Adiós a Donald Sutherland, actor versátil y con un deje inquietante que pese a su genio nunca fue nominado al Óscar

Gracia Novás REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

El actor Donald Sutherland (Saint John, New Brunswick, Canadá, 1935-Miami, Florida, EE.UU, 2024), en el estreno de la primera entrega de «Los juegos del hambre».
El actor Donald Sutherland (Saint John, New Brunswick, Canadá, 1935-Miami, Florida, EE.UU, 2024), en el estreno de la primera entrega de «Los juegos del hambre». Luke MacGregor | Reuters

Trabajó en filmes míticos como «M.A.S.H.», «Novecento», «Klute», «Desmadre a la americana», «Casanova» y «JFK», en una prolífica y brillante carrera que suma los doscientos títulos

21 jun 2024 . Actualizado a las 09:57 h.

Pocos personajes ha dejado el cine tan desagradables como el capataz Attila Mellanchini, el sádico camisa negra de la Italia fascista de Mussolini que Donald Sutherland interpretó en el filme de Bernardo Bertolucci Novecento (1976). Venía de participar en clásicos heterodoxos del cine bélico como Doce del patíbulo (1967), Los violentos de Kelly (1970) y M.A.S.H. (1970), en la que Robert Altman le concedió su primer rol protagonista. Pero no se dejó encasillar por su acreditada presencia inquietante, porque su versatilidad era prodigiosa. Ni siquiera después del éxito de títulos de intriga como Klute (Alan J. Pakula, 1971; coprotagonizada por Jane Fonda, con quien mantuvo una relación sentimental) o Amenaza en la sombra (Nicolas Roeg, 1973). Tampoco después de Novecento, aunque ese aspecto de gigantón de 1,92 metros, azules ojos saltones y dientes grandes que sacaba a relucir en su amplísima sonrisa de psicópata parecía sentenciarlo. Es más, les sacó un magnífico partido para el histriónico y excesivo maduro Casanova que creó Fellini —batallando incluso contra sí mismo— en Cinecittá, a mediados de ese mismo año, en 1975, aprovechando que estaba en Italia por Novecento. Quizá esa loca comedia —con la que coqueteó también en el cine bélico, especialmente en M.A.S.H.— lo llevó a embarcarse con John Landis en sus The Kentucky Fried Movie. Made in USA (1977) y Desmadre a la americana (1978). Se atrevió con la ciencia ficción en La invasión de los ultracuerpos (Philip Kaufman, 1978), insistió en el thriller en Laberinto mortal (Claude Chabrol, 1978), probó con los atracos en El primer gran asalto al tren (Michael Crichton, 1978) y bordó el drama intimista en Gente corriente (Robert Redford, 1980) para alcanzar uno de sus mejores y más inolvidables papeles como el espía nazi de El ojo de la aguja (Richard Marquand, 1981).

Tan sobrado iba de crédito Donald McNichol Sutherland (Saint John, New Brunswick, Canadá, 1935-Miami, Florida, 2024) en el mundillo del séptimo arte que antes de encarnar al salvaje pintor Paul Gauguin en Lobo salvaje (Henning Carlsen, 1986) protagonizó un videoclip de la cantante británica Kate Bush. Gozaba ya de la condición de estrella, poco ortodoxa, aunque estrella al fin y al cabo, pero sobre todo era un titán de la interpretación en cualquiera de los géneros y roles en que decidiera involucrarse —del mismo modo, tampoco rehuyó otros espacios de expresión para la profesión como el teatro y la televisión—, porque pertenecía a la vieja guardia, esa en la que militan otros gigantes como Michael Caine, Albert Finney, Sean Connery, Richard Harris, Gene Hackman e Ian McKellen —todos nacidos en la década de los años 30 del siglo pasado y a los que cualquier registro actoral les resultaba propicio—. No hay que olvidar que de alguna manera se crio en la escuela inglesa, porque, aunque comenzó sus estudios de Arte Dramático en la Universidad de Toronto, se trasladó a Londres para perfeccionar su formación en el noble oficio de la interpretación.

«Con gran pesar, les digo que mi padre, Donald Sutherland, ha fallecido —escribió este jueves Kiefer, su hijo, en redes sociales—. Personalmente me parece uno de los actores más importantes de la historia del cine. Nunca le amilanó un papel, bueno, malo o feo. Amaba lo que hacía e hizo lo que amaba, y uno nunca puede pedir más que eso. Una vida bien vivida».

Compartió escena con Marlon Brando en el drama sobre el apartheid en Sudáfrica en los años setenta Una árida estación blanca (Euzhan Palcy, 1989), volvió en 1991 a explotar su vena más perversa al dar vida al pirómano Ronald Bartel de la película de Ron Howard Llamaradas y dejó su huella en ese peculiar largometraje de aventuras sobre alpinistas de Werner Herzog que es Grito de piedra (1991). Ese mismo año participó en el elenco coral del colosal trabajo de Oliver Stone JFK, en que vistió a Míster X, misterioso personaje que entregaba información confidencial sobre el asesinato de Kennedy al fiscal Garrison (Kevin Costner). Aún le quedaba nervio para después del thriller de Gregory Hoblit Fallen (1998) encaramarse a otra gran odisea estadounidense y desplegar su madera de héroe junto a otras viejas glorias como Clint Eastwood, Tommy Lee Jones y James Garner en Space Cowboys (2000), dirigidos por el propio Eastwood. Y entrar en el siglo XXI participando en un muy sólido drama de época sobre la novela de Jane Austen Orgullo y prejuicio (Joe Wright, 2005).

Cuando en el 2019 le entregaron en San Sebastián el premio Donostia aseguró que elegir una de sus películas era como tener que responder a la pregunta de cuál de sus cinco hijos era el favorito. Sin embargo, admitió que le había encantado trabajar a las órdenes de Fellini en Casanova. Ya era para entonces un octogenario, pero conservaba ese toque subversivo, irreverente y contracultural que le habían granjeado aquellas dos obras bélicas desmitificadoras con que inició los años 70: Los violentos de Kelly y M.A.S.H. Su imagen siempre se mantuvo alejada de la estrella de Hollywood consagrada y acomodada.

El tiránico Coriolanus Snow de «Los juegos del hambre»

Aunque a Donald Sutherland, pese a su genio y su magisterio y sus doscientos trabajos en el cine, nunca lo nominaron al Óscar (le dieron el honorífico, circunstancia que no pareció preocuparle), él nunca se rindió y trabajó hasta que la enfermedad se lo impidió en los últimos meses. El año pasado estrenó el drama judicial Miranda’s Victim (Michelle Danner, 2023) y participó en la miniserie ambientada en el Viejo Oeste Hombres de Ley: Bass Reeves. Tampoco semejaba incomodar al actor canadiense —que prácticamente debutó en 1964 en la gran pantalla con Il castello dei morti vivi, de Luciano Ricci y Warren Kiefer Warren Kiefer, producción italiana de terror con Christopher Lee, y logró su primer éxito con Doce del patíbulo (1967), clásico de Robert Aldrich en que compartió reparto con Lee Marvin, Charles Bronson, Ernest Borgnine y Telly Savalas— el hecho de que las nuevas generaciones lo conociesen por su interpretación del tiránico presidente Coriolanus Snow en los filmes de la saga fantástica Los juegos del hambre.