Carolina Astudillo, cineasta: «Hacer un diálogo entre la escritura de mujeres y la imagen puede provocar una explosión»
CULTURA
La cineasta estrenó «Postal» en la MICE, en la que coordinó también un ciclo sobre Cecilia Mangini: «Para mí es fundamental mostrar referentes femeninos»
24 jun 2024 . Actualizado a las 09:25 h.Una asociación francesa invitó a Carolina Astudillo (Santiago de Chile, 1975) a trabajar con Un verano feliz, una película de Alejandro Segovia que en 1972 retrataba los balnearios populares del gobierno de Allende y que acabarían convirtiéndose, con el golpe de Pinochet, en centros de tortura. La exploración de la resignificación de los lugares cristalizó en Postal, el corto que estrenó mundialmente en la Mostra de Cinema Etnográfico (MICE) que organiza el Museo do Pobo Galego dentro de un foco sobre Cecilia Mangini.
—¿Por qué explorar la resignificación de los lugares?
—Es un tema que que me interesa desde hace años. Cuando llegué a Barcelona desde Chile, en el año 2007, estudié en la Universidad Autónoma el máster de Documental Creativo y el corto que hice para la finalización del máster fue Motos y faldas, sobre la prisión de mujeres de Barcelona, que había sido derruida y se había construido un Corte Inglés. Ahí me empecé a interesar por el tema del espacio. Cuando yo llegué no había ninguna placa que señalara que allí había existido una cárcel de mujeres. Después se puso esa placa y ahora hay un monumento que alude a las presas y también a las mujeres que fueron fusiladas. En ese interés, que también tengo como docente, está la idea de volver a esos lugares, o esos no lugares, y convertirlos en lugares de memoria, que la gente recuerde cuando pase allí que existió en otro tiempo otra cosa.
—Postal se estrenó dentro del foco dedicado a Cecilia Mangini, ¿Qué comparte con los niños de Ignoti alla città?
—Cecilia Mangini tenía un proyecto de establecer un diálogo con escritores que habían escrito sobre ciudades, entonces hace la Florencia de Pratolini y llega a una novela de Pasolini que se llama Los chicos del arroyo, que hablaba sobre los chicos que vivían en el Burgo, unos barrios que se crearon durante el fascismo italiano en la periferia. También tenía que ver con el tema de los espacios, porque hicieron estas barriadas para la gente que llegaba de otros lugares de Italia a través de las migraciones. Además, en la vía de la Conciliación de Roma hubo un barrio de artesanos que Mussolini destruye. Esa gente se va a la periferia y es un espacio que queda totalmente reestructurado y también es un lugar de memoria. Hice una conexión con los espacios resignificados.
En el caso de Los chicos del arroyo hablan de estos niños que tienen una vida bastante difícil, pero lo interesante para mí era que no tenían ni conciencia de clase ni eran católicos y fue una novela que molestó a todo el mundo. Me interesaba esta idea de la libertad de estos jóvenes, que queda más expresada en El canto de las acequias y que se conecta con Postal a través de los juegos en el agua. Y también se relaciona con la infancia totalmente distinta de los niños de Felice Natale, que están consumiendo juguetes en una película en la que Mangini hace un homenaje a Vertov, pero también es una película crítica con el consumismo de la Navidad y sobre como a los niños se les enseña muchas veces a matar a través de los juegos. Para mí es una película que tiene una impronta feminista, como todas las pelis de Mangini, aunque ella no se consideraba feminista.
—¿Qué hay de Cecilia Mangini en Carolina Astudillo?
—Hace un par de años, me invitaron a participar en el proyecto Archipiélago de la Mostra de Dones de Barcelona y Dones Visuales. El proyecto hace genealogía femenina entre cineastas. La primera vez me pusieron en relación con una cineasta rusa y la segunda vez me pusieron en relación con Cecilia Mangini. Yo no conocía su trabajo y la verdad es que encontré que era una mujer totalmente adelantada a su época, una visionaria, porque responde al llamado de su época en el sentido de que comienza en el cine cuando está en el neorrealismo, un cine que quería retratar esta Italia humilde de la posguerra. Cecilia tiene que cambiar incluso su aspecto, usar pantalones, fumar, verse como un hombre para poder entrar en este círculo.
