Francisco Lorenzo presenta «El manipulador», un thriller ambientado en Santiago: «La justicia es algo relativo»

Tamara Montero
tamara montero SANTIAGO / LA VOZ

CULTURA

Francisco Lorenzo (Santiago, 1986), posando en la compostelana librería Follas Novas, donde presentó su novela «El manipulador», que, con ecos de Lemaitre y de J. D. Barker, dice la editora, ya ha sido vendida en Italia.
Francisco Lorenzo (Santiago, 1986), posando en la compostelana librería Follas Novas, donde presentó su novela «El manipulador», que, con ecos de Lemaitre y de J. D. Barker, dice la editora, ya ha sido vendida en Italia. Sandra Alonso

El autor teje un duelo psicológico que habla más de los cómos y los porqués que de quién comete el crimen y de si las emociones, propias o ajenas, pueden dominarse

26 ene 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

«La justicia es algo relativo». Quizá por eso El manipulador (Roca editorial) está poblado de personajes con luces y sombras, de matices y ha recibido diferentes opiniones sobre el inspector Garza y Antonio Serván, dos mentes en duelo, en una definición amplia del término: se enfrentan un al otro, pero también transitan su propio crisol emocional hacia un final inesperado.

La historia llevaba mucho tiempo rondando en la cabeza de Francisco Lorenzo (Santiago, 1986) e incluso había algún intento, un ensayo, algún fragmento a medio escribir, de un thriller que no es de quiénes, sino de cómos y de porqués. Desde prácticamente el inicio de la novela, se sabe quién asesina. A partir de ahí, las razones y el enorme acertijo que es El manipulador se va desenvolviendo poco a poco.

La escritura ha estado desde la infancia en la mente de Lorenzo, en la que también hay un gran espacio para los rompecabezas (ha sido capaz de resolver el conocido como acertijo de Einstein) y quizá por eso, en las páginas de El manipulador las cosas no son lo que parecen. O sí. Había una cosa clara: «Quería escribir un duelo psicológico». «No me interesaba tanto que el lector se centrase en adivinar quién es el asesino y qué está pasando, sino cómo los personajes van saliendo de determinadas situaciones», explica.

Su primera novela — «más bien una historia larga y para nada comercial»— la escribió cuando estaba en secundaria, y desde la infancia la literatura ha sido un continuo inconstante. Escribía, paraba, retomaba. El año de la pandemia, El manipulador se volvió estable. Y la historia tomó forma.

El inspector compostelano Yoel Garza se encuentra con una escena del crimen especial: un esqueleto con un orificio de bala en el cráneo y todos los dientes arrancados, salvo un incisivo de oro. La imagen es la misma que la portada de uno de los best seller de su compañero de colegio. Y además, junto a los huesos encuentran el anillo de compromiso que la novia de Garza perdió meses atrás.

Arranca entonces un enfrentamiento psicológico en el que también tienen peso los porqués, las heridas del pasado, los desencadenantes. Los personajes. «Tengo los aspectos clave, pero luego voy viendo cómo se van desarrollando a lo largo de la novela» explica Francisco Lorenzo

El manipulador habla de emociones. De cómo dominan, o no, a los personajes. De un doble filo: con ellas subyugan, pero a través de ellas son subyugados. «Yo distingo varios tipos de manipulación. Está la emocional, en la que usas palabras para provocar una conducta en otra persona. Y está la racional, que usa la argumentación para conseguir que alguien actúe de determinado modo». Ahí, Francisco Lorenzo traza una línea, la que distingue persuasión de manipulación. Lo primero es intentar convencer con argumentos. Lo segundo es valerse de mentiras y engaños.

Quizá no sea tan sencillo saber a quién se refiere el título de la novela, porque el juego psicológico está presente en los personajes y quizá también en el narrador. Lo cierto es que no hay juicios de valor a lo largo de este thriller. «Mi intención es entretener e incluso te puede hacer reflexionar, pero no imponerle nada al lector, que él saque sus propias conclusiones». Por eso ha recibido todo tipo de opiniones sobre protagonista y del antagonista. Porque «que es justo para unos no lo es para otros».

Yoel, Antonio, Ángela, Sheila, el comisario... Todos actúan según sus propias motivaciones y lo hacen un Santiago que, aunque parece un simple bosquejo (no hay nombres de calles) sí contribuye a generar una atmósfera proclive al suspense psicológico: la de una Compostela navideña, fría, húmeda, con pocas horas de luz que a la vez tiene un simbolismo especial. Pero ese es otro acertijo escondido en las páginas de El manipulador.