Muere a los 73 años Bill Viola, la gran estrella del videoarte

J. A. G. MADRID / COLPISA

CULTURA

FRANCK ROBICHON | EFE

El creador neoyorquino, al que comparaban con los Caravaggio y Velázquez del siglo XXI, fue capaz de emocionar a grandes audiencias mediante el uso fascinante de la tecnología

13 jul 2024 . Actualizado a las 18:29 h.

El creador estadounidense Bill Viola, la gran figura del videoarte, ha fallecido a los 73 años a consecuencia de complicaciones del alzhéimer que sufría. Creador de imágenes fascinantes con las que llegó a conectar con grandes audiencias, Viola (Nueva York, 1951) supo poner la tecnología al servicio de los temas centrales del ser humano: el nacimiento, la muerte, los procesos de cambio, el sufrimiento o la soledad.

En el 2017, Viola protagonizó la gran exposición con la que el museo Guggenheim de Bilbao celebró su vigésimo aniversario y en la que el genial videoartista estadounidense daba un repaso a cuatro décadas de carrera con sus seductores vídeos proyectado sobre tubos catódicos, pantallas, plasmas, espejos o losas de granito. Ya en esos años había dejado de crear debido a sus problemas de salud. Considerado un filósofo de la luz y el tiempo, los hipnóticos vídeos de este creador de inspiración mística se han comparado con las pinturas de Caravaggio, Velázquez, Durero o Hopper. «Todos los clásicos están en su obra», han dicho de él los expertos.

Artista silencioso e íntimo, Viola empezó tocando la batería en una banda de rock. Iba para publicitario, pero en la Universidad de Siracusa descubrió un programa artístico de estudios experimentales. Pronto le sedujo el vídeo y ahí se quedó para desarrollar una vida artística que le trajo muchas veces a España. De hecho, adoraba nuestro país, sus iglesias románicas, el Prado, Goya... y sus trabajos, además de en el Guggenheim, se han podido contemplar en el Reina Sofía, la Fundación La Caixa, la Academia de Bellas Artes, la Alhambra, la Pedrera de Barcelona o la sede de la Fundación Telefónica en Madrid, entre otros lugares.

La aparente sencillez de las obras de Viola ocultan la profunda complejidad tecnológica de sus piezas, un entramado de cables y dispositivos, que no distraían la experiencia del espectador al contemplarlas. Algunas eran gigantescas como Mujer fuego (2005), El ascenso de Tristán (2005) o Nacimiento invertido (2014), proyectadas en pantallas de casi ocho metros. Otras, de apenas unos centímetros, como Cuatros manos (2001). También destacan Los soñadores (2013) su inquietante galería de retratos bajo el agua surgida de su recuerdo sobre el ahogamiento que sufrió con seis años y del que fue «resucitado», y Hombre en busca de inmortalidad / Mujer en busca de la eternidad (2013), un vídeo proyectado sobe dos losas de granito en los que una pareja de ancianos se pregunta por la trascendencia de sus vidas en una composición que recuerda al Adán y Eva de Durero del Muse del Prado.

Descubrir el alma

Interesado en el misticismo, la poesía y la filosofía oriental y occidental, Bill Viola amplió las posibilidades técnicas del vídeo como herramienta en su indagación sobre la condición humana. «Cree que el papel del artista es descubrir el alma y lo ha conseguido con sus obras», aseguraba la australiana Kira Perov, esposa del artista, su más estrecha colaboradora desde los años 80 y convertida en su voz desde que el alzhéimer mantuvo alejado a Viola de la vida pública.

El artista era único en el género del videoarte. Ralentizaba la acción de su vídeos rodados con cámaras ultrarrápidas o recurría a un bucle sin principio ni fin como en Una historia que gira lentamente (1992). Algunas de sus monumentales instalaciones de vídeo se encuentran en los museos más importantes del mundo, desde el MoMA a la Tate, y su interés por la espiritualidad le abrieron también las puertas de la Catedral de Durham o la de San Pablo, en Londres.