Pero lo que más me llamó la atención fue que es muy vanguardista en la forma, porque está muy influida por el cine soviético. Hay una diferencia con el neorrealismo y eso me encantó. Me encantó también la idea que ella tenía de documental: un cine y un lenguaje libres. Ella habla de cine pobre, pero gracias a esa pobreza las películas no se vendían a la industria y tenían una libertad muy grande. Y me encantó también como aborda textos literarios, y en ese sentido hago alguna conexión con mis pelis porque generalmente en todas parto de la palabra, de citas de cineastas o de poetas, pintoras... Ella siempre se conecta con la palabra. Es una una cineasta de izquierda, aunque ella se consideraba anarquista, que tiene mucha conciencia de dejar un legado, y siguió haciendo películas durante toda su vida. Encontré que era una mujer muy consecuente en su vida y realmente una mujer que amaba el cine. Fue un descubrimiento conocer su relación con Pasolini que era fue totalmente desconocida y es muy bonita, porque hace las películas con Pasolini antes de que fuera cineasta, cuando era escritor, y no sé si ella lo conduce al cine, pero le muestra cómo se puede poner imágenes a la palabra.
—A primera vista, el lenguaje literario y el audiovisual son muy diferentes.
—Generalmente trabajo con elementos de la intimidad, como lo son películas familiares, fotografías, diarios y cartas. En el primer largometraje que hice. El gran vuelo, utilicé cartas y diarios de la protagonista. Ahí ya está la escritura y como la escritura puede dialogar con la imagen. También empecé a utilizar fragmentos, citas de escritoras y de poetas como Gabriela Mistral, Virginia Wolf... Me gusta mucho leer y creo que justamente esta idea de hacer un diálogo entre la escritura, sobre todo de mujeres, y la imagen pueden provocar una explosión. entonces me gusta muchísimo trabajar con eso. La palabra siempre ha estado presente en mi obra.
—Cecilia Mangini decía que había roto el tabú dos veces, ya que su trabajo no era para mujeres: la primera vez con la fotografía y la segunda con el documental. ¿Quedan tabúes?
—Gran pregunta, y muy difícil la respuesta. En mi caso, he tenido la ventaja de que hago un cine no tan industrial y he tenido la libertad de hacer el cine que he querido y trabajar con el equipo que he querido. Pero sí que creo que en la industria sigue habiendo tabúes y sigue habiendo también algunos oficios del cine que aún son liderados por hombres. Ahora hay más directoras de fotografía o diseñadoras de sonido o sonidistas, pero recuerdo que hace algunos años no era que no existieran, pero elegían siempre para esos cargos a hombres. Y también ciertas temáticas en guiones, que quizá siguen predominando los que se relacionan con historias más masculinas. Pero está cambiando. Sí, hay un cambio, yo lo veo. Empecé hace 16 o 17 años y veo el cambio en las programaciones de los festivales, en que se hagan secciones como Impropias o festivales de mujeres es importante, porque todavía no hay una paridad. Hay más películas dirigidas por mujeres, más mujeres sonidistas, directoras de fotografía, compositoras... Hay tabúes, pero las cosas están cambiando, soy una convencida.
—En su cine cita a Margaret Atwood, Sylvia Plath, Virginia Woolf, Alejandra Pizarnik, Gabriela Mistral... Usted misma reconocía que no conocía a Cecilia Mangini. ¿Aún queda por hacer una genealogía de mujeres cineastas?
—Yo soy docente y para mí es fundamental mostrar referentes femeninos. Siempre muestro mujeres, es fundamental. Muchas alumnas me dicen que se cuestionaban el estudiar cine porque no sabían si iban a tener cabida. Es impresionante cuando muestran los referentes, incluso los chicos dicen guau, no conocíamos estas cineastas. Cuando estudié cine en Chile la mayoría de referentes eran hombres, o sea, a Maya Deren, Alice Guy, Agnès Varda... yo las conocí acá cuando vine a hacer el máster. Cuando no tienes referentes femeninos hay un cuestionamiento, una incertidumbre .No estás totalmente segura de qué vas a hacer cuando termines de estudiar o en qué mundo te vas a mover. El que haya referentes para mí es fundamental. Te da seguridad y creas empatía, ves muchas mujeres que tenían los mismos problemas, que tú las mismas inquietudes, aunque hayan vivido en los años 20, los 40 o los 60. Esas redes de apoyo, esos referentes, los hombres los tienen históricamente y cuando las mujeres lo empezamos a descubrir es muy bonito, porque te da una seguridad.