Hernán Cortés Moreno, pintor: «Sin distanciamiento no hay retrato»

Patricia Blanco
PATRICIA BLANCO CARBALLO / LA VOZ

CULTURA

El pintor Hernán Cortés
El pintor Hernán Cortés ANA GARCÍ A

Por el pincel de este gaditano con refugio en Xornes, Ponteceso, pasaron y pasan destacados rostros, como Amancio Ortega o Felipe VI. Soñó de niño conocer Galicia

29 jul 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Todavía en su Cádiz natal y siendo apenas un niño, a Hernán Cortés Moreno (1953) le regalaron un bello libro a través del cual descubrió una pintura que le apasionó, la de Fernando Álvarez de Sotomayor (1875-1960). En uno de los cuadros que más le gustaban había una niña. Era Maya, nieta del pintor, que acabaría siendo la esposa de Cortés. Así lo contaba hace diez años recién finalizada en Ponteceso una edición del certamen de pintura al aire libre Fernando Álvarez de Sotomayor.

Ayer se celebró la séptima, y desde Xornes, cuyo pazo de Sergude fue en su día respiro para el admirado pintor, charló el gaditano, absoluta referencia en el mundo del retrato. Muestra respeto y admiración por los participantes en el concurso, por su talento y entusiasmo: «Hacer una obra de arte así, al natural, en un día, no es fácil». Se congratula de que tantos artistas se hayan enfrentado a la «preciosidad» de la ría, y aprecia que iniciativas como esta de Ponteceso contribuyan a que la pintura se mantenga viva.

—Un certamen como este, y en un entorno rural, semeja milagro.

—Sin duda. Estos certámenes son muy relevantes. He sido jurado de distintos premios y defiendo siempre que ese jurado premie la calidad pictórica más que el localismo, aunque importe el paisaje que se pinta, claro. Eso motiva que los buenos pintores acudan. ¡Más de cien solicitudes! Es un logro y un honor para nosotros [la familia de Sotomayor colabora en la organización, asumida por el Concello]. Es un honor para Bergantiños que vean esta belleza.

—A usted lo inspiró.

—Desgraciadamente, mis ocupaciones en Madrid, tanto como pintor como en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, me impiden venir más tiempo a Xornes y pintar. He pintado aquí muchísimas veces, me hace feliz. Me gusta el paisaje gallego en general, pero la Costa da Morte tiene una dimensión épica muy atractiva. Pinté, por ejemplo, un cuadro de O Roncudo que está en el faro de Santander.

ANA GARCÍA

—¿Un pintor siempre piensa en clave pictórica cuando mira?

—Siempre, y, si encima es retratista como yo... En cuanto veo una cara, estoy mirando los rasgos, el ángulo desde donde tiene más personalidad... Es inevitable. La pintura es profesión, sí, pero es un modo de entender la vida.

—¿Pinta paisajes para descansar de alguna forma de los retratos?

—En el fondo son géneros complementarios. Con el paisaje aprendí sobre el color y la estructura pictórica, y eso me sirvió de mucho en el retrato. Un retrato no solo es la imagen de una persona, que lo es, sino un cuadro. Tiene, por lo demás, un componente de análisis de la persona, a nivel psicológico por ejemplo, que no se da en el paisaje. El paisajista normalmente funciona por filias: si algo no le gusta, no lo pinta; y, si le gusta, sí. El buen retratista, en cambio, hace un buen retrato de alguien, aunque él no lo haya elegido; se crece con ello.

—¿Cuánto dedica a ese análisis?

—Es importante conocer a la persona, estudiarla, ver qué gestos se repiten, cuáles no... Suelo tardar con un retrato, casi siempre y como mínimo, un año. Las excepciones son escasas.

—Rajoy, Felipe VI o el rey Juan Carlos han estado entre sus encargos en los últimos tiempos.

