Más allá de la ciudad: Los cineclubes que llevan el cine a los pueblos gallegos

Carlos Portolés
Carlos Portolés REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Cineclub Bueu

Sobreviven gracias a sus voluntarios y a aportaciones de los socios

03 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El cine es parte de la vida de casi todo el mundo. En diferente grado, evidentemente. Los hay que sienten una pasión rayana en el romántico enamoramiento. Otros, una vaga deferencia o absoluto desinterés. Pero innegable es que pocos son los que no ven una película de vez en cuando. Aunque sea una al mes. O al año.

Es de tener en cuenta, además, que en la era del streaming es más fácil que nunca acceder al audiovisual. Lo que décadas atrás era un monstruoso proyector sobre el que giraban pesados rollos de celuloide, hoy es un click de ratón o la presión de un botón de mando a distancia. Esto, no obstante, deja con el estómago poco lleno a los más aficionados. A los que echan de menos el tiempo en el que cualquier pueblo, por pequeñito o remoto que fuese, tenía su puñadito de butacas frente a una blanca lona donde eran posibles todos los sueños. El olor a película, los niños obnubilados, el sonido coral de las risas en las comedias o de los respingos en las de miedo. Para los más cafeteros de la cafetería, el hogar es un cineclub.

Una red cinéfila

En Galicia, una tierra de profunda tradición cinematográfica, son unos cuantos los cineclubs modestos que se mantienen vivos gracias al esfuerzo desinteresado de sus voluntarios. La mayoría se organiza en torno a Feciga (Federación de Cineclubs de Galicia). Tienen presencia en las cuatro provincias, con un total de 22 iniciativas activas. La zona con mayor intensidad es Pontevedra, con diez. Le sigue Ourense, con cinco. Lugo y A Coruña tienen cuatro cada uno. A pesar del mucho tesón que aportan los colaboradores, no todos estos puntos de encuentro peliculeros tienen la misma capacidad de acción. Son muchos los problemas logísticos, desde el pago de los derechos de autor de las copias —algo que se gestiona a través de Feciga— hasta la dificultad de compaginar el trabajo con las actividades del centro —ninguno de ellos cobra por el tiempo dedicado—.

«Lo que queremos es exhibir cine poco comercial. Películas que son difíciles de ver en grandes salas», cuenta Manel Precedo, presidente de Feciga. La asociación hace las veces de puente entre los cinclubs y las distribuidoras para conseguir títulos atractivos. Sobreviven principalmente con las aportaciones de los socios. «Recibimos algunas subvenciones, pero suponen alrededor del 20 % de nuestros ingresos. El resto lo conseguimos nosotros», perfila. Además, ponen especial cuidado en diferenciarse de las salas comerciales para que el arte se mantenga en el centro. Que sea el punto en torno al que pivota todo lo demás: «Somos muy respetuosos. Prohibimos cosas como el móvil o la comida y la bebida. Todos los elementos distractivos».

Por amor al arte

Cada una de estas conjuras cinéfagas tiene su historia. Las hay de mucha tradición y de cuño reciente. Uno de los cineclubes más antiguos es el de O Carballiño, que fue fundado hace 56 años. Tuvo un lapso de inactividad entre 2007 y 2010, pero varios vecinos recogieron el testigo y lo hicieron resurgir. Actualmente, programan una cincuentena de películas al año. Una cada viernes entre septiembre y mayo más algún pase especial.

Cineclub Bueu

Ricardo Paz es uno de los organizadores más activos. Su vocación es clara: «El cine para nosotros es esencial. Se puede vivir sin él, pero se vive peor». Un gran reto es intentar despertar el interés de las nuevas generaciones. Asegurar el futuro. Por eso organizan actividades con un instituto local, el IES Chamoso Lamas. Pero no siempre se consiguen los resultados deseados. «Atraer a la gente joven es un problema. Creo que, en general, consumen poco cine, y es difícil llevarlos a las salas. Pero últimamente estamos empezando a ver gente nueva en las proyecciones». Una situación difícil que deja, no obstante, cierto espacio para la esperanza. De momento, siguen cabalgando.

«Al principio éramos casi clandestinos»

La muerte de los cines locales dejó un hondo vacío en muchos pueblos medianos y pequeños. Son ya muy pocos los que se mantienen en pie, y casi todos sobreviven en un continuo soplar contra el viento. «Por aquí queda solo el cine de Leiro, que resiste heroicamente», cuenta Paz entre recuerdos de un tiempo donde las cosas fueron muy distintas. «En O Carballiño llegó a haber hasta 3 cines activos a la vez. Algunos con una capacidad que superaba los 300 espectadores. Estos años ha habido intentos de reapertura, pero no fueron sostenibles», añade. Por eso, a veces es difícil que no sobrevenga el desánimo. Pero los grandes esfuerzos tienen grandes recompensas.

Un acto social

Otro cineclub con historia y ganas es el de Bueu. Vio la luz hace un cuarto de siglo. La tesorera, Carmen Novas, recuerda haber acudido desde muy joven con sus amigos. Lleva ocho años implicada en la organización. «Pasamos por varias etapas. Al principio éramos casi clandestinos. Unas cuantas personas que se reunían para ver pelis. Pero en 2015 nos unimos a Cefiga y nos ayudaron a crecer. Pasamos entonces de ser residuales a ser parte de la vida cultural de la villa», narra.

A veces, lo que marca la diferencia entre salir a flote o desvanecerse es la voluntad de innovación. Por eso organizan programaciones especiales varias veces al año. Como la que hacen los 8 de marzo con motivo del Día Internacional de la Mujer. Parte de su esencia es el compromiso. Esto es, por encima de todo, una forma de acción social. De construir comunidad. «En una sociedad cada vez más individualista, no se ven tan a menudo iniciativas colaborativas como estas», asegura Novas. Porque a la realidad del cierre de los pequeños cines, lejos del modelo de la gran compañía que abunda en las urbes, ya se han resignado. «Claro que sería ideal que hubiera más sala pequeña. Pero en el fondo también es una decisión del público. Si la gente no acude, los proyectos no se sostienen».