje con esa voz igual da más miedo. Es como cuando se amenaza sin chillar.
—Esa es una muy buena manera de hacer las cosas [risas]. De todos modos, hay que ver que el rock y el pop son lenguajes sobreamplificados. Ahora se está limitando mucho en Europa el uso de los decibelios, lo que es una pena porque hacer mucho ruido es una pena.
—¿Si tuviera 12 años en el 2023, cree que sentiría la llamada del rock o se pondría a «trapear»?
—El rock en mi época no era la música predominante. En la época en la que a mí me empezó a interesar el rock, lo que se oían eran cantantes melódicos como Raphael, que no era de mi agrado. Se oía a muchas tonadilleras al estilo Rosalía, que es uno de los estilos que ella practica. Yo creo que elegiría el rock. Sabría dónde buscarlo y lo encontraría. No es tan difícil encontrar rock.
—No, otra cosa es que los adolescentes sientan el calambre que el rock daba en otra época.
—Yo conozco a chavales de 18 que tienen grupazos de rock. Están ahí. ¿Qué pasa? Hay dos caminos. Uno es el fácil: coger cosas de Internet, hacer unas bases y cantar sobre ellas. Y luego está toda esta generación de nuevos roqueros que asustan. Tienen a su alcance la posibilidad de ver en Internet maneras de abordar el instrumento y soluciones para todo. Viene gente muy joven con grandes conocimientos. Están los dos polos. El rock coexiste con músicas, algunas de innegable calidad y otras de muy triste calidad, realmente abyectas. Pero eso es desde el primer día.
—¿Se idealiza el pasado? A veces, escuchando relatos derrotistas, parece como si antes sonasen The Stooges por la radio.
—No, no era así. Había una cantidad de basura en la radio tremenda. Incluso más que ahora. Recuerdo ir a los guateques, oír a Peret y acabar peleándome para que lo quitaran.
—¿Era Peret el C. Tangana o la Rosalía de su época?
—Pues algo así. Había más. Probablemente el peor, aunque sonaba solo en contadas ocasiones, era Manolo Escobar. Detestaba el Viva España. Luego, escuché una entrevista con él en la que decía que él también lo detestaba y que se había negado varias veces a tocarlo. Me empezó a caer mejor ese hombre al que tantas veces le había deseado que celebrase su próximo cumpleaños en el cementerio. En fin, cosas que ocurren. Todos estaremos en el cementerio. No hay que darle más importancia a la muerte, que no santifica a nadie.
—En una entrevista anterior en La Voz dijo: «Si hay una revolución, contad conmigo». ¿Sigue con la misma postura?
—Claro que sí. Me mantengo igual. Tengo conocimientos enseñados por el ejército español. Sé matar a ráfaga, tiro a tiro, manejar todo tipo de explosivos. Soy un tipo adecuado para una revolución. He estado disparando hace poco más de un año con gran éxito y precisión.
—En su último trabajo hay colaboraciones sorprendentes, como la de Dani Martín. ¿Cómo acabó trabajando con él?
—Ilegales no es un grupo que repita los mismos discos y las mismas canciones una y otra vez. En los ochenta decían que cuando eso pasaba un grupo tenía personalidad. Yo lo llamo ser ineficaz y ser limitado en la capacidad creativa y en el entenderse con los diferentes géneros. Ilegales tienen canciones muy variadas y se pueden sumar a ellas gente variada. Respecto a Dani Martín, Juventud egolatría, la canción, describe muy bien su período joven. Lo ha vivido muy intensamente. Es muy adecuado para él. Estaba con Josele Santiago y me decía: «El colaborador óptimo sería Dani Martín». Le decía que eso era un poco atrevido, que la gente iba a decir... Me dijo Josele: «Si no te atreves tú, ¿entonces quién?». Llamé a Dani Martín, aceptó y lo hizo genial. Sudó la camiseta en el estudio. Estaba a tope.