—El retrato te permite pintar y conocer a protagonistas de la historia reciente de tu país. Que Rajoy me elija para el retrato que dejará constancia de su paso por la presidencia del Gobierno es un honor que agradezco. O el retrato del rey Felipe en el Congreso de los Diputados. Pero también Amancio Ortega, Javier Etxeverría... Soy un viejo pintor [ríe].

—¿Alguno lo ha marcado?

—Sin distanciamiento no hay retrato: si te dejas llevar por filias y fobias, no retratas, te autorretratas. Sí hay cuadros con gran significado, como el que hice de Dámaso Alonso, uno de mis primeros retratos importantes. Fue la primera piedra de un edificio, pero a partir de ahí no hago selección. Un cuadro siempre tiene un componente de imperfección, buscas más de lo que haces.

—Como Pondal en su poesía.

—Exacto. El arte de la pintura transcurre en el camino que va entre lo que la cabeza te dicta y lo que la mano te permite.

ANA GARCÍA

—Le atribuyen ser uno de los renovadores del retrato en España.

—Es una interpretación generosa de mi pintura. He intentado entender el retrato en su aspecto psicológico, iconográfico y pictórico. Si alguien piensa que con ello he contribuido a la renovación, agradecido, pero no me atrevo a valorarlo.

—Es académico de la Real Academia de Bellas Artes de Cádiz, de la de San Fernando, y de la Hispanoamericana; pertenece al Patronato del Museo del Prado. ¿Cómo lleva los cargos?

—En la Academia de San Fernando, ahora adjunto al museo, es una labor muy atractiva, un museo de primer orden. Un pintor es celoso de su obra y tiempo, pero esto no es carga. Lo veo como contribuir a la defensa de las bellas artes, y en ese sentido lo considero reconocimiento y muestra de confianza a mi persona.

«Para pintar hay que ser humilde, sin humildad no hay arte»

Hernán procedía de una familia de médicos, pero eligió el pincel para su vida.

—¿Sigue teniendo presente la pintura de Álvarez de Sotomayor?

—Ha sido uno de los grandes retratistas del siglo XX. Soy de Cádiz y, allí, Galicia, por el mar, está muy presente. Cuando empecé a pintar, y pinto desde los 6 años, soñaba con ir a Galicia. Me gustaban los tonos verdes y me decían que, en España, donde más había era aquí. Después tuve la suerte de conocer a Maya y cumplí aquel deseo de conocer Galicia en profundidad. Sotomayor está muy presente en mí, pero también otros gallegos, Castelao, Seoane, Maside, Lloréns... Si amas a un pintor, es para toda la vida.

—¿Nuestra luz es distinta?

—El Atlántico tiene una peculiaridad lumínica, es más potente, mueve más el fondo. Cuando hay viento, llega al verde jade, precioso. En Galicia se producen muchos cambios por esos cielos nubosos que atenúan la luz para que después de repente vuelva a salir el sol, como en un milagro.

—¿Hay algún paisaje de la Costa da Morte que visite de forma reincidente en sus visitas?

—El del faro Roncudo, Corme, es un paseo obligado. Ahí se aprecia el Atlántico. O el paseo de Cabana, espléndido; toda la ría, un mar que suele estar bastante plano, verlo desde el camino, entre los árboles... Siempre hay visita a Laxe, y Ponteceso, por supuesto.

ANA GARCÍA

—¿Diría que es hombre sencillo?

—¡Le pide a un retratista que se retrate! Diría que sí, de a pie. Aunque los artistas tengan ambición en el buen sentido, porque el arte exige esfuerzo, para pintar hay que ser humilde, saber esperar. Sin humildad no hay arte.

—Ha dicho que el reto del viejo pintor es mantener viva la llama.

—¡Setenta y un años y la mía sigue! El joven pintor tiene una pelea con la forma que lo mantiene vivo. Es fácil, si es bueno, que haga obras con fuerza. El viejo ya ha ido domando la forma y eso elimina la ansiedad, pero su lucha es por la ilusión. Me queda pintura para rato.

—No piensa en jubilarse.

—Los pintores pintores se mueren con el pincel en la mano.