Las películas «En la red de mi canción» y «La hora bruja» dejan sensaciones encontradas
03 dic 2023 . Actualizado a las 11:07 h.De sus más de cien películas (series de televisión y documentales aparte), dos trajeron a Concha Velasco a tierras gallegas. Fue la joven Elena, enamorada de Andrés do Barro en En la red de mi canción (1971), y fue Pilar, la esposa de Paco Rabal compartiendo amores con Victoria Abril en La hora bruja (1985). Un bagaje escaso en una filmografía tan amplia, pero ambas cintas quedaron fijadas en la memoria sentimental galaica por razones distintas.
La primera por suponer el debut como actor —y único trabajo a la postre— del entonces cantante de moda Andrés do Barro (Ferrol, 1947-Madrid, 1989), que había logrado colocar en el número 1 del top musical español O tren, canción que además sonaba en su gallego original como uno de sus reclamos.
La segunda porque recrea el esplendor del Balneario de Mondariz antes del pavoroso incendio de abril de 1973 que lo redujo a sus fachadas (en el año del rodaje todavía no lo habían reconstruido), y el director Jaime de Armiñán lo usa para la secuencia clave de la lujosa cena-baile mágica a la que asisten Velasco y Rabal, que evocaba los tiempos esplendorosos del gran hotel pontevedrés (en realidad, filmada en el salón real del Casino de Madrid), para en la siguiente toma irse a la entrada que se mantenía ruinosa y confirmar así que en la noche anterior allí no había sucedido nada...
De rodar En la red de mi canción se ocupó el prolífico Mariano Ozores, inclinado a las comedietas de muy escaso rigor artístico, de ahí que la película resulte otra del montón pese a tener a Do Barro. Narra la historia de un joven al que su padre desea poner al frente de la compañía pesquera familiar, pese a que a él le tira la música. Y en esto conoce a una joven, hija de un fabricante de conservas, que confía en su sueño de cantante.
La propia actriz confesaba a Fernando Méndez-Leite —en conversación recogida en la monografía Concha Velasco (Seminci, 1986)— que aquel largometraje relataba «las aventuras que yo pasaba para convencer a los presentadores de los programas de TV de que Andrés do Barro era un cantante que merecía la pena. Al final, claro está, me enamoraba del cantante».
Muy diferente fue su experiencia en La hora bruja junto al solvente Jaime de Armiñán, que rodó cuatro de sus proyectos en Galicia. Confiesa ella a Méndez-Leite que aquella película «fue otro enamoramiento [...] Decidí que la hacía fuera como fuera. Paré el teatro dos meses y la hice encantada. La rodamos en Mondariz en medio de un clima fantástico. […] El papel de Esmeralda es uno de los más bonitos que me han caído en suerte y trabajé muy a gusto con Paco Rabal y Victoria Abril. Aunque solo hubiera hecho esta, creo que se me podrían perdonar los errores pasados y las películas malas que he hecho a lo largo de mi vida. El premio de Valladolid [Espiga a la mejor interpretación femenina] coronó mi carrera en mi tierra».
Con todo, y más allá de las numerosas visitas de la actriz a Galicia para representar sus espectáculos teatrales, fue el ourensano Antonio Román uno de los primeros en dirigirle en Dos novias para un torero y La fierecilla domada, ambas en 1956. También trabajó con la uruguayo-gallega Manane Rodríguez en Los pasos perdidos (2001), con sus secuencias rodadas en Madrid. Otro gallego, el productor noiés Ramón Campos, contó con ella, a través de Bambú Producciones, en las populares series Gran Hotel (2011), Velvet (2013), Bajo sospecha (2015) y Las chicas del cable (2017).
Mariano, Concha y Andrés en Compostela
En su Respetable público. Cómo hice casi cien películas (Planeta, 2002), el realizador Mariano Ozores reluce algo de mala baba y nulo asomo de autocrítica a su cuestionable oficio cuando habla de En la red de mi canción (1971) —que por algo Concha Velasco cuenta a Méndez-Leite: «En la vida real estaba tan furiosa que no sé hasta qué punto me equivoco al valorar tan negativamente esta película». Sobre Andrés Dobarro, recuerda Ozores que, «aun teniendo calidad como cantante y compositor, era un producto del márketing que viajaba con una tropa de ayudantes, representantes, secretarios y otros elementos que, a fuerza de alabarlo, habían conseguido que se creyese una especie de Sinatra nacional».
Al parecer, Dobarro era también impuntual: «Un día estábamos citados en el tejado de la catedral de Santiago para unas escenas con Concha. Dos horas se retrasó Andrés, y, a su llegada, nos bajamos todos a tomar un café dejándolo allí arriba una hora para que apreciara lo poco agradable que es el que tus compañeros te den un buen plantón».